La cuestión que tenemos que afrontar ahora es más difícil. Es cierto que no siempre es concedido aquello por lo que se ha suplicado, pero no obstante, la oración ha sido oída. Cristo rogó que la copa pasara de Él, lo que pidió fue que la copa fuera quitada totalmente, pero con sujeción a la voluntad de Dios, mas, en cuanto al cumplimiento del consejo de Dios, era imposible que se pasara por alto este propósito eterno. Dios le oyó, pero Cristo se sometió a la voluntad de su Padre aceptando ser llevado a la muerte de Cruz para pagar el precio del rescate de su pueblo. Sin embargo, se aprecia claramente lo contrario en cuanto a Moisés con respecto a su ida a Canaán: "Oré a Jehová ... mas Jehová se había enojado contra mí . . . por lo cual no me oyó" (Deut. 3:23-26).
Pasemos a los medios para pacificar y encaminar el corazón en cuanto a aquellas oraciones en que lo que se pidió no ha sido concedido.
1. ¿Cómo compusiste la oración pidiendo lo que se te negó? ¿Pediste de modo absoluto y perentorio, como si fuera sencillamente lo mejor para ti? En tal caso no debe extrañarte que esta oración haya sido rechazada, pues en ella excediste el mandamiento. Pero, si oraste condicionalmente, diciendo «si», como Cristo hizo: «Si es posible» (ejemplo que constituye poderoso motivo para esta clase de oraciones), y «hágase tu voluntad y no la mía», de modo que lo pusiste en manos de Dios y confiaste en su juicio al respecto, y no en el tuyo; si sólo se lo presentaste, como era tu deber, según tú mejor lo entendías, y dejaste que la cuestión fuera decidida por Él en su voluntad y sabiduría, entonces tu oración podrá recibir plena atención y respuesta. Si lo suplicado no se concede, has de interpretar que el intento y la mente de Dios se revelan en el curso de los eventos, sea como fuere, en ventaja tuya; pues de otro modo Cristo no hubiera sido oído, cuando no obstante el texto dice que «fue oído por su temor reverente» (Hebreos 5:7).
2. Observad si la negativa contiene una salvedad en espera de un posterior y más grande beneficio, el cual exigía esta negativa previa.
a) Algunas veces, el no sernos concedido lo que hemos suplicado, impide que nos sobrevenga una aflicción, una dolorosa cruz. Si hubiéramos alcanzado algunos de nuestros deseos, hubieran causado, a veces, nuestra ruina. Por ejemplo, fue una bendición que a David le fuera quitado su hijo, a pesar de que tanto interés tenía en que viviera. Aquel hijo, que no habría sido otra cosa que un testimonio viviente, recuerdo de su infamia. Fue también misericordioso para David que Absalón (por quien sin duda había orado mucho pues lo amaba en gran manera), fuera quitado, pues, de haber vivido, habría quizá sido su destrucción y la de su casa.
b) Muchas veces la misma denegación quebranta el corazón de un hombre y le acerca más a Dios; le induce a escudriñar sus propios caminos y su condición, y a ver qué es lo que había de malo en sus oraciones; lo cual, por sí solo, es ya un gran beneficio, y mejor que lo que pidió. Por la pérdida experimentada, aprende a orar mejor, y por tanto, a alcanzar cien cosas mejores después. Cristo deseó que la copa pasara de Él; no fue así, y ello constituyó el fundamento de nuestra salvación, y el camino de Su glorificación, pues había de pasar por aquel padecimiento para alcanzar la gloria. En el caso de la mujer enferma de flujo de sangre, aunque usó muchos medios, y quizás entre ellos las oraciones, todo fue en vano, con el objeto de que, al fin, pudiera venir a Cristo y recibir a la vez sanidad de cuerpo y alma.
3. Observad si un cambio de lo deseado se traduce en una mayor bendición de la misma especie; pues Dios, cuyos caminos todos son misericordia y verdad para con su pueblo, prospera, cuida y guarda las preciosas oraciones de ellos, empleándolas con el máximo provecho en aquello que producirá mayores ganancias. Así como el anciano Jacob no impuso las manos en bendición como José hubiera querido, sino que puso la derecha sobre el hijo menor, que José había colocado a su izquierda; así también a menudo Dios aparta la mano de su bendición de aquello que pedíamos, y la pone en otra cosa que nos beneficia más. Al dar Dios a Isaac el poder y privilegio de bendecir a un hijo, aunque Isaac lo quería para Esaú, Dios, sin él saberlo, lo transmitió a Jacob; mas la bendición, con todo, no se perdió. Así ocurre en nuestras oraciones pidiendo bendición sobre nosotros mismos y sobre otros. A menudo hay un cambio, mas nunca frustración. Esto puede llamarse tan ciertamente respuesta a la oración como cuando un agente en ultramar, habiendo pedido el propietario tales y cuales mercaderías, por suponerlas más vendibles y ventajosas, él, que conoce la situación y los precios, envía no lo pedido, sino lo que mejor se venderá y más beneficio traerá; y con todo, se dice que ha contestado a las cartas, y mejor que si hubiese enviado exactamente lo que el dueño de la empresa pidió. Así vemos que las oraciones de Abraham por Ismael fueron aplicadas a Isaac; y las de David por su hijo, a Salomón.
4. Observa si a fin de cuentas Dios no te responde conforme al principio esencial de tu oración; es decir, fíjate en si aquel santo intento, fin y afecto que te guiaba en la oración, no es finalmente atendido, aunque no fuere en aquello que pediste; pues Dios responde conforme a lo importante de la oración. Cuando un general es enviado al frente de un ejército, el rey o el gobierno le dan instrucciones en cuanto a cómo ordenar, disponer y dirigir la contienda; pero en lo que respecta a los detalles particulares, al no poderse prever las cosas, no se pueden dar tampoco instrucciones suficientemente concretas. En vista de ello, el general se aparta de ellas, pero siguiendo siempre en lo esencial el intento de lo que se le encargó; es decir, que haciendo lo más ventajoso para alcanzar sus fines, se dice de él que ha cumplido el encargo. Como se dice de la ley, mens legis est lex (el espíritu de la ley es la verdadera ley), y no las meras palabras impresas; de modo que el intento del Espíritu es la verdadera oración (Romanos 8:27), y no simplemente las cosas pedidas, por cuyo medio expresamos nuestros deseos. Así pues, el sentido, el intento, la esencia de nuestras oraciones recibirán respuesta.
Aclaremos esto: los principales fines e intentos de nuestro corazón en las oraciones son la gloria de Dios, el bien de la iglesia, y nuestro propio consuelo y felicidad particular. Es lógico que queramos consuelo; y cuando un hombre confía y vela, aguardando la concesión de un favor determinado, que cree tiende en gran manera a glorificar a Dios y a hacerle feliz a él, y este beneficio le es denegado, Dios, a pesar de todo, le contestará conforme al intento de sus oraciones. La gloria de Dios ciertamente será ensalzada precisamente por su oración, de alguna otra manera, y vendrá su consolación, lo cual es deseo común de toda la humanidad. Tendrás ciertamente consolación, sea lo que sea lo que te la traiga. Dios cuidará de que aquel consuelo que tu alma deseaba te venga de una manera u otra, con lo cual podrás decir que tus oraciones han sido oídas. Cuando Dios cumple sus promesas es que oye las oraciones; las mismas razones tiene para hacer una cosa que para hacer otra. El ha prometido: «El que deja a su padre y a su madre, tendrá cien veces tanto». No en especie, como decimos; esto no siempre puede cumplirse materialmente, pues no se pueden tener cien padres. Dios, por tanto, no lo cumple siempre literalmente, sino de otras maneras mejores.
Moisés oró pidiendo poder entrar en Canaán; Dios respondió conociendo lo esencial de esta oración, aunque no en la forma expresada por las palabras, y la respuesta fue para consuelo de Moisés y gloria Suya. Dios le llevó al cielo, que es la verdadera Canaán (de la cual la Canaán terrena era sólo tipo), y designó a Josué, el hombre relativamente joven, a quien Moisés mismo había enseñado y criado como discípulo, siervo y acompañante (Números 11:28), para llevar al pueblo a la tierra prometida. Esto redundó más a gloria de Dios, pues Josué había de ser entonces tipo de Cristo conduciéndonos al cielo, a donde la ley, de la cual Moisés era tipo, no pudo llevarnos, a causa de su flaqueza. Siendo, pues, Josué más joven que Moisés, era más idóneo para tal menester; además, era demasiado, para la gloria de Dios, el que un sólo hombre lo hiciera todo; de modo que, si bien Moisés deseó tener este honor, en cuya consecución le había ayudado, el serle concedido a Josué, a quien él había enseñado e instruido, ya que era el hombre que debía llevarlo a cabo, fue para Moisés honor casi tan grande como si él mismo hubiera sido el caudillo en vez de Josué. Asimismo David, cuando quiso construir el templo y casa para Dios, Este se lo denegó, pero le honró haciéndole preparar los materiales y diseñar el modelo, y también en que fuera su hijo el que lo hiciera. En esto fue Salomón otro tipo de Cristo, por ser príncipe de paz, pues David era hombre de sangre y guerra; y Dios aceptó de modo similar esto en David, como si lo hubiera construido él, recompensándole al hacer recaer tan gran honor sobre su hijo. Dios oyó su oración.