En BOLETÍN SEMANAL

Sobre cómo los padres deben disciplinar a sus hijos: El otro medio para ayudar en la disciplina es la corrección, que es de dos tipos: Verbal, mediante palabras y real, mediante el uso de la vara. La primera es la reprensión y debe siempre preceder a la segunda, que se denomina, de forma más habitual y adecuada, corrección o castigo.

A.     La reprensión

La reprensión es una especie de término medio entre la amonestación y la corrección: Es una amonestación fuerte, pero una corrección suave. Es aconsejable usar esta reprensión verbal porque puede ser la forma de impedir [unos azotes], sobre todo en los hijos ingenuos y de buen carácter [“La reprensión aprovecha al entendido, más que cien azotes al necio” (Pr. 17:10)] y porque se puede usar, cuando no sea adecuado [recurrir a los azotes] para la ocasión como en el caso de los hijos que ya son mayores.

Los muchos buenos frutos que el Espíritu Santo indica como procedentes de una debida reprensión, muestran que es un deber del que los padres deberían tomar conciencia si desean fomentar el bien de sus hijos y, mucho más, cuando muchos buenos frutos redundan en los padres que reprenden y también en los hijos que reciben la reprensión. Respecto al beneficio de la reprensión, se dice: “…La enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen” (Pr. 6:23). Proporcionan comprensión (Pr. 15:32) y prudencia (Pr. 15:5). En cuanto al bien del que reprueba, se dice: “Mas los que lo reprendieren tendrán felicidad [Esto quiere decir que tendrán mucha tranquilidad y razón para regocijarse, de modo que no tendrán por qué arrepentirse de lo que han hecho], y sobre ellos vendrá gran bendición” (Pr. 24:25). Es decir, o la bendición de los buenos hombres, que los bendecirán, alabarán y elogiarán, o la bendición de buenas cosas del Señor que los recompensará por este aceptable desempeño de su deber.

Por estas razones, los santos hombres no han escatimado en reprender a sus hijos cuando ha sido necesario (Gn. 9:25; 34:30; 49:4). Aunque Elí hizo, en cierto modo, algo al respecto, por no ser más severo en su deber, provocó destrucción sobre sí mismo y sobre sus hijos (1 S. 2:23)…

B.     La corrección o castigo

Sobre corregir a los hijos: La última y más adecuada clase de corrección, es la real o física, es decir, con la vara. También es un medio designado por Dios para ayudar a la buena educación y crianza de los hijos. Es el último remedio que un padre puede usar, un remedio que puede ser beneficioso cuando ninguna otra cosa lo es.

A través del Espíritu Santo, es expresamente ordenado y también repetido con insistencia con frases como: “Castiga a tu hijo” (Pr. 19:18); “Corrige a tu hijo” (Pr. 29:17); “No rehúses corregir al muchacho” (Pr. 23:13); “Lo castigarás con vara” (Pr. 23:14). Si no hubiera más motivo, con esto basta. El encargo de Dios fue tal motivo para Abraham que habría sacrificado a su hijo (Gn. 22:2-3). ¿No corregirás a tu hijo por mandato de Dios?

El propio ejemplo de Dios también lo recomienda y esto no se expone sólo en unos ejemplos particulares, sino en su trato general y constante con todos, y es una muestra especial y el fruto de su amor. “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo… Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (Heb. 12:6, 8). Que este ejemplo de Dios sea tomado en cuenta porque es de gran peso. ¿Quién puede decir mejor que Dios qué tipo de trato es el más adecuado para los hijos? ¿Quién puede formar mejor a los hijos que Dios? ¿Quién tiene por objeto verdadero el bien de los hijos y quién lo procura más que Dios? Sí; ¿quién tiene más ternura hacia sus hijos que Dios? Si Dios, el Padre de los espíritus en sabiduría y amor trata así con sus hijos, los padres de carne y hueso no pueden demostrar sabiduría y amor actuando de la forma contraria. Su sabiduría será necedad y su amor, odio. Sobre estas bases, se da por sentado que los padres [que se ocupan del bien de sus hijos como deben] castigan a sus hijos, según lo requiera la necesidad, porque se dice: “Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Pr. 3:12)… Como algo sin controversia, se afirma: “Tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban” (He. 12:9).

Las razones de la equidad de este deber conciernen, en parte, a los hijos que reciben la corrección o castigo, y a los padres que la llevan a cabo. En cuanto a los hijos, los libera de mucho mal y hace en ellos mucho bien.

La corrección es como la medicina para purgar la gran corrupción que acecha a los hijos y como una pomada que sana muchas heridas y llagas causadas por su necedad. A este respecto, Salomón afirma: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Pr. 22:15)… Respecto a la operación interna de esta medicina, se dice, además, que la corrección protege a un hijo de la muerte [“No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá” (Pr. 23:13)] y eso, no sólo de la muerte temporal [ya que muchos hijos son protegidos así de la espada del juez], sino también de la muerte eterna [“Librarás su alma del Seol” (Pr. 23:14)]. Observa esto, padre indulgente cuya excesiva suavidad es una gran crueldad. ¿Acaso no consideraríamos como un padre cruel a aquel que viendo a su hijo sufrir enfermedades, furúnculos, llagas y heridas siguiera agravando y aumentando el padecer de su hijo sin darle medicamento ni aplicar apósitos? No, más bien, ¿quién ve a su hijo correr hacia un fuego ardiente o hacia aguas profundas y no lo retiene? Tan cruel y más, son aquellos que soportan ver a sus hijos correr hacia el mal, en vez de corregirlos.

Objeción: ¿Quién puede soportar causarle dolor a su propio hijo?

Respuesta: El fruto futuro debe considerarse más que el dolor presente. Las pociones, las píldoras y las medicinas fuertes provocan náuseas, son amargas y dolorosas; sin embargo, al ser necesario su uso y al prevenir gran mal mediante su utilización, los padres sabios no se abstendrán de ellos por la amargura y el dolor perceptibles. El Apóstol responde pues, de manera adecuada a esa objeción: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Heb. 12:11).

Esto puede aplicarse a las correcciones paternas, así como a las de Dios. Salomón observa el bien que le produce a los hijos esa corrección, en frases como estas: “La vara… [da] sabiduría” (Pr. 29:15) porque les hace ver lo que es bueno, malo, elogiable y reprochable. Y, de manera consecuente, les enseña a hacer el bien y dejar el mal, que es una gran característica de la sabiduría.

Respecto a los padres, corregir o castigar debidamente a sus hijos, los libera de muchos inconvenientes y les proporciona gran calma. 1. Les evita muchos dolores porque muchas amonestaciones repetidas con frecuencia e inculcadas una y otra vez, no servirán tanto para que muchos hijos presten atención al consejo íntegro y bueno como una pequeña corrección o castigo. Son mucho más sensibles al dolor que a las palabras. 2. Les evita mucho sufrimiento, vergüenza y disgustos porque “el hijo necio es pesadumbre de su padre, y amargura a la que lo dio a luz” (Pr. 17:25). Es la vara de la corrección la que los aparta de la necedad (Pr. 22:15) y evita así, ese dolor y amargura. 3. Los libera de la culpa del pecado de sus hijos para que no sean cómplices como lo fue Elí (1 S. 3:13). Y es que la corrección o castigo es el último remedio que un padre puede usar: Si con ella no consigue nada bueno, se presupone que ha realizado su máximo esfuerzo. A este respecto, aunque el hijo muera en su pecado, el padre habrá librado su propia alma.

Salomón indica, así, la tranquilidad que reciben los padres al corregir a sus hijos: “Corrige a tu hijo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Pr. 29:17) porque los hijos bien educados y mantenidos en sobrecogimiento filial mediante la corrección, se comportarán de manera que sus padres puedan descansar con cierta seguridad sin preocuparse [como lo hacen cuando los hijos son dejados en libertad]. Sí, como árboles bien podados y terreno bien labrado, producirán un fruto agradable y abundante; y sus padres tendrán justa razón de regocijarse en ellos.

Un consejo

Un consejo para los padres en cuanto a corregir o castigar a sus hijos: Para hacer un uso adecuado de esta medicina fuerte de la corrección, los padres deben considerar el asunto por el que la emplean y su forma de corregir.

1. El asunto

En cuanto al asunto, se han de observar estas tres cosas:

 1. Que estén seguros de que se ha cometido una falta y que, por tanto, hay una causa justa para aplicar la corrección o castigo. De no ser así, se provocaría más daño que beneficio. Si se aplica una medicina fuerte donde no hay llaga, se producirá una. Si se ejerce la corrección de forma injusta, podría provocar a ira y el provecho sería muy poco o ninguno. Aquí es donde se cuestiona a los padres terrenales y donde son distintos a Dios, porque muchas veces corrigen según su parecer (He. 12:10) y esto es motivo de gran injusticia.

2. Que la falta se dé a conocer al hijo corregido y que parezca convencido de ella. La corrección debe ser para enseñarle y esto no podría ser así, a menos que el hijo sepa por qué se le está corrigiendo. Y es que, si desconoce su falta, para él es lo mismo que si lo disciplinaran sin haber cometido incorrección alguna. En el principio, Dios procedió así con la serpiente, con Eva y con Adán (Gn. 3:11). Así se comportan los jueces cuando castigan a los malhechores. Sí así tratan los hombres a un perro, ¿no deberían hacerlo con mucha más razón con un hijo?

3. En especial, que sean faltas que los padres puedan demostrar a sus hijos [si al menos tienen el buen juicio necesario] que van en contra de la Palabra de Dios, como decir palabrotas, mentir, pequeños hurtos y cosas por el estilo porque (1) estas son faltas muy peligrosas y, por tanto, deben purgarse con mucho más cuidado. (2) El hijo corregido se convencerá mejor así de su falta, se condenará más a sí mismo y soportará la corrección con mayor contentamiento.

 2. La manera

Respecto a la manera de corregir, se han de observar cuatro normas generales y cuatro particulares. Las generales son estas:

  1. Se debe tener en cuenta la forma en que Dios corrige a sus hijos y, en particular, la forma en que Él disciplina al padre mismo. No se podría proporcionar mejor directriz general porque el patrón divino es una norma perfecta.
  2. Los padres deben orar por sí mismos y por sus hijos. Por sí mismos para ser dirigidos en la aplicación de la corrección y por sus hijos para que, por medio de ella, lleguen a ser mejores. Así actuarán los buenos médicos a la hora de administrar el medicamento. En todos los deberes se debe usar la oración y, de manera especial, en éste porque es fácil que el padre caiga en un extremo u otro, en parte por su propia ira desmedida y por medio de la impaciencia del hijo. No se debe imponer sobre todos el que cada vez que tomen la vara vayan y hagan una solemne oración, sino que eleven el corazón en busca de dirección y bendición.
  3. La corrección debe administrarse en amor. Todas las cosas han de hacerse en amor (1 Co. 16:14) y cuánto más ésta que conlleva una manifestación de enojo y odio… Dios corrige a sus hijos en amor y así deben hacerlo también los padres. El amor hará que ejerzan la corrección con ternura y compasión.
  4. La corrección debe administrarse con un estado de ánimo suave, cuando los afectos están bien ordenados y no perturbados por la ira, la cólera, la rabia, la furia y otras pasiones semejantes. Las pasiones agitadas arrojan neblina sobre el entendimiento, de manera que un hombre no puede discernir lo que es suficiente o lo que es demasiado. Cuando se agita el enardecimiento, la corrección debe aplazarse. Dios corrige en su justa medida.

Las normas particulares son estas:

  1. Se ha de respetar el debido orden. La corrección de palabra (reprensión) debe ir antes que la que se aplica con la vara. “Yo reprendo y castigo” (Ap. 3:19). Por tanto, un padre demostrará que no se deleita en castigar a su hijo; es la necesidad de hacerlo la que lo lleva a ello. De este modo, el padre actúa como Dios, quien no mortifica voluntariamente (Lm. 3:33). Cuando los médicos administran un medicamento fuerte, antes preparan al paciente; la reprensión puede ser como esa preparación. Los buenos y compasivos cirujanos probarán cualquier otro medio antes de abrir y cauterizar.
  2. Hay que tener el debido respeto hacia la parte corregida. Si es joven y tierno, se ha de usar una corrección más ligera. Salomón menciona con frecuencia una vara como algo adecuado para un hijo porque es el castigo más ligero. Por consiguiente, si el hijo es de disposición flexible e ingenuo, endeble, la corrección debe ser consecuentemente moderada. Si está bien desarrollado y, además es difícil y obstinado, la corrección puede ser más severa.
  3. Se debe tener el debido respeto por la falta. Los pecados que van directamente en contra de Dios, descarados, notables y escandalosos, que son conocidos y que se cometen con frecuencia, con los que han crecido y que se han convertido en una costumbre deben ser corregidos con mayor severidad.
  4. El padre debe considerar sus propias faltas al corregir las de su hijo para que se forje en él mayor compasión.

Tomado de Domestical Duties (Los deberes domésticos), Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.

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William Gouge (1575-1653): Pastor puritano inglés, teólogo y autor.

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