Claro que esta afirmación ha atraído la atención del pueblo de Dios desde que fue pronunciada por primera vez, y se han escrito muchos volúmenes como resultado del esfuerzo por explicarla. Es evidente, pues, que nadie puede pretender estudiarla en forma exhaustiva en un solo capítulo. Es más, nadie jamás podrá explicar el significado completo de este versículo. A pesar de todo lo que se ha escrito y predicado, sigue escapándosenos de las manos. Lo mejor, quizá, sea tratar de entender algo del significado y énfasis básicos.
Es importante también en este caso estudiarlo en su marco natural, en relación con las otras Bienaventuranzas. Como hemos visto, nuestro Señor no hizo estas afirmaciones al azar. Hay en ellas una continuidad evidente de pensamiento, y a nosotros nos corresponde descubrirla. Claro que debemos tener sumo cuidado en esto. Es interesante tratar de descubrir el orden y continuidad existentes en la Biblia; pero es muy fácil también imponerle al texto sagrado nuestras propias ideas en cuanto a orden y continuidad. El análisis de los libros de la Biblia puede ser en verdad muy útil. Pero se corre siempre el peligro de deformar su mensaje si imponemos nuestras ideas a la Escritura. Al intentar, pues, descubrir ese orden debemos andar con cuidado.
Me parece que una manera posible de entender esa continuidad es la siguiente. Lo primero a lo que hay que contestar es, ¿por qué se hace esta afirmación aquí? Quizá uno podría pensar que hubiera quedado mejor al principio, porque el pueblo de Dios siempre ha considerado la visión de Dios como el summum bonum. Es el fin último de todo esfuerzo. ‘Ver a Dios’ es el propósito cabal de toda religión. Y con todo ahí lo tenemos, ni al principio ni al fin, ni siquiera en el medio exacto. Esto tiene que hacer preguntarnos de inmediato, ¿por qué aparece ahí? Una posible respuesta, para mí muy lógica, es la siguiente. El versículo sexto nos da la respuesta. Este versículo, como vimos cuando lo estudiamos, está en el centro; las tres primeras Bienaventuranzas llevan al mismo y estas otras tres lo siguen. Si consideramos al versículo sexto como la línea divisoria, me parece que nos ayuda a comprender por qué esta afirmación concreta aparece donde está.
Las tres primeras Bienaventuranzas trataron de nuestra necesidad, de la conciencia de nuestra necesidad — pobres en espíritu, llorando a causa de nuestra condición pecadora, mansos como consecuencia de entender de verdad la naturaleza del yo y su gran egocentrismo, esa cosa terrible que ha echado a perder toda la vida. Las tres subrayan la importancia vital de una conciencia profunda de la necesidad. Luego viene la gran afirmación referente a la satisfacción de la necesidad, referente a lo que Dios ha provisto, ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.’ Habiendo caído en la cuenta de la necesidad, tenemos hambre y sed, y luego Dios llega con su respuesta maravillosa de que seremos saciados. A partir de entonces pasamos a contemplar el resultado de esa satisfacción, el resultado de ser saciados. Nos volvemos misericordiosos, puros de corazón, pacificadores.
Después de esto, viene el resultado, ‘padecer persecución por la justicia.’ Me parece que así es como hay que enfocar el pasaje. Conduce a la afirmación central referente al tener hambre y sed y luego describe los resultados que se siguen. En las tres primeras vamos cuesta arriba, por así decirlo. Alcanzamos la cumbre en la cuarta, y luego descendemos por el otro lado.
Pero hay una relación todavía más íntima que esa. Me parece que las tres Bienaventuranzas que siguen a la afirmación central del versículo seis corresponden a las tres primeras que llevan a ella. Los misericordiosos son los que se dan cuenta de que son pobres en espíritu; se dan cuenta de que nada tienen en sí. Como hemos visto, este es el factor esencial para llegar a ser misericordioso. Sólo cuando uno ha llegado a verse así verá a los otros en la perspectiva adecuada. Por esto vemos que el que se da cuenta de que es pobre en espíritu y depende por completo de Dios, es misericordioso con los demás. De ahí se sigue que, esta segunda afirmación que estudiamos ahora, a saber, ‘bienaventurados los de limpio corazón,’ también corresponde a la segunda afirmación del primer grupo, que era, ‘bienaventurados los que lloran.’ ¿Por qué lloraban? Vimos que lloraban por el estado de su corazón; lloraban por su condición pecadora; lloraban, no sólo por hacer cosas malas, sino todavía más por desear hacerlas. Se daban cuenta de la perversión básica en su carácter y personalidad; esto los hacía llorar. Bien, pues; ahora encontramos algo que corresponde a eso —’bienaventurados los de limpio corazón.’ ¿Quiénes son los limpios de corazón?
Básicamente, como se lo voy a explicar, son los que lloran por la impureza de su corazón. Pues la única manera de tener el corazón limpio es caer en la cuenta de que se tiene el corazón impuro, y llorar por ello hasta el punto de que uno hace lo único que puede conducir a la purificación y a la limpieza. Y exactamente igual, cuando pasemos a estudiar a los ‘pacificadores’ hallaremos que los pacificadores son los que son mansos. Si uno no es manso no puede ser pacificador.
No quiero demorarme más en este asunto del orden, aunque me parece que es una manera posible de descubrir la estructura que soporta el orden preciso que nuestro Señor adoptó. Tomamos los tres pasos en orden de necesidad; luego llegamos a la satisfacción; luego contemplamos los resultados que se siguen y vemos que corresponden precisamente a las tres cosas que conducen a dicha satisfacción. Esto significa que, en esta afirmación sorprendente y maravillosa de ‘bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios’ que figura en este lugar preciso, se enfatiza la pureza de corazón y no la promesa. Si la examinamos desde este punto de vista, creo que nos permitirá ver por qué nuestro Señor adoptó este orden concreto.
Estamos, pues, frente a una de las afirmaciones más estupendas, y también más solemnes y penetrantes, de toda la Biblia. Constituye la esencia misma de la posición y enseñanza cristianas. ‘Bienaventurados los de limpio corazón.’ En esto consiste el cristianismo, este es su mensaje. Quizá la manera mejor de estudiarla sea también tomar cada uno de los términos y examinarlos uno por uno.
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones