Si bien escueta, nuestra reseña del criticismo revela gran diversidad. Los puntos de vista están en constante cambio, y aun en un mismo período, los que están trabajando en áreas similares pueden contradecirse. Sin embargo, a pesar de la diversidad, existen algunas características comunes a las expresiones del criticismo. Primero tenemos el humanismo. En casi todas las formas que asume el debate moderno, las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento son tratadas como la palabra del hombre sobre Dios, más que la Palabra de Dios al hombre. Pero esto, como bien lo señala J. I. Packer, es simplemente la filosofía romántica de la religión como la presenta Friedrich Schleiermacher (1768-1834), «que el tema real de la teología no son las verdades reveladas, sino la experiencia religiosa». Dentro de este marco la Biblia es sólo el registro de la reflexión y acción humana en el campo de la religión. La tarea del intérprete es la de tamizar esa experiencia y evaluarla para ver la posible utilidad que pueda tener en nuestra época.
Debe reconocerse, por supuesto, como ya lo señalamos en capítulos anteriores, que la Biblia tiene un componente humano genuino. Por otro lado, debemos oponernos a cualquier intento por convertirla en humana en demérito de su carácter divino. Como bien agrega Packer:
Si es necesario enfatizar una de las características en desmedro de la otra, se pierde menos si se tratan a las Escrituras simplemente como los oráculos escritos de Dios que como una mera colección de las ideas judías sobre Dios. Porque no existe ninguna razón para considerar las palabras humanas como inerrantes y con autoridad; si adoptamos el punto de vista liberal, lo que tendrá autoridad será nuestro propio juicio con respecto hasta dónde podemos confiar en ellas y hasta dónde no. Aterrizamos, sin ton ni son, en el subjetivismo.
Un ejemplo muy claro de dicho subjetivismo lo constituye la sección sobre «Las Escrituras» del The Common Catechism, una afirmación de fe moderna que ha recibido bastante publicidad, realizada por un grupo considerable de teólogos católicos y protestantes contemporáneos. Dice:
Todo lo que tenemos que discutir… se basa ahora en esta suposición no cuestionable de que la evidencia de la Biblia puede y debe ser examinada como la evidencia de la fe de un número de hombres y un número de generaciones… En el futuro no podemos decir: «La Biblia es la palabra de Dios». Aun decir que «la palabra de Dios está en la Biblia» sería erróneo, si con esto queremos significar que un conjunto de afirmaciones de la Biblia son puramente humanas y el resto son la palabra de Dios. Debemos decir algo según estas líneas: «La Biblia no es la palabra de Dios, sino que se convierte en la palabra de Dios para quienquiera que cree en ella como la palabra de Dios».
Pero esto suena peligroso…
Y llegado este punto, realmente debemos decir que sí suena peligroso.
La segunda característica común al criticismo es su naturalismo, expresado en la creencia de que la Biblia es el resultado de un proceso evolutivo. Tenemos evidencia de esta creencia en los estudios del Antiguo Testamento, en la forma como se desarrolló la teoría documentaría del Pentateuco. Esta creencia también resulta evidente en la crítica de las formas, de Bultmann, ya que todo depende del desarrollo gradual que la iglesia primitiva tuvo de su comprensión de la realidad y de cómo conservó este desarrollo en diversas etapas mediante las tradiciones escritas. Se presupone que el entendimiento primitivo y temprano de Dios y la realidad dieron lugar más tarde a concepciones más desarrolladas. Estas ideas llamadas primitivas pueden ser rechazadas a favor de ideas más modernas. Así es que podemos desestimar los milagros. También, de acuerdo con este punto de vista, podemos excluir de la religión del Nuevo Testamento conceptos tan crudos como son la ira de Dios, el sacrificio, y la Segunda Venida del Señor.
La tercera característica común del criticismo se basa en las primeras dos. Si las personas y sus ideas cambian, como especulan las hipótesis evolutivas, entonces seguirán cambiando; y han cambiado desde que se escribieron los últimos libros de la Biblia; en consecuencia, debemos ir más allá de las Escrituras para comprender a la humanidad y a la verdadera religión. Hay muchos ejemplos de esta actitud, particularmente en algunos sermones muy populares donde se presentan abiertamente los puntos de vista de pensadores seculares y se dejan en el olvido los puntos de vista opuestos de los escritores bíblicos.
¿Qué podemos decir en respuesta a este enfoque popular y generalizado? Hay dos perspectivas. Por un lado, hay un área neutral en donde cualquiera puede hacer uso al menos de algunas partes del método crítico. Puede usarse para iluminar el elemento humano en los escritos bíblicos. Podemos concentramos en las palabras y los distintos usos que éstas tienen, la situación histórica en que ocurrieron los escritos, y las características particulares que tienen los distintos libros de la Biblia. Tenemos, además, la arqueología y la historia secular paralela que pueden servir para aclarar los textos. El uso del método crítico en estas áreas y de esta manera puede resultar muy valioso. Por otro lado, los más conocidos exponentes del método crítico han actuado basados en presuposiciones inaceptables para cualquier teólogo bíblico verdadero, y por lo tanto podemos considerar que el método usado ha sido un rotundo fracaso.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice