Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mateo 6:16-18)
Así pues, una vez examinados algunos de los aspectos falsos en este tema del ayuno, veamos ahora cuál es la forma correcta y adecuada. Es la que ya he sugerido. Se ha de considerar siempre como el medio para un fin, y no como un fin en sí mismo. Es algo que se debe hacer solamente si uno se siente impelido o guiado a ello por razones espirituales. No ha de hacerse porque un cierto grupo de la iglesia obligue a ayunar el viernes, o durante el período de cuaresma, o en cualquier otro tiempo. Esas cosas no hay que hacerlas mecánicamente. Hay que disciplinar nuestra vida, pero hay que hacerlo durante todo el año, y no tan sólo en ciertos días establecidos. Debo disciplinarme a mí mismo siempre, y debo ayunar solamente cuando el Espíritu de Dios me guíe a hacerlo, cuando me halle empeñado en algún propósito espiritual importante, no según reglas, sino porque siento que existe una necesidad especial de concentrarme enteramente, con todo mi ser, en Dios y en mi adoración a Él. Este es el momento de ayunar, y ésta es la forma de enfocar este asunto.
Pero veamos el otro aspecto. Después de haberlo examinado en general, veamos la forma en que ha de hacerse. El modo equivocado es llamar la atención hacia el hecho de que lo estamos haciendo. “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan”. Es evidente que al hacerlo de esta forma, la gente se daba cuenta de que se dedicaban al ayuno. No se lavaban la cara ni ungían la cabeza. Algunos de ellos incluso iban más allá; se desfiguraban la cara y se ponían ceniza sobre la cabeza. Deseaban llamar la atención hacia el hecho de que estaban ayunando, y por ello tenían el aspecto triste, infeliz, y todo el mundo los miraba y decía, “Ah, se está dedicando al ayuno. Es una persona muy espiritual. Mírenlo; miren lo que se está sacrificando y sufriendo por su devoción a Dios”. Nuestro Señor condena esa actitud y sus consecuencias. Para Él, cualquier forma de anunciar el hecho de lo que estamos haciendo, o llamar la atención acerca de ello, es completamente reprensible, como en el caso de la oración y de la limosna. El principio es exactamente el mismo. No hay que ir tocando la trompeta para proclamar lo que uno hace. No hay que detenerse en las esquinas de las calles ni en lugares prominentes en la sinagoga cuando se ora. Y del mismo modo no hay que llamar la atención hacia el hecho de que está uno ayunando.
Pero estamos no sólo ante el problema del ayuno. Me parece que este principio abarca toda la vida cristiana. Condena igualmente el tratar de aparentar piedad, o la adopción de actitudes piadosas. A veces resulta patético observar la forma en que la gente hace esto, incluso al cantar himnos, la cabeza levantada en ciertos momentos y el ponerse de puntillas. Esto son artificios, y cuando lo son, resultan muy tristes.
¿Podría hacer una pregunta para que la examinemos? ¿Hasta qué punto el asunto del vestir entra en todo lo señalado anteriormente? Para mí, éste resulta ser uno de los puntos más difíciles y llenos de perplejidad en relación con nuestra vida cristiana, y me siento indeciso entre dos opiniones. Comprendo bastante bien, e incluso me inclino en favor de la práctica de los cuáqueros que solían vestirse de forma distinta respecto a la otra gente. La razón era que querían mostrar la diferencia entre el cristiano y no cristiano, entre la iglesia y el mundo. Decían que no debemos asemejarnos al mundo; debemos aparecer diferentes. Todo cristiano debe decir ‘amén’ a eso, hasta cierto punto. No puedo entender al cristiano que desea presentarse como la persona mundana, típica del mundo, ya sea en el vestir, ya sea en cualquier otro aspecto: la vulgaridad, el ruido y la sensualidad de las cosas del mundo. Ningún cristiano debería querer presentarse así. De modo que hay algo muy natural en cuanto a esta reacción en contra de ello y a ese deseo de ser diferente.
Pero, por desgracia, ese no es el único aspecto que tiene el tema. El otro aspecto es que no es necesariamente cierto que por el vestido se conozca a la persona. Sí indica hasta cierto punto lo que la persona es, pero no del todo. Los fariseos llevaban ropa especial y ‘ensanchaban sus filacterias’, pero eso no garantizaba que fueran verdaderamente justos. De hecho, la Biblia enseña que, a fin de cuentas, no es eso lo que distingue al cristiano del no cristiano. Lo que constituye la diferencia es lo que soy. Si soy justo, todo lo demás se seguirá espontáneamente. Por ello no doy a entender que soy cristiano vistiéndome de una forma particular, sino siendo lo que soy. Pero reflexionemos acerca de esto. Es un tema interesante y fascinador. Creo que lo más probable es que ambas afirmaciones sean ciertas. Como cristianos deberíamos desear todos no ser como los mundanos, y sin embargo al mismo tiempo nunca debemos llegar hasta el punto de decir que lo que realmente indica lo que somos es nuestra vestimenta. Esa sería la forma equivocada de hacerlo; y la recompensa sería la misma que en el caso de todos esos métodos falsos — “De cierto os digo que ya tienen su recompensa”. La gente considera que los que ayunan de esa forma son muy espirituales y que son gente excepcionalmente santa. Obtendrán la alabanza de los hombres, pero ésa es toda la recompensa que recibirán; porque Dios ve en lo secreto, ve el corazón y “lo que los hombre tienen por sublime, delante de Dios es abominación”.
¿Cuál es, pues, la forma adecuada? Digámoslo primero de forma negativa. Lo primero es que no significa hacer todo el esfuerzo posible para no ser como los fariseos. Muchos piensan esto, porque nuestro Señor dice, “Pero tú, cuando ayunes unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto”. Dicen que no sólo no debemos desfigurar el rostro, sino que debemos hacer todo el esfuerzo posible para esconder el hecho de que estamos ayunando, e incluso tratar de dar la impresión opuesta. Pero eso es un malentendido total. No había nada excepcional en el hecho de lavarse el rostro y ungirse la cabeza. Eso era el procedimiento normal, corriente. Lo que nuestro Señor dice aquí es, “cuando ayunes sé natural”.
Si nuestra mayor preocupación es agradar a Dios y glorificar su nombre, no tendremos ninguna dificultad en todas estas cosas. Si alguien vive por completo para la gloria de Dios, no hace falta indicarle cuándo ha de ayunar, ni la clase de ropa que ha de ponerse, ni ninguna otra cosa. Si se ha olvidado de sí mismo y se ha entregado completamente a Dios, el Nuevo Testamento dice que el hombre sabrá cómo comer, beber y vestir porque lo hará todo para la Gloria del Padre. Gracias a Dios, la recompensa del que es así, es segura, cierta, y garantizada, y es también grande: ”Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Lo único que importa es que seamos justos delante de Dios y nos esforcemos en agradarle. Si esta es nuestra preocupación, podemos dejar en sus manos lo demás. Quizá no nos recompense durante años: no importa. La recompensa llegará. Sus promesas nunca fallan. Aunque el mundo quizá no sepa nunca lo que somos, Dios lo sabe, y en el gran día se anunciará ante el mundo entero. “Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones