El matrimonio es un paso de importancia incalculable y nunca debiera tomarse sin la más grande consideración y cautela. Si los deberes de la vida matrimonial son tan numerosos y de tanto peso, y si el cumplimiento correcto de estos, al igual que la felicidad de toda nuestra vida… dependen, como necesariamente sucede en gran medida, en la elección que hacemos de un marido o una esposa, entonces procuremos que la razón determine la consideración con la que tenemos que contemplar esta unión.
Es obvio que ninguna decisión en toda nuestra existencia terrenal requiere más calma que ésta, pero la realidad es que, rara vez, tal decisión es el resultado de un análisis desapasionado, sino que, por lo general, las ilusiones falsas y las pasiones son las que determinan el rumbo que la pareja toma. Gran parte del sufrimiento y el crimen que flagela a la sociedad es el resultado de matrimonios mal constituidos. Si se permite que la mera pasión sin prudencia o los deseos sexuales sin amor guíen la elección de la pareja, es lógico ir al matrimonio erróneamente con consecuencias desastrosas. Con cuánta frecuencia son sólo la pasión y la concupiscencia las que se consultan… Si esto sólo afectara a la pareja casada, sería de menos consecuencia, estaría en juego algo de menos valor, pero el bienestar de la familia, no sólo para este mundo, sino también para el venidero, al igual que el bienestar de sus descendientes por incontables generaciones, depende de esta unión. En el ardor de la pasión, son pocos los que están dispuestos a escuchar los consejos de la prudencia. Quizá no haya consejos, hablando en términos generales, que más se descarten que aquellos sobre el tema del matrimonio. La mayoría, especialmente si ya están encariñados con alguien que seleccionaron, aunque no se hayan comprometido de palabra, seguirán adelante cegados por el amor a la persona errada que eligieron… Tratar de razonar en estos casos, es perder el tiempo. Hay que dejarlos para que se hagan sabios de la única manera que algunos adquieren sabiduría: Por dolorosa experiencia. Ofrecemos las siguientes exhortaciones a los que todavía no se han comprometido y que están dispuestos a escuchar nuestros consejos.
- Por el consejo de tus mayores
En lo que a casarse se refiere, guíate por el consejo de tus mayores. Tus progenitores no tienen el derecho de elegir tu pareja, ni tú debes elegirla sin consultarles a ellos. Hasta qué punto tienen ellos autoridad de prohibirte casarte con alguien que no aprueban es una cuestión casuística, muy difícil de determinar. Si eres mayor de edad y cuentas con los medios para mantenerte a ti mismo o si la persona con quien piensas unirte cuenta con ellos, tus padres sólo pueden aconsejarte y tratar de convencerte. Pero hasta que seas mayor de edad, tienen la autoridad de prohibirte. Es irrespetuoso de tu parte comenzar una relación sentimental sin su conocimiento y de continuarla si te la prohíben. Admito que sus objeciones siempre debieran basarse en razones válidas, no en caprichos, orgullo o codicia. Cuando éste es el caso y los hijos, siendo mayores de edad, actúan con prudencia, devoción y amor, de hecho tienen que dejarlos que tomen sus propias decisiones.
No obstante, donde las objeciones de los padres tienen un buen fundamento y muestran clara y palpablemente razones para prohibir una relación, es el deber incuestionable de los hijos y, especialmente las hijas, renunciar a ella. La unión en oposición a las objeciones de un padre o madre discreto raramente es una feliz. La copa agria se hace aún más agria por la recriminación propia. ¡Cuántas desgracias de este tipo hemos visto! ¡Cuántas señales hay, si al menos los jóvenes les hicieran caso, para advertirles contra la necedad de ceder al impulso de un compromiso imprudente y seguir adelante con él a pesar de los consejos, las protestas y la prohibición de sus padres! Rara vez resulta esa relación en otra cosa que no sea infelicidad, la cual los padres ya habían previsto desde el principio. Dios parece emitir su juicio y apoyar la autoridad de los padres confirmando el desagrado de ellos con el suyo propio.
- 2. Basado en el compromiso mutuo
El matrimonio debe, en todos los casos, basarse en el compromiso mutuo. Si no lo hay antes del matrimonio, no se puede esperar que lo haya después. Los enamorados, que se supone deben estarlo todos los que esperan unirse, si no tienen amor, no pueden esperar ser felices. En este caso, la frialdad de la indiferencia muy posiblemente se convierta pronto en antipatía. Tiene que haber un sentimiento personal de querer estar unidos. Si hubiera algo, aun exteriormente, que produce disgusto, la voz de la naturaleza misma hasta prohíbe anunciar el compromiso matrimonial. No digo que la belleza física o la elegancia sean necesaria. A menudo ha existido un fuerte amor sin estas. No me corresponde determinar que es absolutamente imposible amar a alguien que tenga una deformidad, pero, ciertamente, no nos debemos unir con alguien así, a menos que podamos amarlo o, por lo menos, estar tan atraídos por sus cualidades mentales que su físico deja de tener importancia ante la hermosura de su mente, corazón y manera de ser. En suma, lo que argumento es que proceder a casarse a pesar de una antipatía y repulsión es irracional, vil y pecaminoso.
El amor debe incluir la mente tanto como el cuerpo porque estar atraído hacia alguien sencillamente por su belleza es enamorarse de una muñeca, una estatua o una foto. Tal enamoramiento es lujuria (Fornicación emocional) o fantasía, pero no un afecto racional. Si nos atrae el físico, pero no la mente, el corazón y la manera de ser de la persona, nuestros sentimientos se basan en la parte menos importante de ella y, por lo tanto, algo que para el año próximo puede cambiar totalmente. Nada se desvanece con más rapidez que la belleza. Es como el renuevo delicado de una fruta atractiva que, si no tiene buen sabor, es arrojado con disgusto por la misma mano que lo arrancó. Dice un proverbio que los atractivos internos de la mente aumentan al ir conociendo mejor a alguien, mientras que los atractivos exteriores van menguando. Mientras lo primero nos lleva a aceptar un aspecto poco agraciado, lo segundo incita, por el contraste, a una aversión por lo insípido, la ignorancia y la falta de corazón que ha resultado de esa unión, que es como una flor muy llamativa, pero sin aroma que crece en el desierto. En lugar de jugarnos nuestra felicidad juntando estas malezas florecidas y poniéndolas en nuestro regazo, preguntémonos cómo se verán dentro de algunos años o cómo adornarán y bendecirán nuestro hogar. Preguntémonos: ¿Acompañará a este semblante una comprensión que le haga apto/a para ser mi compañero/a e instructor/a de mis hijos? ¿Tendrá la paciencia para tolerar mis debilidades, amablemente consultar mis gustos y con afecto procurar mi confort? ¿Me complacerá su manera de ser en privado, al igual que en público? ¿Harán sus costumbres que mi hogar sea placentero para mí y mis amigos? Tenemos que analizar estas cuestiones y controlar nuestra pasión para poder razonar pragmáticamente y formarnos un criterio inteligente.
Éste pues, es el amor sobre el cual ha de basarse el matrimonio: Amor por la persona integral, amor por la mente, el corazón y su manera de ser, al igual que por su aspecto exterior, amor acompañado de respeto. Sólo este cariño es el que puede sobrevivir la fascinación de lo novedoso, los estragos de las enfermedades y del tiempo. Sólo éste puede mantener la ternura y exquisitez del estado conyugal de por vida como fue la intención de Aquel que instituyó la unión matrimonial: Que fuera de ayuda y confort mutuo.
¿Qué palabras hay, que sean suficientemente fuertes y expresen la indignación con que rechazamos esos compromisos, tan indignos y, no obstante tan comunes, por los que el matrimonio se convierte en una especulación monetaria, un negocio, una cuestión meramente de dinero?… Los jóvenes mismos deben tener muchísimo cuidado de no dejar que las persuasiones de otros, ni un impulso de su propia concupiscencia, ninguna ansiedad por ser independientes, ninguna ambición de esplendor secular, los lleve a una relación que no sea por puro y virtuoso amor. ¿De qué valen una casa grande, muebles hermosos y adornos costosos si no hay amor conyugal? “¿Es por estas chucherías, estos juguetes?”, exclama al despertar el corazón atribulado demasiado tarde en medio de alguna triste escena de infelicidad doméstica. “¿Es para esto que me he vendido y he vendido mi felicidad, mi honor?”.
¡Ah, hay en el afecto puro y mutuo una dulzura, un encanto y un poder para complacer, aunque sea en la más humilde de las viviendas, mantenido en medio de la pobreza teniendo que lidiar con muchas dificultades! Comparado con esto, la elegancia y brillantez de un palacio oriental no son más que una de las enramadas del Huerto de Edén…
Escrito por John Angell James (1785-1859)