En BOLETÍN SEMANAL

Algunos de los filósofos antiguos llamaron, no sin razón, al hombre microcosmos, que quiere decir mundo en pequeño; porque es una rara y admirable muestra del gran poder, bondad y sabiduría de Dios, y contiene en sí milagros suficientes para ocupar nuestro entendimiento si no desdeñamos el considerarlos. Por eso san Pablo (Hch. 17:27), después de decir que aun los ciegos palpando pueden encontrar a Dios, añade que no deben buscarlo muy lejos, pues cada uno ve dentro de sí, sin duda alguna, la gracia celestial con que son sustentados y existen. Si, pues, para alcanzar a Dios no es necesario salir de nosotros, ¿qué perdón merecerá la pereza del que para conocer a Dios desdeña entrar en sí mismo, donde Dios habita? Por esta razón el profeta David, después de haber celebrado en pocas palabras el admirable Nombre del Señor y su Majestad, que por todo lugar se dan a conocer, exclama (Sal. 8:4): «¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?” y (Sal. 8:2) «De la boca de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza».

Porque no solamente pone al hombre como un claro espejo de la obra de Dios, sino que dice también que hasta los niños, cuando aún son lactantes, tienen suficiente elocuencia para ensalzar la gloria de Dios, de manera que no son necesarios oradores; de ahí que él no dude en hablar de sus bocas, por estar bien preparados para deshacer el desatino de los que desean con su soberbia diabólica echar por tierra el Nombre y la gloria de Dios. De ahí también lo que el Apóstol (Hch. 17,28) cita del pagano Arato, que somos del linaje de Dios, porque habiéndonos adornado con tan gran dignidad, declaró ser nuestro Padre. Y lo mismo otros poetas, conforme a lo que el sentido y la común experiencia les dictaba, le llamaron Padre de los hombres, y de hecho, nadie por su voluntad y, de buen grado se sujetará a Dios sin que, habiendo primero gustado su amor paterno, sea por Él atraído a amarle y servirle.

Ingratitud de los que niegan a Dios:
Aquí se descubre la gran ingratitud de los hombres, que teniendo en sí mismos un bazar tan lleno y abastecido de tantas bellas obras de Dios, y una tienda tan llena y rica de admirables mercancías, en lugar de darle gracias, se hinchan de mas orgullo y presunción. Sienten cuán maravillosamente obra Dios en ellos, y la experiencia les muestra con cuánta diversidad de dones y mercedes su liberalidad los ha adornado. Se ven forzados, a despecho suyo, quieran o no, a reconocer estas notas y signos de la Divinidad, que, sin embargo, ocultan dentro de sí mismos. Ciertamente no es menester salir fuera de sí a no ser que, atribuyéndose lo que les es dado del cielo, escondan bajo tierra lo que sirve de antorcha a su entendimiento para ver claramente a Dios. Y, lo que es peor, aun hoy en día viven en el mundo muchos espíritus monstruosos, que sin vergüenza alguna se esfuerzan por destruir toda semilla de la Divinidad derramada en la naturaleza humana. ¿Cuán abominable, decidme, no es este desatino, pues encontrando el hombre en su cuerpo y en su alma cien veces a Dios, so pretexto de la excelencia con que lo adornó, toma ocasión para decir que no hay Dios? Tales personas no dirán que casualmente se diferencian de los animales, porque en nombre de la Naturaleza, a la cual hacen artífice y autora de todas las cosas, dejan a un lado a Dios.

Ven un artificio maravilloso en todos sus miembros, desde su cabeza hasta la punta de sus pies; en esto también atribuyen a la Naturaleza lo que corresponde a Dios. Sobre todo, los movimientos tan ágiles que ven en el alma, tan excelentes potencias, tan singulares virtudes, dan a entender que hay una Divinidad que no permite fácilmente ser relegada; mas los epicúreos toman ocasión de ensalzarse como si fueran gigantes u hombres salvajes, para hacerle la guerra a Dios. ¿Pues qué? ¿Será menester que para gobernar a un gusanillo de cinco pies concurran y se junten todos los tesoros de la sabiduría celestial, y que el resto del mundo quede privado de tal privilegio? En cuanto a lo primero, decir que el alma está dotada de órganos que responden a cada una de sus partes, lo cual les expone ante su argumentación de lo poco que vale para oscurecer la gloria de Dios, que más bien hace que se muestre más. Que responda Epicuro, ya que se imagina que todo se hace por el concurso de los átomos, que son un polvo menudo del que está lleno el aire, ¿qué concurso de átomos hace la cocción de la comida y de la bebida en el estómago y la digiere, parte en sangre y parte en deshechos, y da tal arte a cada uno de los miembros para que hagan su oficio y su deber, como si tantas almas cuantos miembros rigiesen de común acuerdo al cuerpo?


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

 

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar