En BOLETÍN SEMANAL
Efectos del Espíritu: Si los miembros de tu iglesia están llenos del Espíritu, entonces éste es el resultado: se aman mutuamente, sienten interés los unos por los otros, hay compasión y un deseo de ayudarse, disfrutan de esa unidad de espíritu, alabando al Señor, cantando y anticipando juntos lo que aún les espera.

​Otra característica del cristiano es que tiene buen humor. El que busca en el alcohol su felicidad quiere tener buenos compañeros, quiere tener buen humor, fe­licidad, y afirma que uno no puede tener buen humor sin beber alcohol. He leído libros muy serios sobre esto. «El buen humor», afirman, «es imposible sin el estímulo de la bebida». Lógicamente se refieren al efecto soporífico que produce. Sin embargo, piensan que disfrutan de la jovialidad y de la amistad. El apóstol responde que es sólo en el contexto del Espíritu donde se encuentra esto: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Es­píritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espiri­tuales».

Por supuesto, los cristianos anhelan la compañía de los otros. Si no te gusta la compañía de otros cristianos, no veo que puedas ser un cris­tiano. «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que ama­mos a los hermanos». ¿Acaso hay alguna cosa sobre la tierra comparable a la reunión con otros cristianos? Yo sacrificaría cualquier cosa que el mundo pudiera ofrecerme por pasar cinco minutos con un santo. ¿Y qué es lo que puede ofrecer el mundo, tomando de lo mejor que tiene, de lo más elevado, de todos sus palacios, y de toda su cultura, de todo su arte y literatura, to­mando de todo lo que ofrece, si uno lo compara con el compañerismo con otros cristianos? Nada se compara al compañerismo con mentes bondado­sas y cristianas, el compañerismo de los hijos de Dios reunidos, hablando entre ellos sobre la gran liberación y sobre la nueva vida y la bendita espe­ranza que está delante de ellos, hablando del hogar celestial, de la gloria ve­nidera, conviviendo con felicidad, enfrentando juntos los problemas, ayu­dándose unos a otros, fortaleciéndose mutuamente y estimulándose el uno al otro. Esa es la alegría de los cristianos que viven en comunidad en la vida de la iglesia. Mientras se trate de auténticos cristianos, nada hay que se le parezca. El hecho de ser un miembro de la iglesia no necesariamente le da esta riqueza; la moralidad ciertamente no lo hace. Pero si los miembros de tu iglesia están llenos del Espíritu, entonces éste es el resultado: ellos se aman mutuamente, sienten interés el uno por el otro, hay compasión y un deseo de ayudarse, y todos juntos experimentan un gran gozo en espíritu, alabando al Señor, cantando y anticipando juntos lo que aún les espera.

De esta manera, mediante el uso de tan extraña comparación, el apóstol ha abierto una visión ante nosotros y nos ha dado un anticipo de algunas de las glorias esenciales de la vida cristiana. No, no se trata meramente, y no se trata solamente, de una vida en la que uno no se embriaga, en la que uno no va al cine, no fuma, no hace esto, no hace aquello. Puede abstenerse de todas aquellas cosas y aún no ser cristiano. El cristiano es una persona que es estimulada por el Espíritu Santo. Es alguien cuya personalidad se ha am­pliado; es feliz, está gozoso, de buen humor y es útil. El cristiano vive la vida más emocionante que uno puede imaginarse, y todo es producto del Espíritu Santo. Nada más y nadie más puede producir todas estas cosas y producirlas todas al mismo tiempo. Una persona con gran voluntad o de elevada moral puede controlarse. Esto es cierto, pero esa persona no puede ser feliz por sí solo. Por ese motivo he denunciado al tipo de persona que es meramente moral, a la persona que quiere dar la impresión de que el cristianismo es algo negativo y triste.

Pero permítaseme decir esto también, a fin de ser justo, denuncio del mismo modo al tipo de cristiano que trata de producir una alegría y un espí­ritu airoso que es falso, fingido y ficticio. Esa no es obra del Espíritu Santo. Me refiero a aquellas personas que se visten de una alegría voluble y dicen, «Yo siempre demuestro que como cristiano soy una persona feliz». El efec­to que siempre producen sobre mí estas personas es que me siento extrema­damente miserable al ver la exhibición de su carnalidad y comprobar que no comprenden la doctrina del Espíritu Santo. Ellos mismos tratan de crearlo y usarlo como si fuese una capa. Luego tratan de inyectar brillo y alegría en sus reuniones. Incluso hablan de edificios brillantes y alegres. Algunos in­cluso afirman que semejantes edificios son esenciales para la obra evangelística. Eso es ebriedad, eso es disolución, eso es semejante al efecto del alco­hol; ese es el hombre tratando de producir una apariencia de felicidad.

No hay nada más repulsivo que una persona tratando de dar la impresión de ser feliz. El cristiano no hace esto porque él es realmente feliz. En él está el estímulo del Espíritu Santo, en él está el gozo del Señor. No hay nada de exhibicio­nismo en él. No hay fingimiento ni está usando el engaño. No se ve tanto al hombre como al Señor que hace de él lo que es. Es el ‘gozo en el Espíritu Santo’. «El fruto del Espíritu es amor, gozo…». Esa es la obra del Espíritu Santo. Por eso, abominemos y reprobemos al tipo de cristiano que da la impresión de que la vida cristiana es miserable; pero del mismo modo, abomi­nemos y reprobemos a la clase de cristiano que dan la impresión de que el cristianismo es una forma de lucirse, un estado de cons­tante ocupación y un exhibicionismo, que no es sino la carne y que al final de cuentas cae en la categoría del efecto que es producido por el exceso del vino. «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; mas sed lle­nos del Espíritu”.

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Extracto del libro: «Vida nueva en el Espíritu», de Martin Lloyd-Jones

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