En el texto se nos dice que este acto tiene lugar aun en el seno materno, con lo cual se nos enseña que tuvo lugar antes de nuestro nacimiento, cuando aún no podíamos haber hecho nada en absoluto para conquistarlo o merecerlo. Dios nos apartó desde la parte y el momento más inicial de nuestro ser; y ciertamente, mucho antes que esto, cuando aún no habían sido formados los montes, ni las colinas, ni los océanos habían sido hechos por su poder creador, Él, en su propósito eterno, nos había apartado para Si. Luego, después de este acto de separación, vino el llamamiento efectivo: «y me llamó por su gracia». El llamamiento no causa la elección; sino que la elección, brotando del propósito divino, causa el llamamiento. El llamamiento viene como consecuencia del propósito divino y la elección divina, y observaréis cómo la obediencia sigue al llamamiento. De modo que el proceso es así: primeramente el propósito sagrado y soberano de Dios; luego la elección o separación neta y definida; a continuación el llamamiento efectivo e irresistible; y después la obediencia para vida, y los deleitosos frutos del Espíritu que de ella brotan. Yerran, ignorando las Escrituras, los que colocan cualquiera de estos procesos antes que los demás, apartándose del orden en que los da la Escritura. Los que colocan en primer lugar la voluntad del hombre, no saben lo que dicen, ni conocen lo que afirman
En primer lugar, Spurgeon sostenía que el Arminianismo no afecta meramente a unas cuantas doctrinas que puedan separarse del Evangelio, sino que abarca la unidad entera de la salvación bíblica, y afecta a nuestro punto de vista sobre el plan entero de la redención casi en todos sus puntos. Consideraba que la ignorancia del contenido total del Evangelio era la causa principal del Arminianismo, y que los errores de aquel sistema impiden entonces a los hombres captar toda la unidad divina de las verdades bíblicas y percibirlas en sus verdaderas relaciones y debido orden. El Arminianismo trunca la Escritura y milita contra la plenitud de visión que se precisa para que Dios sea glorificado, Cristo exaltado y el creyente corroborado en estabilidad. Cualquier cosa que así incline a los cristianos a conformarse con menos que esta plenitud de visión es por consiguiente asunto grave al que es preciso oponerse: «Quisiera que estudiarais asiduamente la Palabra de Dios hasta que alcancéis una idea clara de todo el plan desde la elección hasta la perseverancia final, de la perseverancia final a la segunda venida, la resurrección y las glorias que han de seguirla, por los siglos sin fin». Spurgeon no se cansaba jamás de introducir, en sus sermones, sumarios de la anchura y la inmensidad del plan de salvación de Dios, y al mismo tiempo de la gloriosa unidad de todas sus partes. Damos a continuación un ejemplo típico, sacado de un sermón sobre Gálatas 1:15, titulado Agradó a Dios.
«Creo que en estas palabras percibiréis que el divino plan de la salvación está presentado muy claramente. Como veis, empieza en la voluntad y el agrado de Dios: «Cuando agradó a Dios». El fundamento de la salvación no está en la voluntad del hombre. No empieza con la obediencia del hombre, prosiguiendo entonces hacia el propósito de Dios; sino que aquí está su comienzo, aquí está el manantial del cual manan las aguas vivas: «Agradó a Dios». Después de la voluntad soberana y la buena voluntad de Dios viene el acto de la separación, comúnmente conocido con el nombre de elección. En el texto se nos dice que este acto tiene lugar aun en el seno materno, con lo cual se nos enseña que tuvo lugar antes de nuestro nacimiento, cuando aún no podíamos haber hecho nada en absoluto para conquistarlo o merecerlo. Dios nos apartó desde la parte y el momento más iniciales de nuestro ser; y ciertamente, mucho antes que esto, cuando aún no habían sido formadas las montañas y las colinas, y los océanos no habían sido hechos por su poder creador, El, en su propósito eterno, nos había apartado para Si. Luego, después de este acto de separación, vino el llamamiento efectivo: «y me llamó por su gracia». El llamamiento no causa la elección; sino que la elección, brotando del propósito divino, causa el llamamiento. El llamamiento viene como consecuencia del propósito divino y la elección divina, y observaréis cómo la obediencia sigue al llamamiento. De modo que el proceso es así: primeramente el propósito sagrado y soberano de Dios; luego la elección o separación neta y definida; a continuación el llamamiento efectivo e irresistible; y después la obediencia para vida, y los deleitosos frutos del Espíritu que de ella brotan. Yerran, ignorando las Escrituras, los que colocan cualquiera de estos procesos antes que los demás, apartándose del orden en que los da la Escritura. Los que colocan en primer lugar la voluntad del hombre, no saben lo que dicen, ni conocen lo que afirman». De modo que el arminianismo es culpable de confundir las doctrinas y de actuar como obstrucción en el entendimiento claro y lúcido de la Escritura; por tergiversar o ignorar el propósito eterno de Dios, disloca el significado de todo el plan de la redención. Cierta-mente, la confusión es inevitable aparte de esta verdad fundamental:
«Sin ella falta la unidad de pensamiento, y hablando generalmente no tienen la menor idea de un sistema de teología. Es casi imposible hacer teólogo a un hombre, así nos parece, meter a un joven creyente en una escuela teológica durante años; pero a menos que le mostréis este plan básico del pacto eterno, hará pocos progresos, porque sus estudios carecen de coherencia, no ve cómo una verdad encaja con la otra, y cómo todas las verdades han de armonizar juntas. En cambio, permitidle tener una idea clara de que la salvación es por gracia; que descubra la diferencia entre el pacto de las obras y el pacto de la gracia; que entienda claramente el significado de la elección, al mostrar el propósito de Dios, y su relación con otras doctrinas que demuestran la perfección de aquel propósito, y desde aquel momento está en buen camino para llegar a ser un creyente instructivo. Siempre estará preparado para presentar, con mansedumbre y reverencia, razón de la esperanza que hay en él. Las pruebas son palpables. Tomad cualquier condado de Inglaterra, y descubriréis hombres pobres, plantando setos y cavando, que tienen mejor conocimiento de la teología que la mitad de aquellos que proceden de nuestras academias y universidades, por la única y simple razón de que estos hombres, en su juventud, han aprendido ante todo el sistema del cual la elección es centro, y luego han hallado que su propia experiencia cuadraba exactamente con él. Sobre aquel buen fundamento han edificado un templo de conocimientos santos, que han hecho de ellos padres en la Iglesia de Dios. Todos los demás planes no sirven para edificar, no son sino madera, heno y hojarasca. Colocad sobre ellos lo que queráis, y caerán. No tienen sistema de arquitectura; no pertenecen a ningún orden de razón ni de revelación. Un sistema descoyuntado hace que su piedra superior sea mayor que su fundamento; hace que una parte del pacto esté en desacuerdo con otra; hace que el cuerpo místico de Cristo no tenga ninguna forma en absoluto; da a Cristo una esposa a quien El no conoce ni escoge, y la coloca en el mundo para ser unida a cualquiera que le acepte; pero El no puede escoger en lo más mínimo. Esto estropea todas las figuras que se usan con referencia a Cristo y su Iglesia. El plan excelente y antiguo de la doctrina de la gracia es un sistema que, una vez recibido pocas veces es abandonado; cuando se aprende apropiadamente, moldea los pensamientos del corazón, e imprime un sello sagrado sobre el carácter de los que ya han descubierto su poder».
Se ha dicho con frecuencia que el calvinismo no tiene mensaje evangelístico cuando se trata de predicar la Cruz, debido a que no puede decir que Cristo murió por los pecados de todos los hombres en todas partes. Pero la expiación era el centro de toda la predicación de Spurgeon, y lejos de pensar que para el evangelismo es indispensable una expiación universal, sostenía que si la posición arminiana fuese verdadera, no habría una redención real que predicar, ya que el mensaje del Evangelio quedarla sumido en la confusión. Creía que una vez los predicadores cesan de colocar la Cruz en el contexto del plan de la salvación, y ya no se ve que la sangre derramada es «la sangre del pacto eterno», ya no es solamente el alcance de la expiación lo que está en tela de juicio, sino su mismísima naturaleza. Por otra parte, si sostenemos, como hace la Biblia, que el Calvario es el cumplimiento de aquel gran plan de la gracia en que el Hijo de Dios llegó a ser el Representante y Cabeza de los que fueron amados por el Padre antes de la fundación del mundo (Efesios 1a), entonces, y de una sola vez, quedan establecidos la naturaleza y el alcance de la expiación. El hecho de que Su muerte fue de naturaleza sustitutiva (llevando Cristo el castigo de los pecados de otros), y que fue padecida a favor de aquellos con los cuales Él estaba relacionado por el pacto de la gracia, son dos verdades que están esencialmente conectadas.
Contra tales personas, declara la Escritura, no es posible presentar acusación de pecado, y el don de Cristo a ellos deja fuera de duda el hecho de que Dios les dará juntamente con Él todas las cosas gratuitamente (Romanos 8:32 33).
Así debe ser, pues la expiación significa, no solamente que se ha provisto salvación del pecado en cuanto afecta a la naturaleza humana (la servidumbre y la contamina¬ción del pecado), sino, lo que es más maravilloso, sal¬vación del pecado en cuanto nos hace culpables y nos con¬dena a ojos de Dios. Cristo ha cargado con la condenación divina, condenación que carece de sentido a menos que sostengamos que era el juicio a causa de los pecados de las personas, y así, por Su sacrificio, satisface y quita Él la ira que merecía Su pueblo. En Su Persona, Él ha satisfecho plenamente las exigencias de la santidad y la ley de Dios, de modo que ahora, sobre la base de la justicia, el favor divino ha quedado garantizado para aquellos en cuyo lugar el Salvador sufrió y murió. Dicho de otro modo, la Cruz tiene un aspecto en que mira a Dios; fue una obra propiciatoria por la cual el Padre es pacificado, y es precisamente sobre esta base, a saber, la obediencia y la sangre de Cristo, que todas las bendiciones de la salvación fluyen gratuitamente y con certeza hacia los pecadores. Esto es lo que tan claramente se enseña en Romanos 3:25,26: «Se demuestra que Dios no sólo es misericordioso para perdonar, sino que es fiel y justo al perdonar al pecador sus pecados. La justicia ha sido plenamente satisfecha, y garantiza su liberación. Aun el primero de los pecadores aparece, en el sacrificio propiciatorio de su Fiador, como verdaderamente digno del amor Divino, porque, no sólo es perfectamente inocente, sino que tiene la justicia de Dios» (11 Corintios 5:21). Spurgeon se gloriaba en esta verdad: «Ha castigado a Cristo, ¿por qué habría de castigar dos veces por una trasgresión? Cristo ha muerto por todos los pecados de su pueblo, y si tú estás en el pacto, eres del pueblo de Cristo. No puedes ser condenado. No puedes padecer por tus pecados. Hasta que Dios pueda ser injusto, y exigir dos pagos por una sola deuda, no puede destruir el alma por quien Jesús murió».
El Arminianismo evangélico predica una expiación sustitutiva y también se aferra a una redención universal, pero, debido a que sabe que esta universalidad no garantiza la salvación universal, tiene que debilitar inevitablemente la realidad de la sustitución, y representarla como algo más indefinido e impersonal una sustitución que no redime de hecho, sino que hace posible la redención de todos los hombres. Según el Arminianismo, la expiación no tiene relación especial con ninguna persona individual, y no hace segura la salvación de nadie. Por la misma razón, esta enseñanza tiene también la inevitable tendencia a disminuir el valor de la propiciación y a oscurecer el hecho de que la justificación viene a los pecadores, no sobre la base de su fe, sino exclusivamente a causa de la obra de Cristo. No es la fe la que hace que la expiación sea eficaz para nosotros, sino que es la expiación la que ha obtenido la justificación y la justicia de los pecados, y aun la fe por la cual nos apropiamos de estas bendiciones es un don del cual Cristo es autor y dueño por adquisición. De modo que, si bien el Arminianismo no niega que la naturaleza de la expiación sea vicaria, siempre hay peligro de que lo haga, Y esta es una de las razones de que, en más de una época de la historia, el Arminianismo haya desembocado en un modernismo que niega totalmente la sustitución y la propiciación. Una vez se ha aceptado en la Iglesia una visión borrosa y oscura de la expiación, es mas que probable que la generación siguiente llegue a la vaguedad suprema de un hombre como F. W. Robertson, de Brighton, de quien se ha dicho: «Robertson creía que Cristo hizo algo que, de algún modo, tenía una relación con la salvación.»
La reciente nueva publicación de la obra de John Owen: La muerte de la muerte en la muerte de Cristo, que examina detalladamente la importancia de esta cuestión por medio de la exégesis bíblica, hace que sean innecesarios más comentarios aquí, y la posición de Spurgeon era la misma que la del gran puritano. Nuestro propósito al presentar esta particular doctrina en el presente contexto es tan sólo mostrar que Spurgeon consideraba que constituía más que una disputa sobre el alcance de la redención. Predicando sobre La Redención Particular, en 1858, decía: «La doctrina de la redención es una de las más importantes del sistema de fe. Un error en este punto desembocará inevitablemente en un error en todo el sistema de nuestras creencias». Más de veinte años después, ésta seguía siendo todavía su convicción: «La gracia de Dios no puede verse frustrada, y Jesucristo no murió en vano. Creo que estos dos principios son la base de toda doctrina sana. La gracia de Dios no puede ser frustrada pase lo que pase. Su propósito eterno se cumplirá, su sacrificio y su sello serán eficaces; los escogidos por gracia serán traídos a gloria». «El Arminiano sostiene que Cristo, cuando murió, no murió con el intento de salvar a alguien en particular; y enseña que la muerte de Cristo no garantiza en sí, por encima de toda duda, la salvación de ningún hombre viviente… se ven obligados a sostener que si la voluntad del hombre no cediese, rindiéndose voluntariamente a la gracia, la expiación de Cristo sería inútil… Nosotros decimos que Cristo murió de tal manera que obtuvo infaliblemente la salvación de una multitud que no se puede contar, que por la muerte de Cristo no sólo puede ser salva, sino que es salva, es preciso que sea salva, y en ningún caso puede caer en peligro de ser otra cosa sino salva». Cuando se renunciaba a esta posición, consideraba Spurgeon que las consecuencias eran tan grandes que nadie podía adivinar en qué errores una persona podía incurrir: «Después de haber creído en la redención universal, son llevados a la blasfema deducción de que la intención de Dios ha sido frustrada, y que Cristo no ha recibido lo que se propuso alcanzar cuando murió. Si pueden creer eso, les tendré por capaces de creer cualquier cosa… » La doctrina arminiana de la expiación es de este modo una ilustración importante de la confusión que esta enseñanza introduce en la unidad de las Escrituras.
Por Iain Murray, pastor de Grove Chapel de Londres, y fundador y director de THE BANNER OF TRUTH TRUST.
Extracto del libro: «Un principe olvidado»