En BOLETÍN SEMANAL

“Amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”. —1 Pedro 1:22

El matrimonio es el fundamento de la vida en el hogar. Esto, dice el Apóstol, es “honroso… en todos” (Heb. 13:4) y condena como “doctrinas de los demonios”, las opiniones de los que lo prohíben (1 Tim. 4:1-3). Es una institución de Dios, la estableció en el Edén, fue objeto de honra por la asistencia personal de Cristo a una boda donde realizó el primero de una serie de milagros espléndidos con los que probó ser el Hijo de Dios y el Salvador del mundo… Distinguiendo al hombre de las bestias, proveyendo, no sólo la continuación, sino el bienestar de nuestra especie, incluyendo el origen de la felicidad humana y todas esas emociones virtuosas y generosas que perfeccionan y adornan la personalidad del hombre. Como tema general nunca puede dársele demasiada atención, ni se puede encarar con demasiada prudencia y atención… Mi primer objetivo será exponer los deberes que el esposo y la esposa tienen en común:

  1. El amor

El primero que mencionaré es el amor, la base de todos los demás. Cuando esto falta, el matrimonio se degrada inmediatamente convirtiéndose en algo brutal o sórdido. Este deber, que, enunciado especialmente como del esposo, es igualmente de la esposa. Tiene que ser mutuo o no habrá felicidad. No la hay para el que no ama porque es atroz la idea de estar encadenado para toda la vida a un individuo por quien no tenemos ningún afecto, estar en la compañía casi constante de una persona que nos causa repulsión, pero aún así, a la que tenemos que mantenernos unidos por un lazo que impide toda separación y escapatoria. No puede haber felicidad para la parte que ama. Un amor no correspondido tiene que morir o seguir existiendo sólo para consumir el corazón desdichado en el que arde. La pareja casada sin amor mutuo es uno de los espectáculos más tristes sobre la tierra. Los cónyuges no pueden y de hecho, normalmente, no deben separase; pero se mantienen juntos sólo para torturarse el uno al otro. No obstante, cumplen un propósito importante en la historia de la humanidad: Ser un faro para todos los solteros, a fin de advertirles contra el pecado y la necedad de formar esta unión sobre cualquier otra base que no sea un amor puro y mutuo, y para exhortar a todos los casados que cuiden su cariño mutuo y que no dejen que nada apague la llama sagrada.

Como la unión debe ser formada sobre la base del amor, también hay que tener mucho cuidado, especialmente en las primeras etapas, que no aparezca nada que desestabilice o debilite la unión. Sea cual sea lo que sepan de los gustos y los hábitos, uno del otro antes de casarse, no son ni tan exactos, ni tan amplios ni tan impresionantes como los que llegarán a conocer al vivir juntos. Y es de enorme importancia que cuando, por primera vez se notan pequeños defectos y faltas y diferencias triviales, no dejes que produzcan una impresión desfavorable.

Si quieres preservar el amor, asegúrate de aprender con la mayor exactitud, los gustos y desagrados el uno del otro, y esforzarte por abstenerse de lo que sea fastidioso para el otro, por más pequeño que sea… Si quieres preservar el amor, evita con cuidado hacer repetidamente la distinción entre lo que es mío y lo que es tuyo porque esto ha sido la causa de todas las leyes, todas las demandas judiciales y todas las guerras en el mundo…

  • 2. El respeto mutuo

El respeto mutuo es un deber de la vida matrimonial porque, aunque, como luego consideraremos, a la mujer le corresponde ser respetuosa, al esposo también le corresponde serlo. Como es difícil respetar a los que no lo merecen por ninguna otra razón que por una posición superior o una relación común, es de inmensa importancia demostrar, el uno ante el otro, una conducta que merece respeto y lo demanda. La estima moral es uno de los apoyos más firmes y guardias más fuertes del amor, y comportarse excelentemente, no puede menos que producir dicha estima. Los cónyuges se conocen mejor el uno al otro en este sentido que lo que son conocidos por el mundo o aun por sus propios sirvientes e hijos. Lo íntimo de tal relación expone motivaciones y todo el interior del carácter de cada uno, de modo que se conocen mejor el uno al otro de lo que se conocen a sí mismos. Por lo tanto, si quieres respeto tienes que ser digno de respeto. El amor cubre una multitud de faltas, es cierto, pero no hay que confiar demasiado en la credulidad y la ceguera del afecto. Llega un punto en el que, aun el amor, no puede ser ciego ante la seriedad de una acción culpable. Cada parte de una conducta pecaminosa, cuya incorrección es indiscutible, tiende a rebajar la estima mutua y a quitar la protección del afecto… Por lo tanto, en la conducta conyugal, debe haber un respeto muy evidente e invariable, aun en lo pequeño. No hay que andar buscando faltas ni examinar con un microscopio lo que no se puede esconder, ni decir palabras duras de reproche, ni groseras de desprecio, ni humillantes, ni de fría desidia. Tiene que haber cortesía sin ceremonias, familiaridad sin formalismos, atención sin esclavitud. En suma, debe existir la ternura del amor, el apoyo de la estima y todo con buena educación. Además, hay que mantener un respeto mutuo delante de los demás… Es muy incorrecto que cualquiera de los dos haga algo, diga una palabra, dé una mirada que, aun remotamente, pueda rebajar al otro en público.

  • 3. El deseo mutuo

El deseo mutuo de estar en la compañía el uno del otro es un deber común del esposo y de la esposa. Están unidos para ser compañeros, para vivir juntos, para caminar juntos, para hablar juntos. La Biblia manda al esposo que viva con la esposa sabiamente (1 P. 3:7). “Esto”, dice el Sr. Jay, “significa residir, es lo opuesto a ausentarse o tener carta blanca para irse a dónde quiera”. Es absurdo que se casen los que no piensan vivir juntos, los que ya están casados no deben ausentarse de casa cuando no es necesario. Hay circunstancias de diversos tipos que, sin duda, hacen que las salidas ocasionales sean inevitables, pero vuelva el hombre a su casa en cuanto terminó su diligencia. Que salga siempre con las palabras de Salomón en su mente. ‘Cual ave que se va de su nido, tal es el hombre que se va de su lugar’ (Pr. 27:8). ¿Puede el hombre, no estando en su casa, cumplir los deberes que le corresponden cuando está allí? ¿Puede disciplinar a sus hijos? ¿Puede mantener el culto a Dios con su familia? Sé que es la responsabilidad de la esposa dirigir el culto familiar en la ausencia de su esposo y no debe tomarlo como una cruz, sino como un privilegio temporal. No obstante, pocas son las que tienen esta actitud y, por eso, uno de los santuarios de Dios durante semanas y meses enteros se mantiene cerrado. Lamento tener que decir que hay maridos que parecen preferir la compañía de cualquiera que no sea su esposa. Se nota en cómo usan sus horas libres. ¡Qué pocas son dedicadas a la esposa! Las noches antes de ir a dormir son las horas más hogareñas del día. A estas, la esposa tiene un derecho particular, ya está libre de sus numerosas obligaciones para poder disfrutar de la lectura y la conversación. Es triste cuando el esposo prefiere pasar estas horas fuera de casa. Implica algo malo y predice algo peor”.

Para asegurar en lo posible la compañía de su esposo en su propia casa, sea la esposa cuidadosa de su casa (Tit. 2:5) y haga todo lo que pueda para ser todo lo atractiva que el buen humor, la pulcritud, la alegría y la conversación amena permitan. Procure ella hacer de su hogar en lugar apacible donde le encante a él reposar en las delicias hogareñas…

Unidos, entonces, para ser compañeros, estén el hombre y su esposa juntos todo el tiempo posible. Algo anda mal en la vida familiar cuando necesitan bailes, fiestas, teatro y jugar a las cartas para aliviarles del tedio de las actividades hogareñas. Doy gracias a Dios que no tengo que valerme de los centros de recreación para estar contento, ni tengo que huir de la comodidad de mi propia sala y de la compañía de mi esposa, ni del conocimiento y la recreación que brinda una biblioteca bien organizada o de una caminata nocturna por el campo cuando hemos terminado las tareas del día. A mi modo de ver, los placeres del hogar y de la compañía de seres queridos, cuando el hogar y esa compañía son todo lo que uno pudiera desear, son tal que uno no necesita cambios, sino que va pasando de un rato agradable a otro. Suspiro y anhelo, quizá en vano, por un tiempo cuando la sociedad sea tan elevada y tan pura, cuando el amor al conocimiento sea tan intenso y las costumbres tan sencillas, cuando la fe cristiana y la moralidad sean tan generalizadas que el hogar de los hombres sea la base y el círculo de sus placeres; cuando en la compañía de una esposa afectuosa e inteligente y de hijos bien educados, cada uno encuentre su máximo bienestar terrenal y cuando, para ser feliz, ya no sea necesario salir de su propia casa para ir a la sala de baile, a un concierto o al teatro, ni preferir irse de una mesa con abundante comida, a un banquete público para satisfacer su apetito. Entonces ya no tendríamos que comprobar que las diversiones públicas son inapropiadas porque serían innecesarias…

  • 4. La paciencia mutua

Otro deber es la paciencia mutua.Esto se lo debemos a todos, incluyendo al extraño o al enemigo. Con más razón a nuestro amigo más íntimo porque el amor “es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor. 13:4-7) y esta clase de amor es indispensable y tiene que tener su lugar en cada relación de la vida. En dondequiera que haya pecado o imperfecciones, hay lugar para la paciencia del amor. En esta tierra no existe la perfección. Es cierto que los amantes, a menudo creen que la han encontrado, pero un criterio más sobrio de esposo y esposa, generalmente corrige este error. Las primeras impresiones de este tipo, por lo general, pasan con el primer amor. Hemos de contraer matrimonio recordando que estamos por unirnos a una criatura caída… El afecto no prohíbe, sino que en realidad demanda que, mutuamente, nos señalemos las faltas. Pero esto debe hacerse con toda la mansedumbre de la sabiduría, junto con la ternura del amor, no sea que sólo aumentemos el mal que tratamos de corregir o lo sustituyamos por uno peor…

  • 5. La ayuda mutua

Es deber de esposos y esposas ayudarse mutuamente. Esto se aplica a los cuidados de la vida… El esposo nunca debe emprender algo importante sin comunicárselo a su esposa, quien, por su parte, en lugar de sustraerse de las responsabilidades como consejera dejándolo a él solo con sus dificultades e incertidumbres, tiene que animarlo a comunicarle libremente todas sus ansiedades. Porque si ella no puede aconsejar, puede confortar. Si no puede quitarle las preocupaciones, puede ayudarle a aguantarlas. Si no puede dirigir el curso de sus negocios, puede cambiar el curso de sus sentimientos. Si no puede valerse de ninguna fuente de sabiduría terrenal, puede presentar el asunto al Padre y Fuente de Luz. Muchos hombres, pensando en resguardar, por delicadeza, a sus esposas, no le cuentan sus dificultades, que no hace más que prepararlas para sufrir la carga de tiempos peores cuando estos llegan.

Y así como la esposa debiera estar dispuesta a ayudar a su esposo en cuestiones relacionadas con sus negocios, él debiera estar dispuesto a compartir con ella la carga de las ansiedades y las fatigas domésticas. Algunos se pasan de la raya y degradan totalmente a la parte femenina de la familia, tratándola como si no pudiera confiar en su honestidad o habilidad para administrar el manejo del hogar. Se guardan el dinero y lo comparten como si estuvieran dándoles su sangre, resintiendo cada céntimo y exigiendo un rendimiento de cuentas tan rígido como si se tratara de un sirviente de cuya honestidad sospecha. Se hacen cargo de todo, se meten e interfieren en todo. Esto es para despojarla a ella de su jurisdicción, quitándole el lugar que le corresponde, para insultarla y rebajarla delante de sus hijos y los demás. Otros, por el contrario, se van al otro extremo y no ayudan en nada. Me ha dolido ver la esclavitud de algunas esposas devotas, trabajadoras y maltratadas. Después de trabajar todo el día sin parar para su joven y numerosa familia, han tenido que pasar las últimas horas del día solitarias, mientras sus esposos, en lugar de llegar a casa para alegrarse con su compañía o para darles aunque fuera media hora de respiro, andan en alguna fiesta o escuchando algún sermón. Y después, estas desafortunadas mujeres han tenido que despertar y quedarse en vela toda la noche para cuidar a un hijo que está enfermo o inquieto, mientras que el hombre al que aceptaron como compañero en las buenas y las malas duerme a su lado, negándose a sacrificar, aunque sea una hora de descanso, para darles un poco de reposo a sus esposas agotadas. Hasta las criaturas irracionales avergüenzan a hombres como estos porque es bien sabido que el pájaro macho se turna para quedarse en el nido durante el periodo de incubación, a fin de darle tiempo a la hembra para renovar sus fuerzas comiendo y descansando, y la acompaña en su búsqueda de alimento y alimenta a los pichones cuando pían. Ningún hombre debiera pensar en casarse si no está preparado para compartir, hasta donde pueda, la carga de las tareas domésticas con su esposa.

Tienen que ayudarse mutuamente en todo lo que atañe a su vida espiritual. Esto lo implica claramente el Apóstol cuando dice: “Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Cor. 7:16). Sean ambos inconversos o lo sea uno de ellos, debieran hacer cariñosos esfuerzos por procurar la salvación. ¡Qué triste es que disfruten juntos los beneficios del matrimonio y luego vayan juntos a la perdición eterna; ser consoladores mutuos sobre la tierra y luego atormentadores mutuos en el infierno; ser compañeros felices en el tiempo y compañeros de tormentos en la eternidad! Y donde ambas partes son creyentes auténticos, debe existir una demostración de una constante solicitud, atención y preocupación recíproca de su bienestar eterno… ¿Conversan juntos, como debieran, sobre los grandes temas de la redención en Cristo y la salvación eterna? ¿Prestan atención al estado de ánimo, los obstáculos, problemas y descensos en la devoción de su pareja, a fin de poder aplicar remedios adecuados? ¿Se exhortan el uno al otro diariamente, no sea que se endurezcan por lo engañoso del pecado? ¿Ponen en práctica su fidelidad sin tratar de encontrar faltas y elogian sin adular? ¿Se alientan el uno al otro a participar de los medios públicos de gracia más edificantes y recomiendan la lectura de libros que encuentran beneficiosos para sí mismos? ¿Son mutuamente transparentes acerca de lo que piensan sobre el tema de su fe personal y sus inquietudes, sus alegrías, sus temores, sus tristezas? ¡Ay, ay! ¿Quién no tiene que avergonzarse de sus descuidos en estos aspectos? Aún así, tal negligencia es tanto criminal como usual. ¡Huimos de la ira que vendrá y, no obstante, no hacemos todo lo que podemos para ayudarnos el uno al otro en la huida! ¡Contender lado a lado por la corona de gloria, el honor, la inmortalidad y la vida eterna y, no obstante, no hacer todo lo que podemos para asegurar el éxito mutuo! ¿Es esto amor? ¿Es ésta la ternura del cariño conyugal?

Esta ayuda mutua ha de incluir también todas las costumbres relacionadas con el orden, la disciplina y la devoción domésticas. Al esposo le corresponde ser el profeta, sacerdote y rey de la familia para guiar sus pensamientos, dirigir sus meditaciones y controlar sus temperamentos. Pero en todo lo que se relaciona a estos aspectos importantes, la esposa tiene que ser de un solo sentir con él. En estas cuestiones tienen que trabajar juntos, ninguno de los dos dejando que el otro sea el único que se esfuerza y, mucho menos, oponerse o boicotear lo que se está tratando de lograr… No existe una escena más hermosa sobre la tierra que la de una pareja devota usando su influencia mutua y las horas juntos para alentarse el uno al otro a realizar actos de misericordia y benevolencia piadosa. Ni siquiera Adán y Eva, llenos de inocencia, presentaban ante los ojos de los ángeles un espectáculo más interesante que éste, mientras trabajaban en el Paraíso levantando las enredaderas o cuidando de las rosas de ese jardín santo.

  • 6. La solidaridad mutua

Requiere solidaridad mutua. Una enfermedad puede requerir solidaridad y las mujeres, por naturaleza, parecen tener la inclinación a enfermarse. “¡Oh mujer!… ¡Un ángel ministrador eres tú!”…Si pudiéramos arreglarnos sin ella y ser felices cuando gozamos de buena salud, ¿qué somos sin la presencia y la ayuda tierna de ella cuando estamos enfermos? ¿Podemos, como puede la mujer, acomodar la almohada sobre la cual el hombre enfermo apoya su cabeza? No. No podemos administrar las medicinas y los alimentos como puede ella. Hay una suavidad en su toque, una delicadeza en sus pasos, una habilidad en las cosas que arregla, una compasión en su mirada, que quisiéramos tener…

Tampoco es esta solidaridad un deber exclusivo de la esposa, sino que lo es, de igual grado, del esposo. Es cierto que éste no puede brindarle a ella las mismas ayudas que ella a él, pero sí puede hacer mucho y, lo que puede hacer, debe hacerlo… Maridos: os insto a hacer uso de toda la habilidad y ternura del amor, para bien de las esposas si se encuentran débiles y enfermas. Estad junto a su lecho, hablad con ellas, orad con ellas, esperad con ellas. En todas las aflicciones, súfrelas con ellas también. Nunca desestimes sus quejas. Y, por todo lo sagrado en el afecto conyugal, os imploro que nunca, por sus expresiones de descontento o irritación, en estos momentos cuando son inusualmente sensibles, aumente su temor de que la enfermedad que les ha destruido la salud destruya también su cariño. ¡Ay! Evítale el dolor de pensar que son una carga. La crueldad del hombre que en estas circunstancias se muestra indiferente y despectivo no tiene nombre… Un hombre así comete acciones asesinas sin recibir castigo y, en algunos casos, sin recibir ningún reproche, pero no siempre sin remordimiento.

Pero la solidaridad debiera ser puesta en práctica por el hombre y su esposa, no sólo en casos de enfermedad, sino en todas sus aflicciones, sean o no personales. Has de compartir todas sus tristezas. Como dos hilos unidos, la cuerda del dolor nunca debe sonar en el corazón de uno sin causar una vibración correspondiente en el corazón del otro. O como la superficie de un lago reflejando el cielo, tiene que ser imposible que uno esté tranquilo y feliz, mientras que el otro está agitado e infeliz. El corazón debiera responder al corazón y el rostro al rostro.

Tomado de A Help to Domestic Happiness (Una ayuda para la felicidad doméstica), reimpreso por Soli Deo Gloria, una división de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.

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John Angell James (1785-1859): Predicador y autor congregacional inglés; autor de Female Piety, A Help to Domestic Happiness and An Earnest Ministry (La piedad femenina, Una ayuda para la felicidad doméstica y Un ministerio ferviente) y muchos más. Nació en Blandford, Dorsetshire, Inglaterra.

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