Lo peor que puede hacer el enemigo es darnos muerte o meternos en una prisión; pero “fuerte como la muerte es el amor” (Cnt. 8:6). Este mata el corazón de la muerte misma. El amor no se queja del sufrimiento: Jacob soportó el calor del día y el frío de la noche por amor a Raquel. El amor es sufrido: Jonatán desechó un reino y se enfrentó a la ira de su padre por amor a David. El amor nunca se considera perdedor mientras conserve a su amado; está dispuesto a correr cualquier peligro a fin de poderse sacrificar por su elegido.
Esta clase de amor ha hecho a los cristianos abandonar bienes terrenales, relaciones familiares y hasta su propio cuerpo con gozo, sin considerarlo una pérdida. “Menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Ap. 12:11). La vida misma fue su enemiga al interponerse entre ellos y la verdad.
Nadie ama su brazo o su pierna lo bastante como para conservarlo si corre peligro el resto de su cuerpo, sino que estará de acuerdo en dejar que se lo corten. Así mantuvo David valientemente sus prioridades cuando peligraba su vida: “Los impíos me han aguardado para destruirme; mas yo consideraré tus testimonios” (Sal. 119:95). Un corazón carnal consideraría el peligro para su negocio, esposa e hijos, o por lo menos para su propia vida. Pero el corazón de David estaba fijo en un tema mejor: se concentraba en los testimonios de Dios y en la dulzura que invadía su alma al meditar en ellos. Cuanto más se aferraba a la verdad, tanto más pequeños parecían hacerse sus problemas.
Es un misterio para el mundo que uno arriesgue su vida por lo que según ellos solo son opiniones. Cuando el Salvador le dijo a Pilato que había venido al mundo “para dar testimonio de la verdad”, Pilato respondió: “¿Qué es la verdad?” (Jn. 18:38). Es como si le dijera: “¿Es momento de pensar en la verdad cuando tu vida corre peligro? ¿Qué es la verdad, a fin de cuentas, para que arriesgues tanto por ella?”. El cristiano lleno de la gracia de Dios más bien preguntaría con santo desdén: “¿Qué son las riquezas, los honores y los placeres temporales de este mundo engañoso? ¿Qué es la vida misma, para que algunas o todas estas cosas se opongan a la verdad?”
Todos se dirigen adonde los lleva su amor. Si el mundo es dueño de tu amor, entregarás tu vida por él; pero si la verdad es su dueña, entonces interpondrás la vida antes que dejarla mutilar. Cuida de que tu amor a la verdad sea íntegro, o te abandonará a la puerta de la prisión. Hay tres clases de impostores cuyo amor no sobrevivirá a la prueba del fuego.
Embaucadores que utilizan la verdad:
- Los que emplean la verdad para su beneficio carnal
A veces la verdad recompensa muy bien en moneda de este mundo a quienes la cuidan, lo cual es un arreglo provechoso que hace que muchos la inviten. Estas personas no aman realmente la verdad, sino solo sus zarcillos de diamante. En la época de Enrique VIII, muchos mostraban celo contra las abadías, pero amaban más los terrenos de estas que odiaban su idolatría.
La verdad encuentra muy pocos que la amen por ella misma. Solo estos pocos sufrirán con la verdad y por su causa. Cuando se acabe la dote mundana, los infieles se aburrirán de su unión con la verdad. El fuego del hogar no arde más tiempo que la leña con que el provecho lo aviva. Si no puedes amar la verdad desnuda, no estarás dispuesto a ir desabrigado por ella. Si no puedes amar la verdad en desgracia, no querrás ser desgraciado por ella.
2. Los que hablan de la verdad sin vivirla
A menudo la gente no deja que la verdad se les acerque. La recomiendan, pero son como aquella mujer que entretiene a un galán y habla bien del mismo, sin embargo no se le ocurre casarse con él. Besar y acariciar es una cosa, pero el amor verdadero es otra. Bucholcerus dijo que muchos besan a Cristo pero pocos lo aman. El verdadero amor a Jesús significa la unión más santa. Cuando un alma se rinde por una atracción interior a Cristo como esposo, para ser gobernada por su Espíritu y dirigida por su Palabra de verdad, es que realmente lo ama a Él y su verdad.
El que se niega a obedecer la verdad, sin embargo, está tan lejos de amarla que termina temiéndola. La perseguirá antes que padecer por ella. Jerónimo lo dice así: “Odiamos a los que tememos, y queremos destruir a los que odiamos”. Herodes temía a Juan, y ese temor le costó la vida al hombre de Dios. El temor hace que el corazón duro confine la verdad en su conciencia, porque si la verdad tuviera libertad y autoridad en el alma, ejecutaría toda pasión ardiente que gobierna allí. El que encarcela la verdad en su propio corazón nunca será encarcelado como testigo de la verdad.
3. Los que no tienen celo contra los enemigos de la verdad
El amor siempre va armado de celo; y está listo para sacar esa daga contra todos los enemigos de la verdad. El celo es como el fuego: si se encierra en el corazón de un cristiano y no puede salir para castigar la maldad, arde interiormente, entristeciendo y consumiendo el espíritu del creyente por no rescatar la verdad de la estampida de la blasfemia y el error.
No es ningún gozo para el amante celoso sobrevivir a su amada; antes prefiere echarse con ella en la tumba polvorienta que vivir solitario sin ella. Cuando Cristo le dijo que Lázaro había muerto, Tomás replicó: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Jn. 11:16). La melancolía por vivir tiempos malos suscitó la oración solemne de Elias pidiendo la muerte: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 R. 19:4). El santo Profeta veía a los hombres cortejar a los idólatras y matar a los siervos de Dios. Y decidió que era mejor abandonar el mundo que vivir el tormento de ver pisoteado el nombre, la verdad y a los siervos de Dios por la misma gente que debían mostrarles más respeto.
Pero si el celo tiene poder para reivindicar la causa de la verdad, sus enemigos sabrán sin duda que “no en vano lleva la espada” (Rom. 13:4). Moisés era manso y mudo en cuanto a su propia causa, pero su corazón se inflamó con demasiada ira para orar siquiera por su pueblo, aunque lo amaba tanto, hasta hacer caer el celo de la justicia sobre los idólatras.
Sin embargo, las actitudes neutrales pueden contemplar la lucha de la verdad con el error manteniendo las distancias, y negándose a sufrir por la verdad. El pastor que no tiene suficiente amor y valor para defender la verdad en el pulpito, probablemente no lo hará tampoco en la hoguera. Si el fuego del amor se apaga, o se extingue tanto que no puede derretir al hombre con la tristeza por las vejaciones hechas a la verdad, ¿dónde estará la llama que le consuma en ceniza a manos de los hombres sanguinarios? Si no es capaz de derramar lágrimas, no derramará su sangre por la verdad.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall