No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6:31-33).
En su tercer argumento, el Señor Jesucristo nos dice que debemos concentrarnos en perfeccionar nuestra relación con Dios como Padre nuestro celestial. Nosotros, a diferencia de los paganos, tenemos que depender implícitamente de nuestro conocimiento de Él como Padre celestial, y tenemos que concentrarnos en perfeccionar este conocimiento y nuestra relación con Él. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. No sé si me atrevería a sugerir que hay un aspecto humorístico en este punto. Me parece, en efecto, que nuestro Señor dice esto: os he dicho ya dos veces, y lo he repetido de distintas formas: no os afanéis por la comida, ni la bebida, ni por el vestir; no os afanéis por la vida en este mundo, no os afanéis por si Dios os está poniendo a prueba o no. Y luego, por así decirlo, añade, si deseáis afanaros, os diré acerca de qué podéis afanaros. Preocupaos por vuestra relación con el Padre. En esto hay que concentrarse. Los gentiles buscan estas otras cosas, y también muchos de vosotros; ‘mas buscad’. Esto es lo que hay que buscar.
Deberíamos recordar de nuevo que ‘buscar’ conlleva el significado de buscar con afán, con intensidad, vivir para algo. Y el Señor incluso refuerza este significado añadiendo otra palabra, ‘primeramente’. ‘Buscad primeramente’. Esto significa: generalmente, principalmente, por encima de todo; darle prioridad. Una vez más encontramos a nuestro Señor que se repite. Dice: estáis preocupados por estas otras cosas, y las estáis poniendo en primer lugar. No debéis hacerlo así. Lo que habéis de colocar en primer lugar es el reino de Dios y su justicia. Ya he dicho esto en la oración modelo que enseñó a los suyos. Recuérdese la enseñanza. Acude uno a Dios. Claro que uno está interesado por la vida y por este mundo; pero no hay que empezar diciendo, ‘El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy’. Se empieza así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra’. Y luego, y sólo luego, ‘el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy’. ‘Buscad primeramente’ —no ‘el pan nuestro de cada día’, sino, ‘el reino de Dios y su justicia’. En otras palabras, hay que llegar a esa disposición mental, de corazón y de deseos, la cual debe tener prioridad absoluta sobre todo lo demás.
¿Qué quiere decir nuestro Señor cuando afirma: “Buscad primeramente el reino de Dios”? Obviamente no les dice a sus oyentes cómo hacerse cristianos; les dice cómo comportarse por ser cristianos. Están en el reino de Dios, y porque están en él lo han de buscar más y más. Tienen que, como dice Pedro, “hacer firme su vocación y elección”. En la práctica significa que, como hijos de nuestro Padre celestial, deberíamos buscar conocerle mejor. El autor de la Carta a los Hebreos plantea esto perfectamente cuando dice en 11:6, “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. El énfasis está en el término ‘buscan’. Muchos cristianos pierden tantas bendiciones en su vida por qué no buscan a Dios con diligencia. No pasan mucho tiempo buscando su rostro. Se hincan de rodillas para orar, pero esto no significa necesariamente buscar al Señor. El cristiano tiene que buscar el rostro del Señor a diario, constantemente. Debe buscar el tiempo para hacerlo, tomarse el tiempo para hacerlo.
Además, significa que debemos pensar más acerca del reino y de nuestra relación con Dios, y sobre todo acerca de nuestro futuro eterno. Por haberlo hecho así, Pablo pudo escribir a los Corintios, “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2Cor. 4:17, 18). Adviértase el gerundio ‘mirando’. El apóstol solo se regocija a pesar de estas cosas —’mirando’, ‘mientras miraba’. Lo dice como exhortación y mandato positivo a los colosenses cuando afirma, “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Éste es el significado de buscar el reino de Dios.
Pero dice, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. ¿Por qué añade el término ‘justicia’? Es una añadido muy importante; significa santidad, la vida de justicia. No sólo hay que buscar el reino de Dios en el sentido de poner el corazón en las cosas de arriba; también hay que buscar de manera positiva la santidad y la justicia. Una vez más estamos frente a una repetición del “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Sí, eso es. El cristiano busca la justicia, busca ser como Cristo, busca la santidad positiva y ser más y más santo, crecer en gracia y en el conocimiento del Señor. Ésta es la forma de incrementar la fe. Funciona así. Cuanto más santos somos, más cerca estaremos de Dios. Cuanto más santos somos, mayor será nuestra fe. Cuanto más santificados y santos somos, mayor será nuestra seguridad y, por consiguiente, nuestra dependencia de Dios. Así lo dice la experiencia, ¿no es verdad? ¿No lo hemos experimentado así muchas veces? De repente algo sale mal en la vida y uno acude a Dios en oración; y en el momento en que uno lo hace así, se da cuenta de lo débil que ha sido en semanas y meses pasados. Algo le dice dentro de sí, “¿No te has estado comportando de una forma grosera? ¿Cuántos días y semanas y meses han transcurrido sin buscar el rostro de Dios? Has dicho las oraciones de forma mecánica; pero ahora estás buscando a Dios, te estás tomando tiempo para buscarlo. Pero no lo has estado haciendo así regularmente”. Se siente uno condenado, se ha perdido la confianza en la oración. Hay reglas absolutas en esta vida espiritual, y es el que busca el reino de Dios y su justicia el que tiene mayor confianza en Él. Cuanto más cerca vivimos de Dios menos conscientes estamos de las cosas de esta vida y de este mundo, y mayor es nuestra seguridad en Él. Cuanto más santo somos, mejor conoceremos a Dios. Lo conoceremos como nuestro Padre, y entonces nada que nos suceda alterará nuestra ecuanimidad, porque nuestra relación con Él es muy íntima.
Podemos parafrasear las palabras de nuestro Señor así: si quieres buscar algo, si quieres afanarte por algo, afánate por tu condición espiritual, por tu proximidad con Dios y por tu relación con Él. Si buscas esto primero, la preocupación desaparecerá; éste es el resultado. Esta gran preocupación acerca de tu relación con Dios eliminará las preocupaciones menores acerca de la comida y el vestir.
El hombre que se conoce como hijo de Dios y heredero de la eternidad, tiene una visión diferente de las cosas de esta vida y de este mundo. Es así por necesidad, y cuanto mayor sea esa fe y conocimiento, menores serán las otras cosas. Además, posee una promesa específica concreta. La promesa es que, si verdaderamente buscamos estas cosas primero y ante todo, y casi exclusivamente, las demás no serán añadidas, formarán parte del trato que Dios nos da. El pagano no hace sino pensar acerca de estas cosas. Hay también mundanos espirituales que oran por ellas y nada más, pero nunca encuentran satisfacción. El hombre de Dios ora por el reino de Dios y lo busca, y estas otras cosas le son añadidas. Es una promesa específica del Señor.
Tenemos una ilustración perfecta de esto en la historia de Salomón. Salomón no pidió riquezas ni vida larga; pidió sabiduría. Y Dios dijo en efecto: como no has pedido estas cosas, te daré sabiduría y te daré también las otras. Te daré riquezas y vida larga (ver R. 3). Dios siempre lo hace así. No es accidental que los puritanos del siglo diecisiete, sobre todo los cuáqueros, se hicieran ricos. No fue porque buscaran la riqueza, no fue porque adoraran a Mamón. Fue que vivieron para Dios y para su justicia, y el resultado fue que no malgastaron el dinero en cosas sin valor. En un sentido, por consiguiente, no pudieron sino enriquecerse. Vivieron según las promesas de Dios y acabaron por enriquecerse.
Si se pone a Dios, a su gloria, al advenimiento de su reino, a nuestra relación y proximidad con Él, y a nuestra santidad, en el puesto central, tendremos la promesa de Dios mismo a través de las palabras de su Hijo, de que todas estas otras cosas, que nos son necesarias para el bienestar en esta vida y en este mundo, nos serán dadas por añadidura. Ésta es la manera de incrementar nuestra fe. No ser como los paganos sino recordar que Dios lo hace todo en cuanto a nosotros por qué es nuestro Padre y nos está cuidando. Por consiguiente, hay que tratar de ser más como El y de vivir nuestra vida más cerca de Él.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones