Desde el principio de su carrera Calvino estuvo obviamente muy
interesado en el problema del gobierno, lo que resultó el que llegara a ser uno
de los más importantes escritores políticos de influencia del siglo XVI y, como
tal, uno de los arquitectos de la moderna democracia constitucional.
No es de sorprender que, a causa de esta formación académica, Calvino tratase en sus escritos más con las cuestiones del orden
político que con cualquier otro tema «secular». No sólo su exposición de De
Clementia, sino también sus comentarios bíblicos, sus sermones, sus panfletos
y, por encima de todo lo demás, el último capítulo de sus Instituciones de la
Religión Cristiana, aportan el testimonio de su intensa preocupación para este
asunto.
No importa que estuviera desarrollando un
tema mucho mayor en cualquier punto de sus escritos, a menudo el menor tema
sobre el gobierno político aparece.
La consecuencia de esto es que sus ideas
sobre el Estado han sido comentadas y expuestas por muchos diferentes
intérpretes que provienen de amplios y divergentes orígenes. No solamente los
propios calvinistas, sino los católico-romanos y los luteranos, conservadores y
liberales, marxistas, sociólogos, psicólogos e historiadores, todos han
contribuido a la discusión. Su filosofía política ha sido atacada, ensalzada,
ridiculizada y mal interpretada hasta tal extremo que a veces se pregunta uno
si el propio Calvino habría estado completamente seguro de lo que quería
significar.
Con todo, a despecho de las varias y
contradictorias interpretaciones, es necesario llegar a una comprensión de sus
puntos de vista, ya que mucha parte de la cambiada ideología política de
nuestros días se ha originado en él. ¿Cuál fue, pues, el verdadero concepto de
Calvino de un programa para el Estado? ¿Cual ha sido su influencia y su mensaje
para nuestro mundo en este tormentoso siglo XX? Estas parecen ser las cuestiones
de importancia que hay que plantearse al respecto.
Para comprender los orígenes de la filosofía
política de Calvino no podemos contentarnos con decir que parecen estar destiladas
de la Biblia, sino que hay que comprender que estuvo íntimamente relacionada e
influenciada por los acontecimientos y el pensamiento de su época. Y una de las
primeras razones para su presente pertinencia es que el siglo xx es, en mucho,
de la misma condición que el xvi, con el caos amenazando detrás de la puerta.
La civilización medieval se hallaba presa en la angustia de su desintegración,
lo que significa que en la esfera política el esquema del naciente aunque
frecuentemente ineficaz constitucionalismo estaba desplomándose.
Las Cortes Españolas, los Estados Generales
Franceses y los Estados Escoceses estaban ya en la escena política, mientras
que el Parlamento inglés existía solamente por la gracia de Enrique VIII que
necesitaba su apoyo en su acción de divorcio contra Catalina de Aragón y la
resultante amenaza del ataque español. Emparejado con este colapso de la
«democracia» medieval estaban el rechazo de las pretensiones del Sacro Imperio
Romano de soberanía sobre Europa y la revuelta de incluso los príncipes de la
Iglesia Romana contra las ambiciones papales de absoluto dominio. La marea
política del siglo XVI surgió en favor de los nuevos, tal vez más circunscritos
geográficamente, pero ciertamente más homogéneos, Estados nacionales, cuyos
monarcas reclamaban que, puesto que gobernaban sólo por la voluntad de Dios,
deberían gobernar con absoluto poder y autoridad. Lo que quedaba de los
gobiernos constitucionales medievales fue rápidamente desapareciendo bajo el
ataque furioso de la dictadura.
En esta situación política los Reformadores
Protestantes quedaron inevitablemente implicados. Algunos gobernantes, bien
fuese por propio interés, por convicción o tal vez por una mezcla de ambas
cosas, dieron su conformidad a las nuevas enseñanzas, mientras que otros, por
las mismas razones, las rechazaron. A la vez, los distintos grupos protestantes
con frecuencia diferían unos de otros en su actitud hacia el Estado. Como el
propio Calvino resalta en sus Instituciones (IV, xx, 1), había en su época dos
tendencias principales. Una, puesta en práctica por la mayor parte de los
anabaptistas, negaba que por lo que a los cristianos concernía, el gobierno
civil cumpliese alguna función valedera, mientras que la otra, sostenida por
muchos católicos romanos y algunos luteranos, era que los príncipes poseían una
absoluta e ilimitada autoridad civil. Calvino rechazó ambos puntos de vista
basándose en que la falta de gobierno conducía sólo a la anarquía y al caos, y
el absolutismo monárquico se oponía normalmente a la verdadera religión,
exaltándose por encima del trono del Dios soberano.
El tipo apropiado de gobierno civil a los
ojos de Calvino era el que cumpliese una definida pero limitada función. Tenía
la responsabilidad de mantener la estructura de la sociedad contra los ataques
de la codicia humana y de la ausencia de la ley. Esto no significaba, sin
embargo, que el Estado fuese omnipotente, poseyendo el derecho de interferir
con la familia, los negocios, las actividades y las relaciones eclesiásticas.
Más bien tendría la obligación de ver que cada individuo y cada grupo social,
como la familia, fuese libre económica, social y eclesiásticamente para servir
a Dios en todos los aspectos de la vida. Al mismo tiempo, el magistrado tenía el deber de apoyar la verdadera religión con objeto de que
todos los hombres y por todas partes oyesen el Evangelio. Sólo si se daban
estas condiciones el Estado cumpliría adecuadamente con los requerimientos de
Dios. Fue para mostrar, tanto al gobernante como al ciudadano, la naturaleza
del estado y sus respectivas obligaciones y libertades dentro de él que Calvino
puso de relieve sus puntos de vista sobre el orden político.
Fundamental para todo su pensamiento, y en
particular para sus puntos de vista políticos, fue el propio fundamento social
de Calvino, que incluía las ideas y opiniones de la naciente clase media
francesa. Como hijo de un notario de Noyon, en la Picardía, Calvino procedía de
un ambiente que se ha llamado «humanismo burgués». El educado hombre de
negocios de Francia era reformista en perspectiva, considerando la aristocracia
y el alto clero como lujos costosos, costosos no sólo en términos de dinero,
sino también en términos de derechos y privilegios, puesto que sentía que las
clases altas estaban continuamente intentando usurpar las Libertades de los
comerciantes y los profesionales. Cuando se añadió a esta tendencia oligárquica
un creciente despotismo real que frecuentemente se traducía en persecución
religiosa, fue natural que la clase media no mirase a las altas esferas de la
sociedad con demasiado fervor. Así, el fundamento social y económico de Calvino
tendió a influenciarle en la dirección de una interpretación constitucional de
la función de la autoridad del Estado.
CALVINO Y EL ORDEN POLÍTICO por W. STANFORD REÍD
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