1. Su estrecha relación con los creyentes
La relación de Dios con sus santos asegura su poder para con ellos. Eres su amado hijo, y la mayoría de los padres cuidan de los suyos. Hasta la torpe gallina corre para reunir a sus polluelos bajo sus alas ante el peligro. ¿Cuánto más Dios, Creador de tales instintos en sus criaturas, empleará toda su fuerza para defenderte? Una madre sentada en su casa oye un grito fuera y, al reconocer la voz, dice al instante: “¡Es mi hijo!”. Lo deja todo y corre a él. Dios responde como el corazón de una madre a la voz de sus hijos.
2. Su gran amor a los creyentes
El amor de Dios para con los santos pone en marcha su poder. El que tiene el corazón de Dios, no carece de su brazo. El amor reúne todos los demás sentimientos y pone en marcha todos los poderes del ser. Así, en Dios, el amor hace obrar sus otros atributos; todos están listos para ejecutar su voluntad. Dios considera a todas sus criaturas, pero el alma creyente es el objeto de su amor más cariñoso, el mismo que siente por su Hijo (Jn. 17:26).
Cuando un alma cree, entonces el propósito eterno de Dios y su voluntad para con ella, escogida en Cristo antes de la fundación del mundo, se lleva a término. ¿Te imaginas el amor de Dios por un hijo que ha llevado tanto tiempo en el vientre de su eterno propósito? Si Dios se deleitaba en su plan antes de dar forma al mundo, cuánto más se deleita al ver la plena fruición de su labor en el alma creyente. Habiendo obrado hasta aquí su voluntad, seguramente despertará todo su poder para aquel creyente, antes que dejarse robar su gloria a pocos pasos del hogar.
Dios nos demostró el valor de un alma por el precio que pagó. Le costó mucho, y lo que se gana tan duramente no se rinde con facilidad. Él derramó la sangre de su Hijo para comprarte, y derramará su propio poder para guardarte.
Un padre terrenal se goza en ver sus buenas cualidades reproducidas en sus hijos. Dios, el Padre perfecto, anhela ver sus atributos reflejados en sus santos. Es esta imagen de Dios reflejada en ti lo que rabia tanto al Infierno, y contra ella lanzan los demonios sus armas más potentes. Cuando Dios te defiende, también se defiende a sí mismo. Sabiendo que la lucha es de Dios, ¡seguramente no te dejará salir a la guerra a tus propias expensas!
3. Su pacto eterno
El pacto de Dios incluye su poder supremo. Pone su mano y sello a la promesa, y como los montes alrededor de Jerusalén, es firme e inamovible. Como es su Nombre, así es su naturaleza: un Dios que mantiene el pacto eternamente. No se reparte a sí mismo como si fuera migas de pan para los pajarillos: unas migas aquí, un mendrugo allá… Te permite reclamar todo lo que tiene. Hace su pacto con todo creyente. Si alguno se quedara solo para batallar según su propia capacidad, los fuertes probablemente tendrían más posibilidades de mantenerse, y los débiles de caer. Pero en el castillo del pacto todos están seguros, porque todos descansan en el poder de su fuerza.
4. Su propio compromiso
Ya que Dios exige nuestra confianza, está obligado a demostrar su fidelidad. Todas sus promesas son sí y amén; por tanto, se ha comprometido a utilizar su poder en nuestra defensa.
¿Adonde podemos huir ante la necesidad o el peligro del pecado, de Satanás o de sus instrumentos, si no es a Dios? “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). Cuando buscas refugio en Dios, puedes estar seguro de que Él no te entregará traicioneramente al enemigo. Tu dependencia de él despierta su omnipotente poder en tu defensa, tan cierto como el llanto del recién nacido despierte a su madre sin importar la hora. Dios ha hecho el mayor juramento que pudiera salir de sus sagrados labios: todos los que huyen a Él encontrarán en Él un refugio, una fuerte consolación (cf. He. 6:17,18). Esto debe dar a tu fe valentía para esperar un refugio tranquilo cuando busques la protección de Dios. Una vez establecido su Nombre y sus promesas como torre fuerte, Dios llama a su pueblo a sus cámaras, y espera que entren y se sientan como en casa.
5. La intercesión de su Hijo
La presencia y actividad de Cristo en el Cielo recuerda a Dios su decisión firme de defender a los santos. Él nos ha prometido que una de las actividades eternas del Salvador en el Cielo es interceder siempre ante el Padre por nosotros. La intercesión es puramente un oficio de misericordia para con los creyentes, a fin de que se les dé lo que necesiten para hacer todo lo que Dios ha prometido. Jesucristo es nuestro embajador para ver que todo discurra entre nosotros y Dios según lo acordado. Aunque Cristo está sentado en su lugar exaltado al lado del Padre, y fuera de la tormenta en cuanto a su propia seguridad, sus hijos se han quedado atrás, en la batalla con Satanás. Ellos permanecen en su corazón y no los olvidará ni por un momento. Véase la prontitud con que envió el Espíritu Santo a los apóstoles después de ascender. Casi en el momento de calentar un poco su asiento al lado del Padre, Cristo ya había enviado al Espíritu para consolar no solo a los primeros cristianos, sino a todo creyente hasta su regreso.
- – – – –
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall