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“Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”—Ef.4: 24.

No es de extrañar que los creyentes acepten diferentes perspectivas acerca del significado de la imagen de Dios en el hombre. Este es el punto de partida que lleva a cuatro caminos distintos. La más mínima desviación en el punto de partida te lleva a una representación completamente diferente de la verdad. Por eso, cada cristiano debe elegir uno de estos cuatro caminos:

Primero, el camino de Roma, representado por Belarmino.
Segundo, el de Arminio y Socino, que van de la mano.
Tercero, el de gran parte de los luteranos, dirigido por Mellanchthon.
Finalmente, el camino trazado por Calvino, el de los Reformados.

La iglesia de Roma enseña que la justicia original del hombre no pertenece a la imagen divina, sino a la naturaleza humana como gracia sobreañadida. Citando a Belarmino, primero el hombre es creado en dos partes, cuerpo y espíritu; segundo, la imagen divina se estampa en parte en el cuerpo, pero primeramente en el espíritu humano, donde yace la conciencia moral y racional; tercero, hay un conflicto entre la carne y el espíritu, la carne desea en contra del espíritu; cuarto, el hombre tiene un deseo e inclinación natural hacia el pecado que, como deseo, no se considera malo a menos que se efectúe el deseo; quinto, en Su gracia y compasión Dios le dio al hombre, independiente de su naturaleza, su justicia original como defensa y válvula de seguridad para controlar la carne; sexto, a través de su caída el hombre repulsó su justicia sobreañadida. Por tanto, como pecador, vuelve a su naturaleza desnuda, la cual se inclina naturalmente hacia el pecado, así como también sus deseos son pecaminosos.

Creemos que los teólogos romanos concordarán que ésta sería su comprensión respecto a este tema. De acuerdo al Catechismus Romanus, (Pregunta 38): “Dios, del polvo, le dio un cuerpo al hombre, de tal forma que participara de la inmortalidad, no por virtud de su naturaleza, sino por gracia añadida. Para con su alma, Dios lo creó a Su imagen y semejanza, y le dio libre albedrío; además, luego, templó sus deseos de tal manera que continuamente obedecieran el dictamen de su razón. Aparte de esto, derramó en él justicia original y le dio dominio sobre toda criatura.”

La perspectiva de Socino, y la de Arminio que lo seguía de cerca, es completamente diferente. Es sabido que los socinianos negaban la deidad de Cristo, quien, tal como enseñaban, habría nacido como hombre. Pero hay más, (y mediante esto desviaron a los polacos y a los húngaros), ellos creían que Jesús habría llegado a ser Dios. Por tanto, después de su resurrección, podía ser adorado como Dios. Pero, ¿en qué sentido? ¿Se le dio naturaleza divina? De ninguna manera, en las Escrituras, los magistrados, siendo investidos con divina majestad que les otorgaba autoridad para ejercer autoridad, eran llamados “dioses.” Esto se aplicaba a Jesús quien, después de Su resurrección, recibió poder sobre todas las criaturas que estaban en eminencia. Luego, Él es vestido completamente de divina majestad. Si un pecador, como magistrado, es llamado dios, ¿cuánto más podemos decir que Cristo es Dios porque se dice que fue vestido con divina autoridad?

Para apoyar esta perspectiva falsa de la divinidad de Cristo, los socinianos adulteraron la doctrina de la imagen de Dios, haciéndola equivalente al dominio del hombre sobre los animales. En su opinión, esto también era un tipo de majestuosidad, que contenía algo divino, lo cual era imagen de Dios. Por tanto, el primer Adán, habiéndose revestido de majestad y dominio sobre una parte de la creación, era descendiente de Dios y creado a Su imagen. El segundo Adán, Cristo, también se vistió de dominio y majestad sobre la creación y, por lo tanto, las Escrituras lo llaman Dios.

El hecho de que los remonstrantes también adoptaron esta representación doblemente falsa, se aprecia concluyentemente en lo que escribió el modesto profesor Limborch al comienzo del siglo XVIII: “Esta imagen consistía en el poder y posición que Dios le dio al hombre sobre toda la creación. Mediante este dominio muestra claramente la imagen de Dios en la tierra.” A esto añade: “Para ejercer dicho poder, fue dotado de gloriosos talentos. Pero éstos son sólo medios. El dominio sobre los animales es el elemento principal.” Luego podemos inferir que el animal más bravo y fiero de entre los animales más mansos, jugando con leones y tigres como si fueran mascotas, sería el tierno hijo de Dios. Lo decimos con toda seriedad y sin burla alguna, para mostrar la necedad del sistema sociniano. La perspectiva luterana, como veremos más adelante, ocupa el lugar intermedio entre la Iglesia de Roma y la Iglesia Reformada.

Lo principal (reconocido por la representación del Dr. Böhl) es que la imagen divina es meramente la justicia original. No niegan que el hombre, en su naturaleza y ser, muestra la hermosura y excelencia que recuerdan la imagen de Dios; pero la verdadera imagen no es la naturaleza del hombre, ni su ser espiritual, sino la sabiduría y justicia con la cual fue creado por Dios. Gerhardt escribe: “La verdadera similitud con Dios se encuentra en el alma del hombre, en parte, en su inteligencia, en parte, en sus inclinaciones morales y racionales; estas tres formas de excelencia constituyen su justicia original.” Y Bauer dice: “Con toda propiedad, esta imagen de Dios consiste de algunas perfecciones de voluntad, intelecto, y sentimiento que Dios creó junto al hombre (concreatas), que corresponde a la justicia original.” Por tanto, la doctrina luterana enseña que la imagen propia de Dios se perdió completamente, y que el pecador antes de la obra de gracia es como un bloque de materia, atado e incapaz aun de mover el mentón.

Los reformados, por el contrario, siempre han negado este punto, enseñando que la imagen de Dios, o de igual forma, Su semejanza, no sólo consistía en su justicia original, sino que incluía el ser y la personalidad del hombre; no sólo su estado, sino también su ser. De ahí que la justicia original no es algo adicional, sino que su ser, naturaleza y estado estaban originalmente en armonía y relación causante. Ursino dijo: “La imagen de Dios se refiere a: (1) la sustancia inmaterial del alma con sus dones de conocimiento y voluntad; (2) todo conocimiento de Dios y de Su voluntad creado en el interior del hombre; (3) con santas y justas motivaciones del corazón e inclinaciones del alma; (4) el gozo supremo, paz santa y abundancia de todo deleite; y (5) el dominio sobre las criaturas. Nuestra naturaleza moral refleja la imagen de Dios en todos estos aspectos, aunque de forma imperfecta. San Pablo describe la imagen de Dios desde la verdadera justicia y santidad, sin embargo, no excluye la sabiduría y conocimiento interior de Dios con el cual el hombre fue creado. De cierta forma lo presupone.”

Estas cuatro perspectivas respecto a la imagen divina presentan cuatro opiniones contrarias y claramente definidas. Los socinianos conciben la imagen de Dios completamente exterior al hombre y su ser moral, consistiendo en el ejercicio de algo que se asimila a la autoridad divina. El católico romano sí busca la imagen divina en el hombre pero la separa del ideal divino, es decir, la justicia original es puesta sobre él como vestidura. El luterano, tal como el sociniano, ubica la imagen divina fuera del hombre, exclusivamente sobre la divinidad, la cual no la considera como extraña al hombre sino calculada y originalmente creada para Él (sin embargo, distinta de Él). Finalmente, los reformados afirman que toda la personalidad del hombre es la imagen de Dios impresa sobre su ser y atributos; por tanto, naturalmente, le pertenece aquella perfección ideal que se expresa en la confesión de la justicia original. Sin lugar a dudas, la confesión reformada es la expresión más pura y excelente de la revelación bíblica; por lo cual la aceptamos con profunda convicción. Sostiene que Dios creó al hombre a Su imagen; no sólo su naturaleza, como diría la Iglesia de Roma; no sólo su autoridad, como dirían los socinianos; no sólo su justicia, como dirían los luteranos.

Su imagen divina no se refiere sólo a un atributo, estado o cualidad del hombre, sino al hombre, a todo su ser; porque creó al hombre a Su imagen; y cualquier confesión que se distancie de esto, se aleja de la afirmación bíblica, esto es, del testimonio del Espíritu: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza,” (Gen. 1:26) y no “Restauremos al hombre a nuestra imagen.”

La imagen de Dios no se encuentra sólo en la personalidad del hombre, como sostienen los teólogos vermittelungos (de la mediación), siguiendo a Fichte. Claramente la personalidad del hombre le pertenece, pero esto no es todo, ni siquiera el elemento principal. La personalidad nos contrasta a nuestros semejantes, y el contraste no puede venir de la imagen de Dios, porque Dios es Uno. La personalidad es una característica bastante débil de la imagen divina. La verdadera personalidad no es contraste, sino algo completo, como se aprecia en Dios. Una persona es algo defectuoso; tres personas es un ser, es perfección completa.

Por tanto, protestamos en contra de las enfáticas y ruidosas afirmaciones que expresan que la imagen es nuestra personalidad imperfecta. Creemos que estas afirmaciones alejan a la Iglesia de las Escrituras. No; el hombre en sí mismo es la imagen de Dios, todo su ser, en su existencia espiritual, el ser y la naturaleza de su alma, en los atributos, formas y mecanismos que adornan y expresan su ser; no como si el hombre fuera un motor sin combustible, como un modelo, sino un organismo vivo y activo ejerciendo influencia y poder.

El hombre como ser, no es defectuoso, sino perfecto; no está en un estado de “llegar a ser” sino en un estado de “ser”, es decir, no es que habría de llegar a ser justo, sino que era justo. Esta es su justicia original. Entonces, que Dios haya creado al hombre a Su imagen implica: Que el hombre es, de forma finita, la imagen del ser infinito de Dios. Sus atributos son, de forma finita, imagen de los atributos de Dios. Su estado era la imagen de la felicidad de Dios. El dominio que ejercía era imagen del dominio y autoridad de Dios. Puede añadirse también que, como el cuerpo del hombre fue creado para el Espíritu, debe contener también algunas sombras de esa imagen.

Las iglesias reformadas deben mantener esta confesión en el púlpito, en clases de catequesis y, sobre todo, en las aulas de teología.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper 

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