Consideremos lo que Pablo sufrió de manos de diferentes iglesias y de manos de sus compatriotas. Al leer sus cartas veremos cómo destaca esta cualidad de la mansedumbre, sobre todo cuando escribe a los miembros de la iglesia de Corinto quienes habían dicho cosas tan desfavorables y desagradables acerca de él. Es un ejemplo de mansedumbre. Pero desde luego que debemos llegar al ejemplo supremo» al Señor mismo. ‘Venid a mí,’ dijo, ‘todos los que estáis trabajados… y yo os haré descansar… soy manso y humilde de corazón.’ Lo mismo se ve en toda su vida. Lo vemos en su reacción frente a los demás, lo vemos sobre todo en la forma en que sufrió persecución y mofa, sarcasmo y burla.
Con razón se dijo de él, ‘la caña cascada no quebrará, y el pabilo que humea no apagará.’ Su actitud frente a los enemigos, y quizá todavía más la sumisión total a su Padre, muestran su mansedumbre. Dijo, ‘la palabra que habéis oído no es mía’, y ‘yo he venido en nombre de mi Padre’. Mirémoslo en el Huerto de Getsemaní. Contemplemos la descripción que de él nos hace Pablo en Filipenses donde nos dice que no consideró que el ser igual al Padre fuera una prerrogativa a la que aforrarse o algo que hubiera que conservar a toda costa. No, decidió vivir como hombre, y así lo hizo. Se humilló a sí mismo, se hizo siervo y aceptó morir en la cruz. Esto es mansedumbre; esto es humildad verdadera; esta es la cualidad que nos enseña en este pasaje.
Bien, ¿qué es mansedumbre? Hemos visto los ejemplos. ¿Qué vemos en ellos? Primero, advirtamos de nuevo que no se trata de una cualidad natural. No estamos frente a una disposición natural, porque todos los cristianos tienen que poseerla. No es sólo algunos cristianos. Cada uno de ellos» sea cual fuera el temperamento o carácter que tenga, tiene que ser manso. Esto se puede demostrar muy fácilmente. Tomemos esos personajes que hemos mencionado, sin contar al Señor mismo, y me parece que en todos los casos veremos que no eran así por naturaleza. Pensemos en el carácter fuerte y extraordinario de un hombre como David, y sin embargo vemos lo manso que fue. También Jeremías nos hace descubrir el secreto. Nos dice que era como una caldera en ebullición, y con todo fue manso. Un hombre como Pablo, de mente poderosa, de personalidad extraordinaria, de carácter fuerte» fue, sin embargo, humilde y manso. No, no se trata de una disposición natural; es algo que lo produce el Espíritu de Dios.
Permítanme insistir en esto. Mansedumbre no significa indolencia. Hay personas que parecen mansas por naturaleza; pero no son mansas sino indolentes. La Biblia no habla de esto. Tampoco quiere decir flojera — y empleo este término con toda intención. Hay personas calmadas, serenas, y se tiene la tendencia a tenerlas por mansas. No es mansedumbre, sino flojera. Tampoco quiere decir amabilidad. Hay personas que parecen amables de nacimiento. Esto no es lo que nuestro Señor quiere decir cuando afirma, ‘Bienaventurados los mansos.’ Esto es algo puramente biológico, lo que uno encuentra en los animales. Hay perros más amables que otros, y gatos más amables que otros. Esto no es mansedumbre. No significa, pues, ser amable por naturaleza ni ser de trato fácil. Ni tampoco significa personalidad o carácter débil.
Todavía menos significa espíritu de compromiso o ‘paz a cualquier precio.’ Estas cosas se confunden muy a menudo. Con frecuencia se tiene por manso al que dice, ‘Lo que sea, con tal de no estar en desacuerdo. Pongámonos de acuerdo, acabemos con estas diferencias y divisiones; olvidemos lo que nos divide; vivamos en paz y alegría.’ No, no, no es eso. La mansedumbre es compatible con una gran fortaleza. La mansedumbre es compatible con una gran autoridad y poder. Esas personas que hemos puesto como ejemplos fueron grandes defensores de la verdad. El manso es alguien que quizá crea tanto en defender la verdad que esté dispuesto a morir por ello.
Los mártires fueron mansos, pero no débiles; fueron hombres fuertes, aunque mansos. Dios no permita que confundamos esta cualidad tan noble, una de las más nobles, con algo puramente animal, o físico o natural. La última consideración negativa sería que la mansedumbre no es algo puramente externo, sino también, y sobre todo, algo de espíritu interno. Sí queremos ser verdaderamente mansos, no sólo hemos de soportar las ofensas, sino que hemos de llegar a ese estado en el que lo soportemos de buen grado. Debemos dominar los labios y la boca, y no decir lo que tendríamos ganas de decir. No se puede meditar en un versículo como este sin sentirse humillado. Es cristianismo auténtico; a esto se nos llama, y así debemos ser.
¿Qué es, pues, la mansedumbre? Creo que se podría resumir así. La mansedumbre es básicamente tener una idea adecuada de uno mismo, la cual se manifiesta en la actitud y conducta que tenemos respecto a otros. Es, por tanto, dos cosas. Es actitud para conmigo mismo y manifestación de esto en mi relación con otros. Se ve, pues, como se sigue por necesidad el de ser ‘pobres en espíritu’ y del ‘llorar.’ Nadie puede ser manso si no es pobre en espíritu. Nadie puede ser manso si no se ve a sí mismo como vil pecador. Esto viene primero. Pero cuando he llegado a esa idea adecuada de mí mismo en función de pobreza de espíritu y lágrimas por mi condición de pecador, paso a comprender que también tiene que haber ausencia de orgullo. El manso no es orgulloso de sí mismo, no se gloría nunca en sí mismo. Siente que no tiene nada de qué enorgullecerse. También significa que no trata de imponerse. Es, pues, una negación de la psicología popular de hoy día que dice ‘imponte,’ ‘expresa tu personalidad.’ El manso no actúa así; se avergüenza más bien de ello. El manso tampoco exige nada para sí. No exige todos sus derechos. No exige que se tengan en cuenta su posición, privilegios, bienes y nivel social. No, es como el hombre que Pablo describe en
Filipenses 2. ‘Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.’
Cristo no exigió el derecho a la igualdad con Dios; no quiso exigirlo. Y a esto hemos de llegar.
Permítanme ir más allá; el manso ni siquiera es susceptible en cuanto a sí mismo. No está siempre velando por sí mismo y por sus intereses. No está siempre a la defensiva.
Todos sabemos de qué estoy hablando, ¿verdad? ¿No es acaso una de las grandes maldiciones de la vida como consecuencia de la caída — esta susceptibilidad en cuanto a sii pasamos la vida atentos a nosotros mismos. Pero cuando uno llega a ser manso no es así; ya no se preocupa por sí mismo ni por lo que los demás digan. Ser verdaderamente manso significa que uno ya no se protege, porque ve que no hay nada que valga la pena proteger. Por esto ya no se está a la defensiva; esto se acabó. El verdaderamente manso nunca se compadece de sí mismo. Nunca habla de sí mismo para decir, ‘Te está yendo mal, qué poco amables son en no entenderte.’ Nunca piensa, ‘Con lo mucho que valgo, sólo me faltaría que se me brindara la oportunidad.’
¡Autocompasión! ¡Cuántas horas y años malgastamos en ello! Pero el que ha llegado a ser manso no es así. Ser manso, en otras palabras, quiere decir que ya no se preocupa uno nada de sí mismo, y que comprende uno que no tiene derechos. Se llega a comprender que nadie le puede hacer daño. John Bunyan lo dice muy bien. ‘El que está en el suelo no debe temer caer.’ Cuando uno se ve a sí mismo por lo que es, sabe que nadie puede decir nada de él que sea demasiado malo. No hay por qué preocuparse de lo que los demás digan o hagan; se sabe que uno merece esto y mucho más. Definiría, pues, otra vez la mansedumbre así. El verdaderamente manso es el que vive sorprendido de que Dios y los hombres puedan pensar tan bien de él y lo traten tan bien como lo tratan. Esto, creo, es su cualidad básica.
Debe, pues, manifestarse en todo nuestro proceder y conducta con los demás. Procede así. El que es como el tipo que he descrito debe ser necesariamente benigno.
Pensemos de nuevo en los ejemplos. Pensemos otra vez en nuestro Señor Jesucristo. Benigno, gentil, humilde —estos son los términos. Manso, de espíritu manso —ya he citado antes los términos empleados— ‘manso y humilde.’ En un sentido, la persona más asequible que el mundo ha conocido fue el Señor Jesucristo. Pero también significa que habrá una ausencia total del espíritu de venganza, del tomarse revancha, del procurar que el otro pague por lo hecho. También significa, por tanto, que debemos ser pacientes, sobre todo cuando sufrimos injustamente. Recordarán cómo Pedro en el capítulo segundo de su primera Carta, que ‘para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas ; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.’ Significa paciencia incluso cuando se sufre injustamente. De nada vale, dice Pedro en ese capítulo, que aceptemos con paciencia las reprensiones por nuestras faltas; pero si obramos bien y sufrimos como consecuencia de ello y lo soportamos con paciencia, entonces esto es lo que merece alabanza a los ojos de Dios.
Esto es mansedumbre. Pero también significa que estamos dispuestos a escuchar y aprender; que tengamos una idea tan pobre de nosotros mismos y de nuestras capacidades que estemos dispuestos a escuchar a otro. Sobre todo debemos estar dispuestos a que el Espíritu nos enseñe, a que el Señor Jesucristo mismo nos guíe. La mansedumbre siempre implica espíritu dócil. Esto vemos en el caso de nuestro Señor mismo. Aunque era la Segunda Persona de la Trinidad, se hizo hombre, se humilló voluntariamente hasta el extremo de depender por completo de lo que Dios le diera, de lo que Dios le enseñara y de lo que Dios le dijera que hiciese. Se humilló a sí mismo hasta eso, y esto significa ser manso. Debemos estar dispuestos a aprender y escuchar y sobre todo debemos entregarnos al Espíritu.
Por fin, lo expresaría así. Debemos dejarlo todo —nosotros mismos, nuestros derechos, nuestros motivos, todo nuestro futuro— en las manos de Dios, sobre todo si sentimos que sufrimos injustamente. Aprendemos a decir con el apóstol Pablo que nuestra actitud debe ser esta, ‘Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.’ No necesitamos pagar, sino que nos ponemos en las manos de Dios. Lo dejamos todo a Dios, nosotros mismos, nuestros motivos, nuestros derechos, todo, con tranquilidad de espíritu, de mente y de corazón. Ahora bien, todo esto, lo veremos luego, es algo que se ilustra en abundancia en las distintas enseñanzas de este Sermón del Monte.
Advirtamos ahora lo que le sucede al que es así. ‘Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.’ ¿Qué significa esto? Lo podemos resumir muy brevemente. Los mansos ya heredan la tierra en esta vida, en esta forma. El que es verdaderamente manso está siempre satisfecho, está contento. Goldsmith, poeta inglés, lo expresa bien cuando dice, ‘no teniendo nada lo tiene todo.’ El apóstol Pablo todavía lo ha expresado mejor cuando dice, ‘teniendo nada, mas poseyéndolo todo.’ Y a los filipenses les dice, ‘Gracias por enviarme el obsequio. Me gusta, no porque deseara nada, sino por el espíritu con que me lo enviaron. En cuanto a mí, lo tengo todo, sobreabundo.’ Les había dicho ya, ‘Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia’ y ‘todo lo puedo en Cristo que me fortalece.’ Adviertan, también, la forma sorprendente en que expresa el mismo pensamiento en 1 Corintios 3. Después de decirles que no deben sentirse celosos o preocupados por estas cosas, afirma, ‘todo es vuestro,’ todo en absoluto; ‘sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.’ Todo es de ellos si son mansos y cristianos verdaderos; ya han heredado la tierra. Pero sin duda que también se refiere al futuro. ‘¿O no sabéis,’ dice Pablo a estos corintios, en 1 Corintios 6, ‘que los santos han de juzgar al mundo?’ Van a juzgar al mundo y a los ángeles, heredarán la tierra. En Romanos 8 lo expresa Somos hijos, ‘y si hijos, también herederos; de Dios y coherederos con Cristo.’ Así es; vamos a heredar la tierra. ‘Si sufrimos,’ dice a Timoteo, ‘también reinaremos con él.’ En otras palabras, ‘No te preocupes por el sufrimiento, Timoteo. Sé manso y paciente y reinarás con El. Vas a heredar la tierra con El.’ Creo que todo esto se encuentra en las palabras de nuestro Señor en Lucas 14:11: ‘Cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.’
Vemos, pues, el significado del ser manso. ¿Debo volver a insistir en que esto es algo del todo imposible para el hombre natural? Nunca conseguiremos ser mansos por nosotros mismos. Esos pobres que se refugiaron en los monasterios trataban de hacerse mansos. Nosotros nunca lo haremos. No se puede hacer. Sólo el Espíritu Santo nos puede humillar, sólo el Espíritu Santo nos puede hacer pobres en espíritu y hacernos llorar por nuestra condición de pecadores y producir en nosotros esta idea verdadera y recta de nosotros mismos y darnos la mente de Cristo mismo. Esto es algo muy grave. Los que decimos ser cristianos afirmamos necesariamente que ya hemos recibido al Espíritu Santo. Por tanto no tenemos excusa si no somos mansos. El que no es cristiano tiene excusa, porque le es imposible conseguirlo. Pero si afirmamos de verdad que hemos recibido al Espíritu Santo, y así lo hacen todos los cristianos, no tenemos excusa por no ser mansos. No es algo que ustedes hagan ni yo haga. Es un don que produce en nosotros el Espíritu Santo. Es un fruto directo del Espíritu. Se nos ofrece y es posible. ¿Qué tenemos que hacer? Debemos situarnos frente a este Sermón del Monte; debemos meditar acerca de esta afirmación en cuanto a ser mansos; debemos considerar los ejemplos; sobre todo hemos de contemplar al Señor mismo. Luego debemos humillarnos y confesar con vergüenza, no sólo lo pequeños que somos, sino nuestra imperfección absoluta. Luego debemos acabar con ese yo que es la causa de todos nuestros problemas, a fin de que El que nos ha comprado a tal precio venga a poseernos totalmente.
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Extracto de libro: El sermón del monte, del Dr. Martin Lloyd-jones