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Siempre hay personas presuntuosas que intentan sobornar a Dios para que abandone a su pueblo. Cuando Balaam trató de poner a Dios de parte de Balac no reparó en gastos: levantó un altar tras otro e hizo un sacrificio tras otro, esperando así obligar al Señor a que se pronunciara contra su pueblo. Pero el Padre fue fiel a sus hijos y descargó su juicio sobre aquella nación por enviar a Balaam con una misión tan necia. Mientras tanto, Dios siguió persuadiéndolos de su amor fiel: “Pueblo mío, acuérdate ahora qué aconsejó Balac rey de Moab, y qué le respondió Balaam hijo de Beor [¿por qué recordarlo?], para que conozcas las justicias de Jehová (Miq. 6:5).

Esta historia nos recuerda la fidelidad de Dios para con sus escogidos. Si quieres que tu amor a Dios sea incorruptible, embalsámalo con la dulce especia de su íntegro amor por ti, que es inmortal e incorruptible. Si crees que Dios te es fiel, ¿cómo volverás a serle falso? En el amor es cruel devolver falsedad a cambio de fidelidad.

  1. El amor de Dios no puede ser vencido.

La ira y el poder de los enemigos de su pueblo ni siquiera empiezan a poner a prueba la omnipotencia de Dios, pero los pecados de su pueblo sí que lo hacen. Nunca se oye a Dios quejarse de la fuerza de sus enemigos, pero los pecados y las faltas de sus hijos le quebrantan el corazón. Le hacen padecer ante la opción de si debe amarlos o dejarlos, darles muerte o vida. Pero sean cuales fueren las expresiones humanas utilizadas en la Palabra para hacer que su pueblo se arrepienta y vuelva de su frialdad, Él nunca está indeciso. El amor mueve sus pensamientos a favor del pueblo de su pacto, aun cuando los actos y actitudes de este menos lo merecen.

Cuando el diablo descubrió la vestidura sucia de Josué, pensó que tenía pruebas suficientes para presentar un caso manchado en su contra delante de Dios. Pero se equivocaba, porque en lugar de provocar la ira divina, conmovió a Dios haciéndole que declarara la venida del amado Renuevo (cf. Zac. 3:8). Medita sobre esto. El amor de Dios es tan invencible que ni los peores pecados pueden romper el nudo del pacto que te ata a Él.

Entonces debes esforzarte por tener la imagen del amor de tu Padre celestial claramente impresa en tu amor hacia él. Nada puede vencer su amor por ti, de forma que no permitas que nada perjudique tu amor hacia Él. Habla así a tu alma: “Me aferro a Dios aun cuando esconda su rostro, porque no me rechazó cuando le di la espalda. Testifico de la grandeza de su Nombre cuando los demás lo reprochan. Dios ha mantenido ardiendo en su corazón su amor por mí mientras yo pecaba. ¿Voy a entristecer de nuevo a su Espíritu y hacerle cómplice de mi pecado, empleando su amor como excusa?”.

Cuidado con los pecados de presunción

Estos pecados hieren profundamente la rectitud del hombre porque son sumamente inconsecuentes con ella: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí: entonces seré íntegro” (Sal. 19:13). El pecado de soberbia de David es la única excepción al testimonio que Dios dio de su justicia: “Por cuanto David había hecho lo recto ante los ojos de Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías heteo” (1 R. 15:5). Los otros pecados de David se descontaron porque no causaban tanta herida a su justicia como este.

Igual que un pecado de soberbia es incompatible con la justicia, la justicia habitual es incompatible con la soberbia habitual. Si un sorbo de este veneno infecta gravemente el espíritu de una persona de virtud, ¡qué mortal será para toda rectitud, si el cristiano lo bebe a diario! Como “Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey” (Dn 1:8), nosotros debemos ponernos diariamente bajo un santo compromiso de no contaminarnos con el pecado de la soberbia.

Agustín dijo: “Puedo errar, pero estoy resuelto a no ser un hereje. Puedo fallar, pero por la gracia de Dios trabajaré para no ser un pecador arrogante”. Si no quieres ser un pecador arrogante, deja de tomar a la ligera aquellos pecados que parecen menos graves que otros. Cuando la conciencia de David le amonestó por cortar el manto de Saúl, dejó lo que estaba haciendo y se retiró. El tierno corazón de David le reprochó su acción y eso no le permitió asesinar al rey.

Pero en otra ocasión la conciencia de David estaba demasiado dormida para avisarle del peligro, y miró con deseo a Betsabé. Como un alpinista mareado que se desmaya, cayó de un pecado escabroso en otro hasta terminar en la honda fosa del asesinato.

Cuando se hiela el río uno se atreve a andar y correr por donde no pondría el pie de estar el hielo roto o quebradizo. Cuando el corazón del cristiano está tan endurecido que puede plantarse en una debilidad sin que su conciencia se quebrante bajo el peso, ¿quién sabe hasta donde llegará su pecado?

Ponte por encima del amor y el temor al mundo

La integridad del cristiano no se eclipsa sin la interposición de la tierra entre Dios y su alma.

  1. Ponte por encima del amor al mundo

Esa es una terca raíz sobre la que no crece la hipocresía. Si tu corazón se aferra a algo mundano, y lo desea por encima de todo, serás vulnerable al primer consejo de Satanás para conseguirlo. Al cazador no le importa por donde entra —salta vallas y barrancos, pasa por charcos y barro— con tal de cobrarse el conejo.

Es un misterio que el cristiano, con el corazón ungido con el precioso óleo de Cristo, tenga aún gusto por el olor del mundo. Parece que el dulce perfume de las especias que son las promesas de Dios debería quitarle el deseo de ir tras la caza mundana. El hálito de Cristo en ellas debe colmar tanto los sentidos del cristiano que los burdos gustos mundanales ya no le plazcan.

Esto es así mientras los sentidos espirituales están abiertos, pero igual que un catarro tapona la nariz, la negligencia del cristiano obstruye las virtudes divinas. Cuando este no puede disfrutar del sabor divino de Cristo, el diablo aprovecha para ponerle delante inmediatamente algún atractivo mundano. Pronto la carne lo olfatea y lleva al cristiano a una caza que termina en dolor y vergüenza.

  • Ponte por encima del temor al mundo

El temor al hombre es un lazo. El cobarde se esconde en cualquier hueco, por sucio que sea, para salvarse. Cuando a los más santificados los confronta la tentación, son como los otros hombres. Cuando la reputación de Pedro parecía peligrar un poco, “no [andaba] rectamente conforme a la verdad del evangelio” (Gá. 2:14). En su lugar, daba un paso adelante y otro para atrás, estando a veces dispuesto a comer con los gentiles y a veces no. ¿Por qué? “Porque tenía miedo de los de la circuncisión” (v. 12).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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