¿En qué aspectos tengo que conocer a Jesús? Este conocimiento de la fe, cuyo objeto en el Evangelio es Cristo, es un conocimiento por el cual recibo la convicción, a través de la luz divina del Espíritu Santo, de mi necesidad absoluta de Cristo.
En nuestra entrada anterior vimos algunos aspecto de esto, hoy seguiremos diciendo que …
“En tercer lugar, es a través de este conocimiento, a la luz del Espíritu, que yo conozco a Jesús en el Evangelio, adaptado a mi necesidad en todo aspecto. Es la misma convicción de la idoneidad de una cosa la que persuade a los afectos a elegir esa cosa por encima de todas las demás; la que lo vuelve a uno decidido y perseverante, a pesar de todos los obstáculos; para nunca abandonar la determinación de asegurar para sí la cosa o la persona elegida por causa de esta idoneidad con respecto a su necesidad. Esto se puede ver en relación al matrimonio. “Un joven puede considerar que casarse es absolutamente necesario para él. Y, sin embargo, aunque esté convencido de esta necesidad, puede encontrarse buscando a tientas en la oscuridad. Hoy tiene una determinación total, y mañana ya no la tiene. Hoy quiere a cierta mujer, y al día siguiente quiere a otra. Pero tan pronto como conozca a una persona a la que considere que se adapta a él en todos los aspectos, él estará completamente decidido. Esta idoneidad es la flecha que penetrará en su alma, y que hará que la balanza de sus afectos no resueltos se incline a favor del afable objeto. Por lo tanto, en tanto que él considere que ella es apta para él, nada podrá apartarlo de ella; y si para obtenerla fuera necesario, él trabajaría como un esclavo dos períodos de siete años, tiempo que no le parecería a él sino como días, por causa de la esperanza de que al final podrá llamarla suya.
“Y esto puede aplicarse fácilmente a lo espiritual. Demuestra que, si bien uno puede estar convencido de su necesidad de Cristo como su Salvador, aun así, mientras no lo vea y lo conozca por medio de la fe, adaptado de forma tan adecuada a su persona en particular, los afectos no se verán atraídos a Él. De esto resulta que muchos, cuando tienen problemas comunes del alma, actúan de manera tan indecisa: hoy desean a Cristo, pero mañana no. En este momento ellos desearían convertirse, y al momento siguiente, no. Esta es la razón por la que muchos de los que una vez fueron tocados por el hecho de que Cristo se ajustaba con precisión a su necesidad y que por ello fueron en Su búsqueda por un tiempo, vuelvan atrás otra vez y ya no lo quieran, simplemente porque no Lo creen tan adecuado para su necesidad como para poder, por causa de Él, soportar el calor del día y el frío de la noche, o sacrificar todas las cosas, a fin de tenerlo a Él. Y esto demuestra que nunca han conocido Su verdadera idoneidad, que nunca la han visto con los ojos de la fe; de lo contrario, la semilla de Dios habría permanecido en ellos. Pero, cuando la luz divina del Espíritu Santo que se encuentra en el Evangelio ilumina mi alma y recibo este conocimiento de la fe de parte de Jesús, ¡oh, entonces veo en Él cuán apto es como un Garante, un Mediador, un Profeta, Sacerdote y Rey, que mi alma es tocada en tal medida que considero imposible vivir una nueva hora siendo feliz, a menos que este Jesús se convierta en mi Jesús! Mis afectos se inclinan, se ocupan, se dirigen y se posan sobre este objeto; y mi determinación es tan grande, tan decidida y tan inamovible, que si requiriera de la pérdida de vida y de mis bienes, de padre y madre, hermana, hermano, esposa e hijo, ojo derecho o mano derecha—sí, aunque yo mismo fuera condenado a morir en la hoguera, estimaría todo esto ligeramente y lo sufriría con gozo, a fin de que este Salvador, tan maravillosamente apto, fuera mi Salvador.
¡Oh, amigos míos! Examinen sus corazones, porque, por la propia naturaleza del caso, cualquier cosa menor que esto resultaría insuficiente. Si lo poseyeras, te separarías gozosamente de todos tus pecados, ofrecería un adiós eterno y feliz a sus lujurias y pasiones íntimas más preciadas; le haría contar todas sus rectitudes, las cuales estimabas como ganancia, sólo como pérdida, rechazándolas como desechos infructuosos, por la excelencia del conocimiento de Cristo; te haría tomar con alegría la pérdida de tus bienes; te haría considerar un honor el ser azotado, junto con el apóstol, por amor a Cristo; te haría decir: ‘Aunque aún no Lo he encontrado y sólo estoy en la búsqueda de Aquel que ama mi alma, y aunque no me atrevo a decir, Mi Amado es mío y yo soy Suyo, aun así, si yo tuviera que trabajar por Él durante dos períodos de siete años, y los tuviera que pasar gimiendo y llorando, con lágrimas y súplicas, sólo serían para mí como unos pocos días, si al final sólo pudiera encontrarlo para que fuera mío. Dios mismo debe fijar vuestra mente en estas cosas; estos resultados son las señales infalibles de la raíz de esto que crece en nuestro interior.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper