En BOLETÍN SEMANAL
​Es necesario tener ciertos valores absolutos en nuestra vida. En otras palabras, debemos reconocer que hay ciertas cosas que son inconcebibles, y que nunca deberíamos hacer. Debemos ocupamos en hacer una lista de ciertas cosas que jamás han de hacerse. Ni siquiera debemos considerarlas. No dudo en afirmar que el gran número de divorcios que existen hoy, se deben al solo hecho de no tomar en cuenta este principio. Quiero decir que cuando dos personas se casan y toman los solemnes votos y compromisos delante de Dios y de los hombres, tendrían que poner llave a cierta puerta de atrás, la cual nunca deberían ni aun mirar. Sin embargo, no sucede así hoy en día. Pareciera que se casan dejando la puerta de atrás, la cual conduce a la vida separada, bien abierta. Miran hacia atrás y albergan el pensamiento de separación del matrimonio, aun antes de hacer los votos. Es por esto que hay tantos hogares destruidos hoy en día. Hombres y mujeres por igual han abandonado los principios absolutos.

BUSCANDO DONDE AFIRMARSE

En un tiempo esto era inconcebible y tendría que ser siempre así. Hay ciertas cosas que los cristianos, tanto hombres como mujeres deberían establecer como principios irrevocables, y nunca más reconsiderarlos. El salmista tenía un principio y quizá en ese momento, era su único principio, pero a este único principio se aferró. Se dijo para sí: «Nunca más diré otra cosa que incomode al hermano. No interesa cuánto me falte para entender; uno de mis principios es éste, que nunca más dañaré a mi hermano». Se aferró a esto con firmeza, y eventualmente comenzó a entender sus propias perplejidades. Procuremos tener nuestros principios bien establecidos, procuremos afirmar ciertas cosas irrevocablemente. Que los jóvenes especialmente afirmen sus principios. Si no pueden ser de ayuda, que no digan nada. Nunca ocasiones daño a la causa de Dios, ni a su familia espiritual.

El último principio es la importancia de recordar quiénes somos. En un sentido ya hemos cubierto este aspecto, pero tú y yo somos personas llamadas por Dios para salir fuera de este presente siglo malo. Hemos sido comprados con la sangre derramada por el Unigénito Hijo de Dios en una Cruz del Monte Calvario, no solamente para ser perdonados e ir al cielo, sino también para que seamos librados de todo pecado e iniquidad, «y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El hizo esto y constituye nuestro derecho. Recordémoslo entonces, y cuando nos vengan perplejidades, o cualquier otra cosa que nos haga sacudir analicémoslo a la luz de esto. Aunque no lo enten¬damos, tenemos que decir en ese momento: «No me importa y me conformo con no entenderlo. Todo lo que sé, es que soy hijo de Dios, comprado con la sangre de Cristo; hay ciertas cosas que no puedo hacer, y ésta es una de ellas, por lo tanto no la haré; cualquiera que sea la consecuencia, me quedaré firme».

Estas son, entonces, mis conclusiones. No importa en qué nivel nos encontremos luchando contra el enemigo de nuestras almas. No importa cuan primario sea el nivel, con tal de que estemos firmes. Como dije al principio, el salmista se afirmó a un nivel muy básico. El simplemente se afirmó en el principio: «Si hago esto, dañaré a estas personas». No podía haberse afirmado en un nivel más elemental que éste. Siempre y cuando encontremos algo en que nos podamos afirmar, usémoslo como base. No despreciemos «el día de las cosas pequeñas». No pensemos que somos tan espirituales que no podemos afirmarnos en ese nivel tan elemental. Si así pensamos, entonces caeremos. Afirmémonos en cualquier punto que podamos. Sostengámonos aun en lo negativo —quiero decir con esto, que a lo mejor somos capaces de decir solamente: «No puedo hacer eso». Afirmémonos en esto. Porque es así: cuando nuestros pies están resbalando, lo que necesitamos es poder afirmarnos. Dejemos de resbalar y deslizamos. Afirmemos’ nuestros pies por un momento y aferrémonos a cualquier cosa que nos sirva para tal fin; afirmémonos en ello y quedémonos allí. Estamos ocupados en escalar una montaña espiritual. Las pendientes son como vidrio, y podemos resbalar y caer en esta terrible hondonada, y perdernos. Digo entonces que si vemos algo, aunque sea una pequeña rama, tomémosla y aferrémonos a ella; pongamos nuestro pie en el descanso que encontremos, aunque sea pequeño, o en el más precario borde, en cualquier cosa que nos permita afirmar y detenernos por un momento. Cuando hayamos terminado de resbalar y escurrirnos, entonces podremos comenzar a escalar de nuevo.

Es porque el salmista encontró este pequeño descanso, que pudo afirmar sus pies sobre él, y dejó de resbalar. Desde ese momento comenzó a escalar hasta que eventualmente pudo regocijarse nuevamente en el conocimiento de Dios y aun superar el problema que lo anonadaba, por lo cual pudo decir: «Dios es siempre bueno para con Israel». ¡Que necio he sido!

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

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