Dicen que en el momento en que uno se ha dado cuenta que ha pecado y que ha puesto su pecado «bajo la sangre de Cristo» ya está bien. Detenerse para pensar en eso y condenarse a sí mismo significa que hay falta de fe. En el momento que miramos a Jesús ya está todo bien. Nos curamos a nosotros mismos muy fácilmente; en verdad, no vacilo en decir que el problema con la mayoría de nosotros, en un sentido, es que somos demasiado «sanos» espiritualmente. Lo digo enfáticamente, somos demasiado volubles y muy superficiales. No nos preocupamos de estos problemas; nosotros, contrariamente a lo que hace el salmista en estos dos versículos, andamos muy a gusto con nosotros mismos. Somos muy distintos al hombre que se describe en las Escrituras.
Sugiero que esto se debe al hecho que no hemos llegado a dar el paso que el salmista dio. En el santuario no solamente se dio cuenta acerca de los impíos y de Dios, sino también acerca de sí mismo. Parece que hoy en día no hacemos esto y el resultado es la falsa apariencia de salud, como si todo estuviera bien con nosotros. Hay muy poco de polvo y cenizas; hay muy poco de divina tristeza por el pecado; hay muy poca evidencia de verdadero arrepentimiento.
Deseo mostrar que la necesidad de arrepentimiento y la importancia del mismo es algo que se enseña en todas las Escrituras. El ejemplo clásico de esta enseñanza, desde luego, se encuentra en la parábola del Hijo Pródigo. Allí tenemos la historia de un hombre que pecó, y que en su insensatez, dejó su casa y después se encontró con que las cosas le fueron mal. ¿Qué pasó? Cuando se dio cuenta, ¿qué hizo? Se condenó a sí mismo, habló consigo mismo. Se trató a sí mismo severamente. Y fue sólo después de esto que se levantó y se volvió a su padre. O bien, tomemos esa maravillosa declaración en 2* Corintios 7:9-11. Estos cristianos en Corinto habían cometido un pecado y Pablo les escribió acerca de ello y envió también a Tito a predicarles sobre el tema. La acción que siguió nos proporciona una definición de lo que realmente significa un verdadero arrepentimiento espiritual. Lo que alegró al gran apóstol acerca de ellos fue la forma en que se trataron a sí mismos. Notemos que lo describe en detalle. Dice: «Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto». Estos corintios se trataron a sí mismos severamente y se condenaron a sí mismos; se «contristaron según Dios», y debido a esto Pablo les dice que nuevamente están en un lugar de bendición.
Otro ejemplo maravilloso de esta verdad la encontramos en el libro de Job. ¿Recordamos cómo Job a través de la parte principal de ese libro se justifica a sí mismo, defendiéndose y a veces sintiendo lástima de sí mismo? Pero cuando él vino sinceramente a la presencia de Dios, cuando llegó al lugar en donde se encontró con Dios, esto es lo que dijo: «Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:6). No hubo otro hombre más piadoso que Job, el más recto, el más religioso de todos en este mundo. Sin embargo, ahora, a causa de la adversidad, no se acuerda más de las buenas cosas que había tenido ni de las bendiciones de que había disfrutado. Job estuvo tentado a pensar de Dios en la misma manera que el autor del Salmo 73, y dijo cosas que no debería haber dicho. Pero cuando ve a Dios, tapa su boca con su mano y dice «me arrepiento en polvo y ceniza». Me pregunto si conocemos esta experiencia. ¿Sabemos lo que es aborrecernos a nosotros mismos y arrepentimos en polvo y ceniza? La doctrina popular de nuestros días no parece congeniar con esto, pues enseña que nosotros ya hemos pasado Romanos 7. No debemos hablar de sentirnos tristes por el pecado, porque esto significaría estar todavía en las primeras etapas de la vida cristiana. Así es que salteamos Romanos 7 y nos quedamos en Romanos 8. ¿Pero hemos estado alguna vez en Romanos 7? ¿Hemos dicho alguna vez desde el fondo de nuestro corazón: «¡ Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» ¿Alguna vez nos hemos arrepentido, de verdad, en polvo y ceniza? Esta es una parte muy vital en la disciplina de la vida cristiana. Leamos las vidas de los santos a través de los siglos y veremos que hicieron esto muy frecuentemente. Leamos nuevamente la vida de Henry Martyn, por ejemplo; miremos a cualquiera de los grandes hombres de Dios, y encontraremos que muchos de ellos se aborrecían a sí mismos. Odiaban sus vidas en este mundo; se odiaban a sí mismos en este sentido. Y era por eso que fueron grandemente bendecidos por Dios.
Nada es más importante, entonces, para nosotros que seguir al salmista y ver exactamente lo que hizo. Tenemos que aprender a mirarnos a nosotros mismos y tratarnos con firmeza. Esto es primordial en la vida cristiana.
Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones