Comenzamos con el ‘corazón’ porque es algo muy característico del evangelio. El evangelio de Jesucristo se preocupa por el corazón; enfatiza siempre el corazón.
Leamos los relatos que los Evangelios nos ofrecen de la enseñanza de nuestro Señor, y veremos que siempre habla del corazón. Lo mismo se puede decir del Antiguo Testamento. Sin duda que nuestro Señor insistió en ello por causa de los fariseos. La gran acusación que siempre les hizo fue que se interesaban por la apariencia externa de las cosas y no por lo de adentro. Desde el punto de vista externo, aparecían irreprochables. Pero por dentro estaban llenos de maldad. Se preocupaban sobre todo por los preceptos externos de la religión; pero se olvidaban de los aspectos más básicos de la ley, a saber, el amor a Dios y al prójimo. Aquí también nuestro Señor vuelve a enfatizar el corazón porque es el centro y la médula de su enseñanza.
Examinemos por unos momentos de forma negativa esta base de la enseñanza de Jesucristo. Enfatiza el corazón y no la cabeza. ‘Bienaventurados los de limpio corazón.’ No alaba a los intelectuales; lo que le interesa es el corazón. En otras palabras, tenemos que volver a recordar que la fe cristiana no es en último término una cuestión de doctrina o comprensión o intelecto, sino que es un estado del corazón.
Agrego de inmediato, sin embargo, que la doctrina es absolutamente esencial; la comprensión intelectual es absolutamente esencial y vital, pero no es sólo esto. Tengamos siempre cuidado en no contentarnos con sólo asentir intelectualmente a la fe o a un número dado de proposiciones. Tenemos que hacerlo así, pero el peligro terrible es detenerse ahí. Cuando las personas han tenido sólo interés intelectual en este terreno a menudo ha sido una maldición para la Iglesia. Esto se aplica no sólo a la doctrina y a la teología.
Se puede tener un interés puramente mecánico por la Palabra de Dios, de modo que ser tan sólo estudioso de la Biblia no quiere decir que todo vaya bien. Los que se interesan sólo por el aspecto técnico de la exposición no están en mejor posición que los teólogos puramente académicos. Nuestro Señor dice que no es cuestión tan sólo de la cabeza. Lo es, pero no con carácter exclusivo.
Pero, una vez más, ¿por qué enfatiza el corazón y no lo externo y la conducta? Los fariseos, como recordarán, estaban siempre listos a reducir la vida justa a una simple cuestión de conducta, de ética. ¡Qué bien nos pone al descubierto este evangelio! Los que no están de acuerdo con el énfasis intelectual seguro que iban repitiendo ‘Amén’ mientras yo subrayaba ese primer punto. ‘Sí, tiene razón,’ decían, (no es algo intelectual, es la vida lo que importa.’ ¡Tengan cuidado! porque el cristianismo tampoco es básicamente una cuestión de conducta externa. Comienza con la pregunta: ¿Cuál es el estado del corazón?
¿Qué significa este término, ‘el corazón’? Según el uso común bíblico de esta palabra, corazón significa el centro de la personalidad. No quiere decir tan sólo la sede de afectos y emociones. Esta Bienaventuranza no quiere indicar que la fe cristiana sea algo básicamente emotivo, ni intelectual o perteneciente a la voluntad. En absoluto.
Corazón en la Biblia incluye las tres cosas. Es el centro del ser y de la personalidad del hombre; es la fuente de la que procede todo lo demás. Incluye la mente, la voluntad, el corazón. Es el hombre total y esto enfatiza nuestro Señor. ‘Bienaventurados los de limpio corazón’; bienaventurados los que son puros, no tan sólo en la superficie sino en el centro mismo de su ser y en la fuente de todas sus actividades. Así es de profundo.
Esto es lo primero; el evangelio siempre lo enfatiza. Comienza con el corazón.
Luego, en segundo lugar, enfatiza que el corazón es siempre la raíz de todos nuestros problemas. Recordarán cómo nuestro Señor lo formuló: ‘del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.’ La falacia terrible, trágica de los últimos cien años ha sido pensar que todos los problemas del hombre se deben al ambiente, y que para cambiar al hombre no hay más que cambiar su ambiente. Esta es una falacia trágica. Pasa por alto el hecho de que el hombre cayó en el Paraíso. El hombre se extravió por primera vez en un ambiente perfecto, de modo que poner al hombre en un ambiente perfecto no va a resolver sus problemas. No, no; todas estas cosas salen del corazón.’ Tomen cualquier problema de la vida, cualquier cosa que conduzca a la desdicha; busquen la causa, y siempre descubrirán que procede del corazón, de algún deseo indigno en alguien, en un individuo, en un grupo o en una nación. Todos nuestros problemas nacen del corazón que, como nos dice Jeremías, es ‘engañoso… más que todas las cosas, y perverso.’ En otras palabras, el evangelio no sólo nos dice que todos los problemas nacen del corazón, sino que es así porque el corazón del hombre, como consecuencia de la caída y como resultado del pecado, es, como dice la Biblia, engañoso y perverso. Los problemas del hombre, en otras palabras, radican en el centro mismo de su ser, de modo que con sólo cultivar su intelecto no se resuelven sus problemas. Deberíamos todos ser conscientes de que la educación sola no hace bueno al hombre; un hombre puede ser muy educado y con todo ser una persona muy mala. El problema está en la raíz, de modo que simples planes de desarrollo intelectual no pueden enmendarnos. Ni tampoco pueden conseguirlo esos esfuerzos por mejorar el ambiente. El problema está en el corazón, y el corazón es terriblemente engañoso y perverso. Este es el problema.
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones