En BOLETÍN SEMANAL
Convertir el bien en mal: A no ser que tengamos cuidado, cosas que son en sí mismas y por sí mismas buenas, pueden resultar engañosas acerca del estado de nuestra alma.​

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).

  Este tema del autoengaño es una cuestión muy amplia. Si a uno le interesan los llamados Manuales de Devoción, ya sean católicos-romanos o protestantes, encuentra que siempre dedican mucha atención a este punto específico. Todos los médicos prudentes del alma siempre han concentrado su atención en ello. La Biblia misma nos invita a hacerlo así. Está llena, no sólo de exhortaciones a este respecto, sino también de ilustraciones prácticas de personas que se han engañado a sí mismas. Pero aparte de todo esto, al valorar nuestra alma, y al caer en la cuenta de que todos estamos en este mundo de paso hacia el juicio final y de que todos tendremos que presentamos ante el Trono de justicia de Cristo, esta clase de auto examen resulta inevitable. Como lo dice el apóstol Juan: “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:3). Y uno no se puede purificar sin examinarse a sí mismo. Algunos dedican sobre todo la época de cuaresma a este asunto del auto examen. Otros creemos que debe hacerse a lo largo de todo el año y que siempre deberíamos examinarnos y someternos a disciplina. Pero no hay por qué entrar en esto ahora. Lo que importa es reconocer la necesidad del auto examen. Es algo que se enseña constantemente en la Biblia. Hemos visto que el primer paso que hay que dar, si deseamos evitar engañarnos, es examinar las causas del autoengaño. Nos hemos ocupado ya de algunas de las más comunes.

 Una vez establecidos los principios, pasamos ahora a examinar algunos detalles prácticos; tienen como propósito ponernos sobre aviso acerca de la forma sutil en que podemos engañarnos a nosotros mismos. Comencemos por recordar que no vivimos nuestra vida cristiana en una especie de vacío. Aparte del hecho de que vivimos en sociedad con hombres y mujeres, tenemos también que luchar contra el demonio y “contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Según la enseñanza bíblica no hay nada que nos capacite para permanecer firmes en este conflicto a excepción del revestirnos de toda la armadura de Dios. Una de las formas en que podemos revestirnos de esa armadura es teniendo cuidado con la sutileza del ataque. Y esto, debido a su misma naturaleza, tendrá que examinarse con cierto detalle. Tengo un cierto temor al adentrarme en esto, porque sé que al hacerlo se expone uno al riesgo de ser mal entendido. Si uno emplea ilustraciones, la atención se suele concentrar en las ilustraciones y no en los principios.

El primer principio importante es que, en un sentido, todo lo que tiene relación con la vida cristiana puede ser peligroso. No afirmo que todo sea peligroso, sino que puede serlo. El demonio en su sutileza, como ángel de luz, viene a nosotros y se apodera de cosas que son legítimas y buenas y que Dios nos ha dado, e influye mucho en nosotros para hacernos convertir estas mismas cosas en instrumentos de nuestro propio engaño. Las cosas en sí mismas son buenas, pero podemos abusar de ellas. Éste es el tema que debemos elaborar. En cierto sentido, incluso los medios de gracia que Dios nos ha suministrado pueden resultar una fuente de problemas. Espero que esto quede bien claro. Es obvio que no estoy en contra de los medios de gracia; simplemente, señalo el terrible peligro de convertir estos medios de gracia, que Dios mismo ha escogido y nos ha dado, en algo que puede perjudicar a nuestra alma. Me preocupa el abuso y no el uso de lo bueno. Siempre resulta muy consolador para el que predica, saber que incluso un gran predicador como el apóstol Pablo fue mal entendido al enseñar y predicar. Tomemos, por ejemplo 2ª Cor. 11 en todo su soberbio sarcasmo. El apóstol habla de la forma penosa e infantil con que gran parte de su enseñanza había sido malentendida en Corinto.

Estos son los principios básicos. A no ser que tengamos cuidado, cosas que son en sí mismas y por sí mismas buenas, pueden resultar engañadoras acerca del estado de nuestra alma. ¿Pero cómo se puede saber si tendemos a apartarnos de la sencillez que hay en Cristo para entrar en esa posición terriblemente falsa que se describe en este versículo? He aquí algunas de las respuestas. Un indicio claro de esta tendencia se manifiesta de la siguiente forma. Si al examinarnos a nosotros mismos descubrimos que nuestro principal interés es asistir a reuniones, estamos entrando en una posición peligrosa. Es obvio que creo en la asistencia a reuniones cristianas; pero cuando alguien entra en la situación de vivir de esas reuniones, convirtiéndolas en su principal interés, esta situación es muy peligrosa. Y hay muchas personas en esa circunstancia. Lo que las mantiene son las reuniones y si de repente se ven privadas de ellas, comienzan a descubrir una aridez terrible en el alma y en su experiencia cristiana.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones​

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