Otra causa importante de este problema [el autoengaño] es la tendencia a equilibrar nuestra vida poniendo cosas distintas en los diferentes platillos de la balanza. Por ejemplo, si nuestra conciencia nos condena por la vida que vivimos, ponemos en el otro platillo alguna obra buena que hacemos. Reconocemos que ciertas cosas nos condenan, pero entonces hacemos una lista de las buenas obras que realizamos y la cuenta se equilibra y queda con un poco de crédito al final. Todos hemos hecho esto. ¿Recuerdan el clásico ejemplo en el caso de Saúl, el primer rey de Israel? A Saúl se le había mandado que exterminara a los amalecitas; y lo hizo hasta cierto punto. Pero dejó con vida al rey Agag y también dejó con vida a las mejores ovejas y bueyes y así sucesivamente. Fijémonos en lo hábil que fue cuando Samuel lo reprendió. Dijo, “Los he dejado con vida para poder ofrecer sacrificios al Señor”. Éste es un ejemplo perfecto de equilibrar la balanza. Y todos tenemos propensión a ello. En lugar de permitir que la conciencia realice su labor, de inmediato sacamos cosas positivas que contrarrestan a las negativas. El que juzga la condición de su vida de esta forma puede terminar de una manera. El que hace esto en negocios pronto quebrará, y el que lo hace en la vida cristiana pronto quebrará espiritualmente y al final el Señor mismo lo repudiará. Debemos aplicarnos esta lección. Debemos dejar que la conciencia nos acuse. No debemos excusarnos a nosotros mismos, sino escuchar sus dictámenes y obedecerlos.
Esto nos lleva al principio vital que forma el sustrato de todas las causas del autoengaño. En muchos sentidos, el problema fundamental, incluso entre los buenos evangélicos, es el no escuchar la enseñanza clara de la Biblia. Aceptamos lo que la Biblia nos enseña en cuanto a doctrina; pero cuando se trata de la práctica, a menudo no tomamos la Biblia como única guía. Cuando llegamos al aspecto práctico, utilizamos pruebas humanas en lugar de pruebas bíblicas. En lugar de aceptar la enseñanza clara de la Biblia, discutimos con ella. “Oh, sí” decimos, “los tiempos han cambiado desde que la Biblia se escribió”. ¿Daré un ejemplo obvio? Tomemos la cuestión de que las mujeres prediquen, y se las ordene como ministros. El apóstol Pablo, al escribir a Timoteo (1 Ti. 2:11-15), lo prohíbe explícitamente. Dice específicamente que no permite que la mujer enseñe ni predique. “Sí, claro”, decimos al leer esa carta, “sólo pensaba en su propio tiempo; pero ahora los tiempos han cambiado y no debemos sentirnos atados a ello, Pablo pensaba en ciertos pueblos semi-civilizados de Corinto y lugares como ése”. Pero la Biblia no dice eso. Dice, “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. “Si, pero esto fue una legislación temporal solamente”, se dice. Pablo lo dice así: “Porque Adán fue formado primero, y después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciera en fe, amor y santificación, con modestia”. Pablo no dice que fuera sólo para ese tiempo; se remonta a la Caída y muestra que es un principio permanente. En consecuencia, es algo que también es válido para
nuestra época. Pero de esta forma, como se ve, discutimos con la Biblia. En lugar de aceptar su enseñanza clara, decimos que los tiempos han cambiado y cuando nos viene bien, decimos que ya no es pertinente.Tenemos otra forma de hacer lo mismo. La Biblia dice bien claramente no sólo que tenemos que predicar el evangelio, el verdadero mensaje, sino también cómo hemos de hacerlo. Nos dice que hemos de hacerlo con ‘sobriedad’ y con ‘solemnidad’, con temor y temblor, “con demostración del Espíritu y de poder” y no con “palabras persuasivas de humana sabiduría”. Pero hoy día los métodos de evangelización son una contradicción flagrante de estas palabras y se justifican en función de los resultados. “Miren los resultados”, dicen los hombres. “Este hombre y aquel quizá no se conforman al método bíblico, pero ¡Miren los resultados!” Y debido a los ‘resultados’ se dejan de lado los dictados claros de la Biblia. ¿Es esto creer en la Biblia? ¿Es esto tomar la Biblia como nuestra autoridad última? ¿No es esto acaso repetir el viejo error de Saúl, quien dijo, “Sí, lo sé, pero pensé que sería bueno si hiciera esto o lo otro”?. Trata de justificar su desobediencia con algún resultado que va a producir. Nosotros los protestantes, desde luego, levantamos las manos horrorizados frente a los católicos, sobre todo frente a los Jesuitas, cuando nos dicen que “el fin justifica los medios”. Es el gran argumento de la Iglesia de Roma. Lo repudiamos en la iglesia católica de Roma, pero es un argumento muy común en círculos evangélicos. Los ‘resultados’ lo justifican todo. Si los resultados son buenos, se argumenta, los métodos deben ser buenos —el fin justifica los medios. Si queremos evitarnos una terrible desilusión en el día del juicio, aceptemos la Biblia tal cual es. No argumentemos contra ella, no tratemos de manipularla, no la retorzamos; enfrentémonos a ella, recibámosla y sometámonos a ella, cueste lo que cueste.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones