La concepción calvinista de la vocación cristiana es la cura para el moderno secularismo deshumanizado. ​El calvinismo niega que la unidad de la existencia humana se encuentre en los recursos del ser humano, sino que mas bien señala a la creativa voluntad de Dios como la fuente del significado humano.

​No hay sugerencia en los párrafos precedentes de que los cristianos han de divorciar sus labores culturales de la cruz de Cristo o de bifurcar sus vidas en dos segmentos paralelos, uno cultural y el otro religioso. Todo este escrito es, de hecho, una apasionada protesta contra tal cosa. Y el reinado de Cristo en la vida del creyente excluiría esa solución. Tampoco es que un creyente ha sido llamado a la cultura y el otro a la empresa misionera. El punto que el autor ha tratado de señalar es que todo cristiano está de hecho cumpliendo ambos llamados, pero que hay una cierta división del trabajo. Sin embargo, como se indicó antes, el misionero está indirectamente trayendo una nueva cultura, esto es, una cultura cristiana en la que los hombres son hechos nuevas criaturas en Cristo a través de su predicación, para reemplazar la cultura pagana. Pero más allá de todo ello, puesto que Cristo ha juzgado al mundo por su cruz (Juan 12:31), las labores culturales de los cristianos no pueden sino reflejar ese juicio sobre el mundo. Y el portador de la cruz, a quien el Cristo llama sus seguidores, no está limitado a la injuria o al insulto personal debido al testimonio fiel para Cristo, o debido a la vida religiosa de uno en el estrecho sentido cultual, pues las labores culturales de los cristianos pertenecen a la carrera del cristiano de testificar y llevar la cruz. La antítesis entre los portadores de la cruz y los portadores de cultura entre los cristianos es una antítesis falsa, puesto que todos los cristianos son, por el hecho de la regeneración, portadores de una cultura extranjera, a los ojos del mundo. Son extraños a los ojos del mundo. Son una nación santa, un pueblo para la propia posesión de Dios (I Pedro 2:9). Por esto el mundo odia al cristiano y su cultura. Cuando los hombres confiesan como su motivación el amor de Dios y sostienen la Ley de Dios como su norma, si proclaman la gloria de Dios como la meta de su esfuerzo cultural, esto tendrá como resultado el que serár el hazmerreír del mundo.

La cultura es siempre la expresión del status de uno dentro del pacto, el cual regula la relación del hombre para con Dios. Y aquellos que quebrantan el pacto y viven en enemistad contra Dios no pueden mirar con aprobación a aquellos que someten sus vidas a la voluntad de Dios, porque de esta forma se condenarían ellos mismos.

Es más, el portar la cruz tiene una referencia subjetiva en la vida del cristiano. Pues incluso en el cumplimiento de su llamado cultural el creyente está destinado a mortificar las obras de la carne y a crucificar su vieja naturaleza, aunque ciertamente no en el sentido dialéctico en el que toda condición de criatura como tal yace bajo juicio. Pues aún el esfuerzo cultural del cristiano tiene siempre una tendencia a volverse justicia por las obras. Es apta para degenerarse en una auto-búsqueda egoísta en la que Cristo ya no es enaltecido. Entonces emerge una nueva torre de Babel bajo la bandera del cristianismo, no desafiando a Dios ante su rostro sino glorificando el trabajo del hombre para Dios en complacencia de auto-justicia. Por lo tanto el esfuerzo cultural del creyente debe siempre ser juzgado sobre la base de la norma de la Palabra. Sobre esto debe aprender a decir con Pablo, “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. De allí que el empeño cultural de los creyentes deba siempre ser un cumplimiento obediente y de negación al yo de la voluntad de Dios por causa de Cristo.

Anteriormente se hizo referencia a la distribución del talento por el cual todo individuo es responsable de dar cuentas por el uso en el que ha colocado su capital. Pero debiera recordarse que la regeneración y la redirección de la vida del pecador no incrementan ni disminuyen el número de talentos que ha recibido. Esto, sin duda, explica en parte los logros científicos de la civilización cristiana. Brunner afirma que el motivo de subordinar toda la actividad humana para la gloria de Dios “ha sido una fuerza directiva de creatividad del más alto grado. La historia de la cultura en los tiempos iniciales del cristianismo, en el medievo, y en las épocas de la Reforma y de la post-Reforma es una gran prueba de esta tesis”.

Y aunque el calvinismo mantiene esta motivación en común con todas las otras ramas de la Iglesia cristiana, su distinción yace en el hecho de que ha convertido, de manera más autoconsciente, la meta de la gloria de Dios en la verdadera motivación de la vocación cristiana. Lutero, en verdad, magnificó el llamado cristiano en contra de la depreciación medieval de la vida natural del hombre. Pero moderó esto al decir que el Evangelio no tenía nada que ver con las cosas del mundo, afectando solamente las almas. Por lo tanto, Lutero se hallaba perfectamente dispuesto en dejar los intereses de la vida presente en manos de las autoridades terrenales, reyes y príncipes. En consecuencia, para la política, la ciencia y la cultura en general la suprema autoridad no fue buscada en la Palabra sino en la razón y la tradición. No es difícil ver que el impulso secular del hombre moderno por liberar la cultura, no solamente de la tutela de la Iglesia sino de emanciparla de la autoridad de la Palabra, es simplemente la conclusión lógica de la división de Lutero entre espíritu y materia, el alma y el cuerpo. De hecho, Lutero no superó ni escapó al dualismo de Roma.

Al hacer este juicio el autor no excusa al calvinismo de la responsabilidad por la moderna maldición del secularismo ni intenta sugerir que uno debiera quitarse la toga de la autocomplacencia de manera violenta con respecto a uno mismo con una imparcialidad engreída. En realidad, es una triste reflexión sobre la impotencia del calvinismo el cual no ha sido capaz de oponerse exitosamente al flujo del secularismo en la vida moderna con su desarrollo de una cultura impía. Como resultado no hay hoy un auténtico sentido de llamado sino un énfasis en la creatividad por causa propia. Esto nos da forma sin contenido – el abstraccionismo. La tecnocracia proclama que la producción es la meta del hombre económico con el propósito de satisfacer sus apetitos, lo cual tiene un efecto deshumanizante. “El separar la cultura del cristianismo produjo la creencia fatalmente errónea de que la cultura o la creatividad no necesita subordinación a una unidad superior, sino que puede vivir por sus propios recursos”, señala Brunner. Es exactamente en este punto crítico donde la concepción calvinista de la vocación cristiana es la cura para el moderno secularismo deshumanizado. Pues el calvinismo niega que la unidad significativa de la existencia humana se halle en los recursos humanos sino que señala a la creativa voluntad divina de Dios como la fuente del significado humano. El calvinismo no sucumbe al cientismo. No dejará que la ciencia tenga competencia en el ámbito de los fines. Pues la ciencia solamente puede describir los hechos, el significado de los cuales deben ser determinados por la revelación. De allí que la emancipación de la mente moderna de la revelación cristiana constituya la ruina de la cultura moderna. Los tristes resultados son evidentes por todas partes: la adoración del conocimiento de la naturaleza y la negación de lo sobrenatural, el cientismo; la adoración de lo bello por causa propia y la negación de algunas consideraciones morales o espirituales al expresar su ideal, el esteticismo; la adoración del poder por causa propia y la negación de todo valor humano por causa de la supremacía del Estado, ¡el totalitarismo!

Debiera ser evidente que la degeneración cultural debido a la proclamación de la autonomía humana es más notoria en las formas modernas de totalitarismo político, dado que el Estado posee el poder de la espada para forzar a todos aquellos dentro de sus fronteras a aceptar su definición del significado de la vida y a lavar el cerebro de los disidentes.

Sorprende poco que los americanos en general se hayan vuelto con horrorosa indignación en contra de los dictadores, quienes personificaron esta posición ultima de la cultura deshumanizada que resulta de la negación del llamado del hombre bajo la autoridad de Dios. Pero los americanos, espiritual y culturalmente, quienes sufren del cientismo y del esteticismo, son tan malvados a los ojos de Dios y están tan lejos de alcanzar una existencia significativa como los alemanes o los rusos bajo Hitler y Stalin respectivamente.

El mismo mal es evidente en la manía por los deportes del mundo moderno. El jugar el juego ya no es un medio para un fin, a saber, el relajamiento y la recreación de manera que el jugador regrese a su trabajo fresco y con vigor para cumplir su llamado, sino que se ha vuelto, y esto multiplicado millones de veces, como un fin en sí mismo. Los hombres trabajan para jugar, igual que viven para comer. Esto es colocar al revés el orden de la naturaleza. Esto constituye una negación del mandato cultural de Dios y su afirmación y demanda del servicio del hombre en este mundo. En contra de esta actitud de la cultura moderna el calvinista proferirá una protesta vehemente y les recordará a sus semejantes la doctrina bíblica de que toda persona tiene un llamado divino en la vida para servir a su Creador. Tal servicio le da al hombre un sentido de júbilo y liberación, porque el Cristo, quien llama a los hombres a aquella gloria original de ser hijos y siervos del Altísimo, ha dicho, “¡Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”!

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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