​¿Cómo es posible que siendo hijos de satanás, hayamos sido hechos hijos de Dios? ¿Cómo es posible que nosotros, estando condenados por nuestros hechos delante de la Ley, entremos en otra relación legal como miembros de la familia celestial? ¿Cómo es posible que nosotros que estábamos espiritualmente muertos hayamos sido vivificados?
Efe 5:31-32  Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre,  y se unirá a su mujer,  y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio;  mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.

Al mirar hacia adelante, nuestra identificación con Cristo en esta unión espiritual nos asegura nuestra resurrección final (Rom. 6:5; 1 Co. 15:22) y nuestra glorificación (Rom.8:17). Como estamos unidos a Cristo, hemos de ser como Él es. Como nunca podremos separarnos de Él, siempre estaremos con Él (1 Jn. 3:2).

En un sentido, «la unión con Cristo» es la salvación. Murray escribe, «Vemos que la unión con Cristo tiene su origen en la elección de Dios el Padre antes de la fundación del mundo y que tiene su culminación en la glorificación de los hijos de Dios. La perspectiva del pueblo de Dios no es estrecha; es amplia y es extensa. No está confinada en el tiempo y en el espacio; tiene la expansión de la eternidad. Su órbita tiene dos puntos focales, uno de ellos es el amor electivo de Dios el Padre en los consejos de la eternidad, el otro es la glorificación con Cristo en la manifestación de su gloria. La primera no tiene principio, la segunda no tiene fin».

Fuera de Cristo no sería posible contemplar nuestro estado sin otro sentimiento que no fuera de horror. Unidos a Él todo cambia, y el horror se convierte en una paz indescriptible y en un gozo inconmensurable.

A esta altura alguien podría estar preguntándose: «¿Pero cómo estoy unido a Cristo? ¿En qué sentido he muerto con Él? Todo esto parece ser un mero juego teológico de palabras». Estas preguntas son ciertamente comprensibles dada la dificultad real de este tema. Sin embargo, es necesario que busquemos el entendimiento, como lo sugirió Anselmo en su frase Fides quaerens intellectum, «La fe en busca de entendimiento». Cuando lo hacemos, encontramos, como suele suceder, que la Biblia nos ha provisto de muchos recursos para ayudarnos en nuestra búsqueda, en especial en forma de ilustraciones.

La primera ilustración que nos aporta la Biblia es la unión de un hombre y una mujer en el matrimonio. En Efesios 5, Pablo retrata a Cristo en su papel de esposo y a la iglesia en su papel de esposa. Concluye diciendo: «Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef. 5:32).

¿Qué clase de unión existe dentro de un matrimonio ? Evidentemente, se trata de una unión de amor, que conlleva una armonía de mentes, almas y voluntades. En el plano humano no siempre somos conscientes de esto como deberíamos serlo. Sin embargo, este es el ideal; y está apuntando de manera muy natural a nuestra relación con Cristo, donde crecientemente se nos hace posible obedecer el gran mandamiento de Cristo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt. 22:37, una referencia a Dt. 6:5).

Es posible, sin embargo, concebir una unión de mentes, corazones y almas fuera del matrimonio. Lo que hace al matrimonio singular es el nuevo conjunto de relaciones legales y sociales que crea.

Después del casamiento, el nombre de la mujer, en algunos países, cambia. Entra a la iglesia como María Tower. Se casa con Jim Schultz y deja la iglesia como la señora Schultz. María ha sido identificada con su marido por medio de la ceremonia de casamiento. De manera similar, el nombre del creyente cambia de señorita Pecadora a señora Cristiana cuando se identifica con el Señor Jesús. Junto con el cambio del nombre hay también cambios legales. Cualquier compra que se haga es para los dos, y cualquier venta tiene que contar con la aprobación de los dos.

 Por medio de nuestra unión con Él,  Cristo se convierte  en el esposo de la iglesia, quien paga la pena en que habíamos incurrido por causa de nuestro pecado.

Por último, hay cambios psicológicos y sociales. María sabe que ahora es una mujer casada y ya no puede vivir como si fuera soltera. Confía en adaptarse a su marido y a partir de este momento considerará a los demás hombres de manera diferente. Es posible que hasta se encuentre con compañías nuevas, con nuevos amigos y metas nuevas para su vida debido a su nueva relación. De manera semejante, cuando estamos unidos a Cristo nuestras antiguas relaciones cambian y Cristo se convierte en el centro de nuestras vidas y de nuestra existencia.

La segunda ilustración de la unión con Cristo es la de la cabeza y el resto del cuerpo. En Efesios 1:22-23 leemos: «y [Dios el Padre] sometió todas las cosas bajo sus pies [es decir, los de Cristo], y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo». Y otra vez, en Colosenses 1:18, Pablo escribe: «él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia».

El desarrollo lo encontramos en 1 Corintios 12:12-27, que dice en parte: «porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo”…. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu… Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular».

Esta ilustración nos está señalando:

Primero, que nuestra unión con Cristo es también una unión entre cada uno de nosotros. Como podemos ver en la primera carta de Pablo a los Corintios, los cristianos allí estaban divididos, y Pablo estaba intentando convencerlos de la necesidad de que tuvieran una verdadera unidad.

Segundo, la «cabeza» de Cristo está haciendo hincapié sobre su señorío. Todos somos miembros del cuerpo, pero se trata de su cuerpo.  Él es la cabeza. El cuerpo funciona bien cuando responde a Él. 

Tercero, y muy importante, la ilustración nos muestra esta unión de la cabeza y el cuerpo como una unión viva y por lo tanto en crecimiento. Esto significa que la unión no se establece por medio de la acción de unirse a una organización externa, ni siquiera a una iglesia verdadera. Se establece, en cambio, sólo cuando Cristo mismo pasa a residir dentro de la persona.

La siguiente ilustración, la de la vid y los pámpanos (Jn. 15:1-17), resalta el propósito de la unión del creyente con Cristo: el que podamos llevar fruto, para ser útiles a Dios en este mundo. Debemos notar que esta producción de frutos se logra por el poder de Cristo y no por algo en nosotros. Es más, «separados de [Él], nada podemos hacer» (vs. 5). Cristo nos poda, y nos adiestra para su obra a fin de que llevemos fruto de la manera en la que Él quiere.

La última ilustración de la unión del creyente con Cristo es el cuadro de un templo espiritual compuesto de muchas piedras pero con Cristo como el Fundamento: «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:20-22).

Hay paralelos con esto en la ilustración de Cristo sobre «el hombre prudente que edificó su casa sobre la roca» (Mt. 7:24), y otras referencias esparcidas de Pablo sobre nosotros como «el edificio de Dios» (1 Co. 3:9; 11-15). En cada uno de estos casos la idea central es la misma: la permanencia.

Como Cristo es el Fundamento, y Él no cambia, todo lo que se edifique sobre Él también será permanente. Los que pertenecen a Cristo no perecerán sino que permanecerán hasta el fin.

¿Cómo es esto posible? Hemos visto que la unión con Cristo es un cambio legal. Es una relación viva. Es la fuente del poder divino dentro de los cristianos. Es permanente. ¿Cómo es posible que nosotros que hemos tenido una relación legal (una condenación) entremos en otra relación como hijos de Dios? ¿Cómo es posible que nosotros que estábamos espiritualmente muertos hayamos sido vivificados, que nosotros que estábamos sin fuerzas y débiles hayamos sido fortalecidos, que nosotros que éramos polvo podamos ahora vivir eternamente? La respuesta es por el Espíritu Santo. Estas verdades serán una realidad en nuestra experiencia individual sólo en la medida que el Espíritu de Cristo nos una a Cristo.

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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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