En BOLETÍN SEMANAL
​Cómo distinguir la verdad: Cualquier persona que lea o viaje mucho, se dará cuenta de que existe una vasta área de opiniones distintas y aun contrarias, entre la gente que se considera cristiana. En asuntos tan importantes como es el de la salvación, las afirmaciones son contrarias. Todo esto resulta muy confuso. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo saber la verdad?


«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).

El Señor, Dios, conoce las debilidades y enfermedades de nuestra naturaleza caída. Él sabe que, aún después de la conversión, nuestro sentido de lo que es bueno o malo dista mucho de ser claro y preciso. Él sabe de qué manera tan artificiosa Satanás puede dorar el error para darle apariencia de verdad y de qué manera sabe adornarlo con toda clase de argumentos para hacernos caer en el engaño. Y es por esta razón que Dios nos ha dado una norma infalible de verdad y error y se ha cuidado bien de que esta norma se guardara en forma escrita en un libro: La Biblia.

Necesitamos en todo momento el consejo y aviso de un guía infalible para nuestra fe y para nuestra vida práctica. No somos como las bestias del campo, sin alma y sin conciencia; constantemente nos vemos asaltados por preguntas difíciles e intrincadas. Con frecuencia el hombre se pregunta: «¿Qué es lo que debo creer? ¿Qué es lo que debo hacer?»

El mundo está lleno de dudas con respecto a puntos doctrinales. La casa del error se erige junto a la de la verdad; las puertas son parecidas, de modo que el riesgo de que nos equivoquemos es constante. Cualquier persona que lea o viaje mucho, se dará cuenta de que existe una vasta área de opiniones distintas y aun contrarias, entre la gente que se considera cristiana. En asuntos tan importantes como es el de la salvación, las afirmaciones son contrarias. Tanto católicos, como protestantes; modernistas como russelistas, reiteran para sí la posesión de la verdad. Todo esto resulta muy confuso. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo saber la verdad?

Esta pregunta sólo admite una respuesta: el hombre debe hacer de la Biblia su única norma para distinguir la verdad del error, tanto en lo doctrinal como en lo que atañe a la vida práctica. No debe aceptar ni creer nada, a menos que esté en las Escrituras. Todas las enseñanzas y doctrinas religiosas deben pasar el examen de la Escritura. «Qué dice la Escritura?» -debería ser siempre nuestra pregunta.

¡Cuánto desearía que los ojos del pueblo estuvieran más abiertos a este tema! Que la gente aprendiera a sospesar sermones, libros, opiniones, y ministros, en las balanzas de la Biblia. Esta es la cuestión. Si se contiene en la Escritura entonces debe aceptarse y creerse, de no ser así se debe rechazar. ¡Cuán triste es la manera de proceder de tanta y tanta gente! Creen una cosa, sencillamente «porque lo dice el cura.” ¡Oh, si supieran la razón por la cual Dios nos dio la Biblia!

No todas las doctrinas que se predican en nuestras iglesias son uniformes; en una se predica y se enseña cierta doctrina; en otras lo contrario. Las dos doctrinas no pueden ser verdaderas, y por consiguiente deben ser examinadas a la luz de la Biblia. El verdadero ministro del evangelio desea que su congregación compruebe la ortodoxia de su predicación a la luz de la Biblia. Pero el falso ministro irá en contra de esta práctica tan noble, y dirá a sus feligreses: «No tenéis derecho a hacer uso de vuestro juicio privado. Dejad la Biblia a nuestra interpretación, ¡por algo hemos sido ordenados!» El verdadero ministro dirá a las gentes: «Escudriñad las Escrituras, y si lo que os enseño no es bíblico, no me creáis». En esto se distinguen los falsos ministros de los verdaderos. El falso dirá: “¡Oídnos a nosotros! ¡Oíd a la Iglesia!» El verdadero ministro dirá: «Oíd la Palabra de Dios.”

Pero no es sólo sobre puntos doctrinales que impera confusión en el mundo; sino también en los puntos que hacen referencia a la vida práctica. El creyente se da cuenta de que el sendero de su obligación está lleno de preguntas y alternativas dificilísimas; y a menudo le resultará casi imposible ver y distinguir lo bueno de lo malo. Cosas que con naturalidad se hacen entre la gente del mundo y de las cuales depende, en gran parte, el beneficio del negocio o profesión, para el cristiano constituirán motivo de duda y perplejidad. “¡Puedo yo hacer esto?», se preguntará. El asunto de las diversiones a menudo ocasiona perplejidad en el creyente. «¿Puedo ir al fútbol, al cine, al teatro?» Y al ver que el número de gente que acude a estas diversiones es tan elevado, se pregunta de nuevo: «¿Pero es posible que toda esta gente esté equivocada?” «¿Son en realidad malas estas diversiones?” ¿A dónde apelará el creyente para disipar de su mente todas estas dudas?

También en lo que concierne a la educación e instrucción de sus hijos, el creyente se verá enfrentado con un sinfín de alternativas. ¿Cómo podrá instruirlos religiosa y moralmente? ¿Puede hacer caso de los consejos de sus amigos, y dejar que sus hijos crezcan sin demasiados frenos en lo que a sus deseos y diversiones se refiere? ¿Puede seguir el ejemplo de ese o de aquel padre que así educa a sus hijos? ¿Qué hará el creyente para solventar todas estas dudas?

Sólo hay una respuesta a todas estas preguntas. El creyente debe hacer de la Biblia su regla de conducta. Los principios y normas de la Biblia deben ser la brújula para encauzar sus decisiones por los verdaderos derroteros de la vida. ¿Qué dice la Escritura? “¡A la ley y al testimonio!» No debe preocuparse por la manera de actuar de la gente, ni por las ideas que de lo bueno o de lo malo pueda tener la masa; en la Palabra de Dios se encuentran los derroteros de conducta a seguir.

No obremos ni decidamos de una manera contraria a los principios de la Biblia. No nos preocupemos si por ello se nos acusa de cerrados y fanáticos. Recordemos que servimos a un Dios celoso y estricto, y que la Biblia, además de mostrarnos el camino de salvación, nos fue dada para dirigir el curso de nuestra conducta. También por la Biblia un día seremos juzgados; aprendamos, pues, ahora a ser juzgados por ella; no sea que un día nos condene.

Es sobre esta decisiva regla de fe y práctica que te estoy hablando. Tiene importancia lo que haces con la Biblia. Viendo tanto peligro, a tu izquierda y a tu derecha, deberías considerar el uso que haces de la carta de seguridad y protección que Dios te ha dado, la Biblia. Te ruego y suplico que contestes a esta pregunta: ¿Qué haces con la Biblia? ¿La lees? Y si la lees, ¿CÓMO LA LEES?

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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