En BOLETÍN SEMANAL
​Cómo deben ser nuestras oraciones (II): La oración nos indica el pulso espiritual del creyente y por este pulso se observa nuestra salud espiritual. Vigilemos continuamente nuestras oraciones privadas; ellas son el tuétano, médula y columna de nuestra profesión cristiana.


«Es necesario orar siempre» «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar.» (Lucas 18:1; 1 Timoteo 2:8).

Nuestras oraciones requieren plenitud. No debemos olvidar las palabras del Señor Jesús censurando a los fariseos quienes, por pretexto, hacían largas oraciones; el Señor nos exhorta a que no recurramos a vanas repeticiones. Pero por otro lado, no olvidemos que el mismo Señor Jesús nos dio vivo ejemplo de largas e intensas devociones perseverando día y noche en oración. No hay duda alguna de que, en lo que a nosotros se refiere, no corremos el peligro de errar por orar demasiado. ¿No es una de las características de nuestro tiempo el que los creyentes oran demasiado poco? Parece que necesitan poco de Dios, que tienen poco que confesar a Dios, poco que pedir y poco que agradecerle. ¡Qué triste es todo esto!

Es muy común oír a los creyentes hablar y lamentarse de que no progresan demasiado en los caminos del Señor. Pero hay motivos para sospechar que la gracia que tienen es, sencillamente, la que han pedido. Tienen poco porque han pedido poco. La debilidad espiritual de estas personas hay que buscarla en sus oraciones tan diminutas, tan míseras y que son pronunciadas con tanta prisa. No tienen porque no piden. Esta estrechez espiritual no viene de Cristo, sino que es culpa de ellos mismos. El Señor dice: «Abre tu boca, y yo la llenaré», pero nosotros somos como aquel rey de Israel: en vez de herir la tierra cinco o seis veces, nos contentamos con tres. (Salmo 81:10; 2 Reyes 13:18-19.)

Nuestras oraciones deben ser específicas. No debemos contentarnos con peticiones generales, por importantes que éstas sean. Debemos especificar nuestras necesidades delante del Trono de la Gracia. No es suficiente confesar que somos pecadores; debemos mencionar los pecados de cuya culpabilidad nos acusa la conciencia. No es suficiente orar para tener santidad de vida; debemos mencionar las gracias que más necesitamos para la santificación. No es suficiente decirle al Señor que tenemos dificultades; debemos detallar y especificar las dificultades que nos oprimen. Esto fue lo que hizo Jacob cuando temía a su hermano Esaú; presentó al Señor exactamente cuáles eran sus temores. (Génesis 32:11.) Esto fue también lo que hizo Pablo cuando le fue dado el aguijón en la carne. (2 Corintios 12:8.) Aquí se encierra la confianza verdadera.

Tendríamos que creer que nada es tan insignificante como para no ser mencionado en nuestras oraciones. ¿Qué pensaríamos del paciente que simplemente le dijera al médico que está enfermo, pero que no mencionara las particularidades de su enfermedad? ¿Qué pensaríamos de la esposa que le dijera al marido que no es feliz, pero sin especificar la causa? No olvidemos que Jesús es el verdadero esposo del alma, y el verdadero médico de la misma. Demostremos que creemos esto por medio de nuestras oraciones. No tratemos de esconder nuestros secretos delante de su presencia; abrámosle de par en par las puertas del corazón.

Hemos de darnos cuenta de la importancia de la oración intercesora. Por naturaleza somos egoístas, y aún después de la conversión el egoísmo parece pegarse a nosotros. Hay en nosotros la tendencia de pensar solamente en aquello que concierne a nuestras almas; ya sea en nuestros conflictos espirituales, ya sea en nuestro progreso en la fe; por lo general nos olvidamos de los demás. Es necesario que luchemos contra esta tendencia particularista. Debemos mencionar también el nombre de otras personas en nuestras oraciones. Deberíamos de llevar el mundo entero en nuestro corazón y orar por los paganos, los católicos, los creyentes evangélicos, nuestro país, nuestra congregación, nuestros amigos. Por todos estos debemos orar, y haciendo esto mostraremos la más alta caridad. El que más me ama es el que más ora por mí.

La oración intercesora redunda para bien de la salud espiritual del alma. Aumenta nuestros afectos y engrandece el corazón. La Iglesia de Cristo se beneficia de todo ello. Y es que toda la maquinaria necesaria para la extensión del evangelio se lubrica con la oración. Tanto hacen por la causa del Señor los que, como Moisés, interceden por la gente en el monte de la oración, como los que, como Josué, están en medio de la batalla misionera. La oración intercesora nos transformará a la semejanza de Jesús. Nuestro Salvador lleva en sus hombros y en su pecho los nombres de los que forman su pueblo; Él es nuestro Sumo Sacerdote delante de Dios. ¡Oh, qué privilegio parecerse a Jesús! Los creyentes que interceden y oran por la gente, son los que verdaderamente ayudan a sus pastores. Si tuviera que escoger el pastorado de alguna iglesia, me decidiría por el de una congregación que ora.

En nuestras oraciones debería brillar la gratitud. La súplica y la alabanza son dos cosas distintas, sin embargo, en la Biblia las encontramos estrechamente ligadas entre sí, y esta unión es tan íntima que si en nuestras oraciones no se encuentra este elemento de gratitud, en realidad no son verdaderas oraciones. No es sin motivo que Pablo dijera: «Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Filipenses 4:6.) «Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Colosenses 4:2).

Es por la misericordia de Dios por la que no estamos en el infierno. Es por la misericordia de Dios por la que tenemos la esperanza del cielo. Es por la misericordia de Dios por la que hemos sido llamados por el Espíritu y no hemos sido abandonados a nuestros propios caminos. Es por la misericordia de Dios por la que todavía estamos vivos y podemos glorificarle y alabarle. Todos estos pensamientos deberían causar profunda impresión en nuestras mentes mientras hablamos con Dios. Deberíamos abrir siempre nuestros labios en oración alabando a Dios por la gracia de la salvación y por su misericordia eterna. La característica de todos los santos eminentes ha sido esta nota de profunda gratitud al Señor. San Pablo da principio a sus epístolas con una nota de gratitud al Señor. Y hombres como Whitefield continuamente han mostrado gratitud al Señor. Si nos mueve el deseo de brillar como luces refulgentes y verdaderas en el día en que vivimos, debemos aumentar este elemento de gratitud en nuestras oraciones.

En último lugar, debemos vigilar nuestras oraciones. La oración, más que cualquier otra actividad de nuestra profesión religiosa, requiere una continua vigilancia. Y es que fue por la oración donde empezó nuestra vida religiosa, es por la oración que puede florecer y madurar y es por la falta de oración que puede decaer. Decidme cómo son las oraciones de una persona, y os diré cuál es su estado espiritual. La oración es el pulso espiritual del creyente y por este pulso se observa nuestra salud espiritual. Vigilemos continuamente nuestras oraciones privadas; ellas son el tuétano, médula y columna de nuestra profesión cristiana. Los sermones, los libros, los tratados, las reuniones de comité, la compañía de gente buena, etcétera, todo esto es importante y de provecho, pero no son sustitutos de la oración. Daos cuenta de aquellos lugares, de aquellas compañías y demás, que os apartan de vuestra vida de comunión con Dios, y hacen que vuestras oraciones sean muy pobres. Estad en guardia. Buscad aquellas amistades y compañías que puedan contribuir a que vuestras almas se preparen mejor y con más celo para la vida de oración; no os apartéis de las tales. Si cuidáis y vigiláis vuestras oraciones, os puedo decir que nada irá mal en vuestras almas.

Los puntos que he expresado en este escrito son para vuestra consideración. Con espíritu humilde os los presento, pues soy el primero en darme cuenta de cuán necesario es que los recuerde y los ponga en práctica. Y estoy convencido de que estos puntos forman parte de la verdad de Dios. De aquí que desee que, no sólo yo, sino también todos los que amo, se percaten de los mismos y los pongan por obra.

La oración es la necesidad apremiante de nuestro tiempo. Los creyentes de nuestro tiempo deberían ser hombres y mujeres de oración. La Iglesia de nuestro tiempo debería ser una Iglesia de oración. El deseo y oración de mi corazón al Señor es que, a través de este escrito, se promueva más el espíritu de oración. ¡Oh! cuánto deseo que los que hasta aquí no han orado, se levanten ahora a orar y a suplicar a Dios; y que los que oran, y han orado, continuamente mejoren y perfeccionen su vida de oración. Amén.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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