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Rom 8:28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

Hay un llamado que es particular, maravilloso, interno y eficaz; que se manifiesta a sí mismo no a todos, sino exclusivamente a los elegidos.

Este llamado, que se dice es “celestial” (Heb. 3:1), “santo” (2 Tim. 1:9), “irrevocable” (Rom. 11:29), es “conforme al propósito de Dios” (Rom. 8:28), es “el supremo mandamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14) y no tiene su punto de partida en la predicación. Él que llama a través de él es Dios, no el ministro. Y este llamado se lleva a cabo a través de dos agentes, una viniendo al hombre desde afuera y el otro desde adentro. Ambos agentes son efectivos y el llamado ha cumplido su propósito y el pecador ha llegado al arrepentimiento tan pronto como la obra de estos agentes se une en el centro de su ser.

Por lo tanto, negamos que la persona regenerada, al escuchar la Palabra predicada, vendrá por sí misma. No entendemos de esta forma su cooperación. Si el llamado interno es suficiente, ¿cómo es que el hombre regenerado puede a veces escuchar la predicación sin levantarse, sin arrepentirse, rehusándose a dejar que Cristo le entregue su luz? Pero nosotros confesamos que el llamado del hombre regenerado es dual: desde afuera por la Palabra predicada y desde adentro a través de la exhortación y la convicción del Espíritu Santo.

Por lo tanto la obra del Espíritu Santo en el llamado es dual:

La primera obra es, mientras Él viene con la Palabra: la Palabra que es inspirada, preparada, escrita y preservada por Dios mismo, quien es Dios el Espíritu Santo. Y Él trae esa Palabra a los pecadores a través de predicadores que Él mismo ha dotado con talentos, vida y profundo entendimiento espiritual. Y conduce tal predicación a través del canal del oficio y del desarrollo histórico de la confesión de forma tan maravillosa, que finalmente llega a él en la forma y la modalidad que se necesita para que lo afecte y lo tome por completo.

En esto vemos una guía muy misteriosa por parte del Espíritu Santo. Después un predicador sabrá que, mientras él predicaba en tal iglesia y a tal hora, una persona regenerada se convirtió. Y sin embargo él no se había preparado de forma especial para ello.

Frecuentemente, él ni siquiera conocía a la persona; mucho menos su condición espiritual. Y a pesar de ello, sin saberlo, sus pensamientos fueron guiados y sus palabras fueron preparadas de tal forma por el Espíritu Santo; quizás miró al hombre de manera tal que su palabra, en conexión con la operación interna del Espíritu, se convirtió para esa persona en la verdadera y concreta Palabra de Dios. Muchas veces escuchamos: “Eso fue predicado directamente para mí.” Y así lo fue. Sin embargo, se debe entender que no fue el ministro quien te predicó, ya que ni siquiera pensó en ti; sino que fue el Espíritu Santo mismo. Fue Él mismo quien obró en ti. Por lo tanto, los ministros de la Palabra debieran ser extremadamente cuidadosos para no jactarse en lo más mínimo de las conversiones que ocurren bajo su ministerio. Cuando después de días de fracaso el pescador saca su red llena de peces, ¿esto es causa para que la red misma se jacte? ¿Acaso no salió vacía una y otra vez; y luego no fue casi rota en pedazos por la multitud de pescados?

Decir que esto demuestra la eficiencia del predicador va en contra las Escrituras. Puede haber dos ministros, uno firme en la doctrina y el otro provisto de muy poco; y sin embargo el primero está sin convertidos en su iglesia, mientras que el segundo está siendo bendecido abundantemente. En esto el Señor Dios es y permanece como Señor Soberano. Él sigue de largo frente a los soldados muy bien armados del ejército de Saúl, mientras que David, con apenas unas pocas armas, mata al gigante Goliat. Todo lo que el predicador tiene que hacer es considerar cómo, en obediencia a su Señor, puede ministrar la Palabra, dejando los resultados al Señor. Y cuando el Señor Dios le da conversiones, y Satanás susurra, “¡Que gran predicador eres, que te fue dado a ti el convertir a tantos hombres!” entonces él debe decir, “Quítate de delante de mí, Satanás,” porque así estará dándole la gloria sólo al Espíritu Santo.

Sin embargo, el llevar la Palabra a una persona regenerada no es el único cuidado del Espíritu Santo que ocurre de esa forma y con ese foco, sino que añade también una segunda obra, a saber, aquella a través de la cual la Palabra predicada entra de forma efectiva al centro mismo de su corazón y vida.

A través de este segundo cuidado, Dios ilumina de tal forma su entendimiento natural y fortalece de tal forma su habilidad e imaginación natural, que esta persona recibe el sentido general de la Palabra predicada y comprende exhaustivamente su contenido.

Pero esto no es todo, porque aun creyentes fingidos pueden tener esto. La semilla de la Palabra logra este crecimiento también en aquellos que han recibido la semilla en los pedregales o entre los espinos. Por lo tanto, a esto se añade la iluminación de su entendimiento, regalo maravilloso que le permite no sólo comprender el sentido general de la Palabra predicada, sino también percibir y darse cuenta que esta Palabra viene a él directamente de Dios; que afecta y condena su propio ser, causando así que él penetre dentro de la esencia escondida de ella y sienta su punzante aguijón que lleva a la convicción.

Por ultimo, el Espíritu Santo emplea esta convicción—que de otra manera se desvanecería rápidamente—de forma tan extensa y severa, que finalmente el aguijón, como el buen filo de una espada, penetra la piel gruesa y deja al descubierto la herida infectada. Esta es una operación maravillosa en la persona que es llamada. El entendimiento general pone el asunto delante de él; la iluminación le revela su contenido; y la convicción pone la espada de doble filo sobre su corazón. Entonces, sin embargo, él tiende a alejarse de esa espada; a no dejar que lo penetre, sino a dejarla alejarse inofensivamente del alma. Pero entonces el Espíritu Santo, en plena actividad, sigue empujando la espada de la convicción, dirigiéndola con tal fuerza hacia el alma que finalmente logra entrar y surtir efecto.

Pero esto no concluye el llamamiento. Ya que después de que el Espíritu Santo ha hecho todo esto, Él comienza a operar sobre la voluntad; no doblándola a la fuerza, como una barra de hierro en las fuertes manos del herrero, sino haciéndola, aunque rígida e inconmovible, flexible y dócil desde adentro. Él no podría hacer esto en las personas no-regeneradas. Pero poniendo el fundamento de todas estas operaciones posteriores del alma sobre la regeneración, Él procede a construir sobre la persona; o, tomando otra ilustración, Él extrae los brotes desde la semilla en la tierra. Ellos no aparecen por sí solos, sino que Él los extrae desde la semilla. Un grano de trigo puesto sobre un escritorio sigue siendo lo que es; pero afectado por el sol en la tierra, el calor hace que brote. Y lo mismo ocurre aquí. La semilla vital no puede hacer nada por sí misma; sigue siendo lo que es. Pero cuando el Espíritu Santo hace que los alentadores rayos del Sol de Justicia la alumbren, entonces brota, y entonces Él extrae de ella no sólo las hojas, sino también el fruto.

Por lo tanto, el sometimiento de la voluntad es el resultado de una ternura y una emoción y un afecto que brotó desde la semilla de vida que le fue implantada, a través de la cual la voluntad, que en un principio era inflexible, se hizo flexible; a través de la cual aquellos que tendían hacia la izquierda fueron atraídos hacia la derecha. Y así, a través de este último hecho, la convicción, con todo lo que contiene, fue puesta en la voluntad; y esto resultó en el sometimiento del ser propio, dándole gloria a Dios.

Y de esta forma, el amor entró en el alma, un amor tierno, genuino y misterioso, cuyo éxtasis vibra en nuestros corazones a lo largo de nuestras vidas venideras.

Y esto concluye la exposición de la obra divina del llamamiento. Pertenece sólo a los elegidos. Es irresistible y ningún hombre puede entorpecerla. Sin ella, ningún pecador ha pasado desde la amargura del odio a la dulzura del amor. Cuando el llamado y la regeneración coinciden, parecen ser uno; y así lo son para nuestra conciencia; pero en realidad son distintos. Difieren en este sentido, que la regeneración se lleva a cabo independientemente de la voluntad y del entendimiento; que es obrada en nosotros sin nuestra ayuda o cooperación; mientras que en el llamamiento, la voluntad y el entendimiento comienzan a actuar, y así escuchamos tanto con el oído externo como el interno y con la voluntad predispuesta estamos dispuestos a salir a la luz.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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