En Jeremías, donde declara de qué manera quiere ser conocido por nosotros, no se describe tan claramente; pero casi todo viene a lo mismo: «Alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra» (Jer.9:24) Es necesario considerar con detalle estos tres conceptos: Su misericordia, en la cual únicamente estriba la salvación de todos nosotros; su juicio, que cada día lo ejerce contra los malos y que más rigurosamente aún les está reservado como castigo perpetuo; su justicia, por la cual sus fieles son conservados y benignamente tratados. Habiendo comprendido esas cosas, el profeta da testimonio de que tenemos de sobra de qué gloriarnos en Dios. Y, sin embargo, no omitimos su verdad, su poder, su santidad, ni su bondad. Porque, ¿cómo podría subsistir el conocimiento de su justicia, misericordia y juicio, como en tal caso se requiere, si no se fundase sobre su verdad inmutable? ¿Y cómo se podría creer que Él gobierna la tierra con juicio y con justicia, si su poder fuese desconocido? ¿De dónde procede su misericordia, sino de su bondad? Finalmente, si todos sus caminos son misericordia, juicio y justicia, en ellos también se manifiesta su santidad. Así que el conocimiento de Dios que nos proporciona la Escritura, no tiene otro propósito que el que nos manifiestan las criaturas; a saber, inducirnos primeramente al temor de Dios; luego nos invita a que pongamos en Él nuestra confianza, para que aprendamos a servirle y honrarle con una perfecta santidad de vida y con una obediencia sincera, y así descansemos totalmente en su bondad.
No existe más que un solo Dios verdadero:
Aquí mi intento es hacer un resumen de la doctrina general. Y primeramente deben notar los lectores que la Escritura, para encaminarnos al que es verdadero Dios, expresamente desecha y excluye a todos los dioses paganos, por cuanto casi en todo tiempo la religión ha sido profanada en todos los lugares. Es verdad que por doquier era nombrado y celebrado el Nombre de Dios. Porque aun los mismos que adoraban una multitud de dioses, siempre que hablaron conforme al verdadero sentimiento de la naturaleza, simplemente usaron el Nombre de Dios en singular, como si no confesaran más que un solo Dios. Lo cual prudentemente notó Justino Mártir, el cual a este propósito compuso expresamente un libro titulado «De la Monarquía de Dios”, en el cual con muchos testimonios muestra que todos los hombres tienen impresa en su corazón la existencia de un solo Dios. Lo mismo prueba Tertuliano por el modo común de hablar. Pero como quiera que todos los gentiles, sin dejar uno, se han dejado llevar por su vanidad, o han caído en grandes desvaríos, y de esta manera sus sentidos se desvanecieron, todo cuanto naturalmente conocieron del Único Dios no les sirvió más que para hacerlos inexcusables. Porque aun los más sabios de todos ellos claramente muestran cuán grande era la duda y perplejidad de su entendimiento, cuando decían: ¡Oh, si algún dios me ayudara!, invocando de esta manera un montón de dioses, sin saber a cuál acogerse.
Además, al imaginarse ellos diversas naturalezas en Dios, aunque no lo entendiesen tan crasamente como el vulgo hablaba de Júpiter, Mercurio, Venus, Minerva y otros, no quedaron libres de los engaños de Satanás. Y ya hemos dicho que cuantos subterfugios inventaron con gran sutileza los filósofos, todos ellos no bastan para justificarlos del crimen de haber apostatado y corrompido la verdad de Dios. Por esta causa Habacuc, después de haber condenado todos los ídolos del mundo, mandó que buscaran a Dios en su templo (Hab. 2:20), a fin de que los fieles no admitiesen a otro que a Aquel que se había manifestado por su Palabra.
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino