En BOLETÍN SEMANAL

“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación”. —Romanos 10:1

Pregunta: “¿Qué podemos hacer, qué medidas podemos tomar, qué método nos recomiendas para cumplir este deber tan importante y para ser útiles en la conversión y salvación de nuestros familiares que se encuentran en un estado natural?

Daré indicaciones sobre ciertos puntos. Algunas, aunque son obligaciones comunes y obvias, pueden cumplirse mejor de lo que se están cumpliendo, por lo que no las pasaré por alto, ya que son muy provechosas y no menos prácticas que otras. Muchos hombres bajo el evangelio perecen por no llevar a cabo los deberes que saben que les corresponden. Por lo tanto os ruego, oh cristianos, que cada indicación sea debidamente evaluada y conscientemente mejorada, a fin de lograr el éxito con la ayuda divina.

1.Preserva y respeta el honor y la preeminencia de la posición en que Dios te ha puesto con toda sabiduría y cuidado.

El profeta se queja de los tiempos cuando “el joven se levantará contra el anciano, y el villano contra el noble” (Is. 3:5). La diferencia de edad requiere una diferencia en la conducta… Los adultos tienen que demostrar gran respeto hacia los jóvenes si quieren que los jóvenes demuestren gran respeto hacia ellos. Dicho esto, no debéis mostraros orgullosos, altaneros ni presuntuosos. Vuestros rostros, aunque serios, no deben ser adustos. Así como no siempre hay que estar sonriendo, tampoco debes estar con el ceño fruncido. Una severidad rígida en palabras, así como en acciones, produce en los hijos una disposición servil y de desaliento.

2.Haz que la instrucción familiar sea frecuente, con profundidad y clara.

Por naturaleza, todos somos desiertos áridos y rocosos: La enseñanza trae cultura y una mejoría del alma. Los naturalistas han observado que las abejas “llevan gravilla en las patas” para fijar sus cuerpecitos cuando rugen los vientos tormentosos. Ese mismo fin cumple la enseñanza en la mente indecisa y fluctuante de la juventud. La quilla de su poco criterio se hundiría sin el contrapeso de la disciplina… Pero en todos sus momentos al ser instruidos, cuidaos de no ser tediosos por hablar interminablemente. Compensa la brevedad de esas ocasiones aumentando su frecuencia. La Palabra manda hablar de los preceptos de Dios “cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes” (Dt. 6:7; 11:19), un poco ahora y un poco después. Los largos discursos son una carga para la poca memoria que tienen y, una imprudencia tal, bien puede resultar en que terminen teniendo una aversión por el maná espiritual, siendo que todavía están en su estado natural. A una planta joven se la puede matar con demasiado fertilizante y pudrirla con demasiada agua. Los ojos que recién se despiertan no aguantan el resplandor, entonces: “Mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Is. 28:10). Debes guiar a los pequeños como lo hizo Jacob, mansamente hacia Canaán (Gn. 33:13).

Capta su tierna atención con conversaciones acerca de la grandeza infinita y la bondad eterna de Dios, acerca de las glorias del cielo, de los tormentos del infierno. Las cosas que afectan los sentidos tienen que ser espiritualizadas para ellos, gánate tu buena disposición con astucia santa. Usa alegorías lo más que puedas. Si estáis juntos en un jardín, haz una aplicación espiritual de las hermosas flores. Si estás a la orilla de un río, habla del agua de vida y los ríos de bendición que hay a la diestra de Dios. Si en medio de una plantación de cereales, habla de la cualidad nutritiva del pan de vida. Si ves pájaros que vuelan en el aire o los oyes cantar en la floresta, enséñales acerca de la providencia omnisapiente de Dios que les da su alimento a su tiempo. Si alzas tu mirada al sol, la luna y las estrellas, dile que son destellos de la antesala del cielo. ¡Entonces, qué gloria hay interiormente! Si ves un arcoíris adornando alguna nube acuosa, habla del pacto de Dios. Estos y muchos más pueden ser como eslabones de oro que van poniendo realidades divinas en sus memorias: “Por medio de los profetas usé parábolas”, dice Dios (Os. 12:10). Además, procura que los pequeños lean y aprendan de memoria algunas porciones de los libros históricos de las Sagradas Escrituras. Pero, sobre todo, la mejor manera de instruir, especialmente a los más pequeños, es por medio del catecismos —un método breve y conciso de preguntas y respuestas— cuyos términos, por ser claros y explícitos, pueden ser citados directamente del texto bíblico y expresados en breves frases según su capacidad, en un estilo directo, pero fiel a la Palabra, de modo que queden en la memoria.

3.Añade requisitos a las enseñanzas.

Ínstalos en el Nombre de Dios a que escuchen y obedezcan las reglas y costumbres de su hogar. Tenemos un ejemplo en Salomón, quien nos dice que era “hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones, guarda mis mandamientos, y vivirás” (Pr. 4:3-4)… En cuanto a esto, Abraham fue designado por Dios mismo como un modelo para toda la posteridad. “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Gn. 18:19), por lo que le complacía a Dios revelarle secretos.

4.Permanece atento para percibir las primeras manifestaciones de pecado en tu conducta.

Detenlas cuando empiezan y son todavía débiles. “De mañana destruiré a todos los impíos de la tierra”, dice David (Sal. 101:8). Hay que empezar este trabajo desde el principio y refrenar cada palabra mala y desagradable desde la primera vez que la oyen. Mantente en guardia para detectar las primeras señales de corrupción en ellos. Se puede cortar fácilmente un brote tierno, pero si se deja crecer hasta ser una rama, es mucho más difícil hacerlo.

Comienza a echarle agua a las primeras chispas de pecado en tus pequeños. Quita las ocasiones de pecar con prudente intervención. ¡Es sorprendente ver las excusas y máscaras del pecado, las palabras engañosas que los niños usan! Antes de poder enseñarles a hablar su idioma, el diablo y el corazón corrupto les enseñan a decir mentiras. Mientras que todavía titubean al querer pronunciar bien algunas palabras, no titubean en faltar a la verdad. ¡Cuán necesario es ponerle freno a la lengua de sus hijos al igual que la suya! (Sal. 39:1).

Combate sus faltas examinándolos con discernimiento y preguntas agudas. Si no haces esto cuando son pequeños, si no los motivas pronto con lo sobrecogedor de los juicios de Dios y el peligro del pecado, es muy posible que con el correr del tiempo lleguen a ser demasiado astutos como para ser descubiertos. Enséñales a que se avergüencen de corazón, de modo que por haber interiorizado estos conocimientos eviten el mal y hagan el bien. Si permites que un hijo siga pecando sin prestarle atención, sin enseñarle, sin reprenderle, creyendo que la falta es demasiado pequeña como para darle importancia al principio, será su perdición. Dios muchas veces reprende a un padre anciano por ese hijo que no corrigió al principio.

Samuel Lee (1627-1691): Pastor puritano congregacional en St. Botolph, Bishopsgate; nacido en Londres, Inglaterra.

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