El Apóstol Pablo nos dice que morir "es estar con Cristo". No hay necesidad de agregar nada más a esto. Esta es la razón por la cual sabemos muy poco en detalle acerca de la vida en el cielo y en la gloria. Muchos a menudo preguntan por qué no sabemos más acerca de esto. Creo que hay dos respuestas. Una es porque en nuestra situación pecaminosa, cualquier descripción que se nos dé, sería mal interpretada. La segunda razón es más importante; a veces el deseo de saber más es sólo una curiosidad ociosa.
Les diré lo que es el cielo. Es «estar con Cristo», y si esto no nos satisface, entonces no conocemos a Cristo en absoluto. «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?», dice el salmista. No quiero otra cosa. «Donde tú estás el cielo es». Sólo mirarle es suficiente. «Estar con Cristo» es más que bastante, es todo. «¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti?»
¿Cuánto conocemos de esta experiencia? Hemos tenido experiencias y bendiciones; hay ciertas cosas que ya sabemos, pero esta es la prueba: ¿le conocemos, le deseamos? Nada más que estar con El, conversar con El. ¿Clamamos por El? ¿Tenemos sed del Dios vivo y de la intimidad con el Señor Jesucristo? Esta es la verdadera experiencia cristiana. ¿Cuánto tiempo pasamos con El, orando a El? «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?”
En la misma forma sigue diciendo: «Fuera de ti nada deseo en la tierra”. Nuevamente notemos por qué el salmista dice esto. Lo dice porque era la misma esencia de su problema anterior. La razón de su problema era que él deseaba ciertas cosas que los otros tenían. «Pues tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero». Y deseaba ser como ellos y tener las cosas que ellos tenían: pero ahora ya no las desea. Ya había comprendido el fin de ellos. Ahora, «fuera de ti nada deseo en la tierra»: sólo Dios en el cielo, sólo Dios en la tierra.
Las Escrituras, nuevamente, están llenas de esta enseñanza. Es así como el Señor lo expresa en Lucas 14:26:
«Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo». No nos preocupemos por la palabra «aborrece»; es simplemente una palabra fuerte que significa que una persona que pone a alguien o algo en su vida, antes que a Cristo, no es un verdadero discípulo suyo. Ser un verdadero discípulo de Cristo, significa que Cristo debe estar en el centro, Cristo debe ser Señor de mi vida, Cristo debe estar en el centro de mi ser; significa amarle a El más que a cualquier persona o cosa. «Fuera de ti nada deseo en la tierra». ¿Tiene El, el primer lugar en nuestras vidas? ¿Aun antes que nuestros seres queridos y los más allegados y los más amados? ¿Aun antes que nuestro trabajo, nuestros éxitos, nuestros negocios, que toda otra cosa mientras estamos en esta tierra? El debería ser nuestro supremo deseo. «Para mí el vivir…», ¿es qué? «Es Cristo», dice San Pablo. Es caminar en este mundo con Cristo mismo, tener comunión con El en esta vida. Y porque esto fue realidad en su vida, Pablo podía decir: «he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación». ¿Por qué? Otras cosas ya no le controlan. Es Cristo, y es sólo Cristo a quien desea. Si tengo a Cristo, dice, tengo todo y «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:11, 13). Vivimos independientes de las circunstancias y de lo que nos rodea, cuando vivimos de El, por El y para El; lo demás es insignificante. ¿Le deseamos a El por sobre todas las cosas en este peregrinaje sobre la tierra? El salmista llegó al punto donde podía decir esto.
No solamente eso, sino que sigue diciendo que encuentra completa satisfacción en Dios. Toda la declaración significa esto y una vez más lo expone en detalle. «¿A quién tengo yo en los cielos, sino sólo a ti?» El es Sol y Escudo, da gracia y gloria. No tiene fin. El encuentra que Dios le satisface completamente: su mente, su corazón, todo su ser. ¿Encontramos satisfacción intelectual completa en Dios y en su obra santa? ¿Encontramos toda nuestra filosofía aquí y sentimos que no necesitamos otra cosa aparte de esto? Dios satisface plenamente al hombre, al corazón, y también a los sentimientos. El llena todo. Dios es todo y en todos. El es mi porción y mi completa satisfacción. Yo no deseo otra cosa, no deseo que se agregue más. Leamos los Salmos y encontraremos ese tema en todas partes. En el Salmo 103, por ejemplo, encontramos que esto es exactamente lo que el salmista está, diciendo: Dios ¡.ana sus males y enfermedades, echa sus pecados tan lejos de él como el oriente lo está del occidente, le da fuerza y poder, todo. Está plenamente satisfecho con este bendito, glorioso Dios.
Esto nos trae al último punto, y es éste: que el salmista descansa confiadamente en Dios. Desea a Dios por lo que El es, antes que por lo que El da. No desea nada más que a Dios. Encuentra completa satisfacción en Dios, descansa y reposa confiadamente en El. Leamos lo que dice: «Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre». Hay quienes dicen que se está refiriendo aquí no sólo al tiempo cuando su carne se envejecerá con el correr de los años sino también a algo que estaba experimentando en ese momento. Probablemente tengan razón, porque no es posible pasar por una experiencia espiritual como la de este hombre sin que el cuerpo físico sufra. Creo que sus nervios estaban en mal estado. Su corazón físico no funcionaba bien. «Mi carne y mi corazón desfallecen» sugiere que podría haber estado enfermo físicamente. Pero de todos modos, mirando al futuro, él sabe que va a llegar el día cuando su carne y su corazón fallarán. Se hará viejo; sus facultades fallarán; sus fuerzas disminuirán, no podrá alimentarse a sí mismo, yacerá desvalido en cama, las cosas del tiempo y de este mundo pasarán. «Aun así todo estará bien», dice este hombre, «porque pase lo que pase, Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, y será la fuerza de mi corazón».
«Más la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre». Me gusta esto, pues suscita una imagen en nuestras mentes. «Oh, sí», dice este hombre, «sé que estoy en una posición tal que me permite descansar quieta y confiadamente en £1. Sé que puedo decir esto, aunque llegue el día en que el fundamento de la vida se sacuda debajo mío, Dios será la roca que me sustentará». El no puede moverse; El no puede ser sacudido. Es la Roca de la eternidad, y esté donde esté, pase lo que pase, aunque mi cuerpo fallare y las cosas de este mundo se diluyan, Dios la Roca me sustentará y nunca seré movido. «Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre».
La Biblia no se cansa de decír esto. Leamos lo que otros pasajes dicen. Aunque pasen cosas terribles, éste es el aliento y consuelo que todos ellos dan. No solamente es Dios la Roca sino también «acá abajo los brazos eternos». Los cimientos de nuestra vida pueden desaparecer, todo lo que hayamos considerado como fundamento puede desmoronarse y nosotros mismos estar cayendo al abismo. Pero no, «acá abajo» —y siempre están allí— «acá abajo los brazos eternos». Ellos nos están sosteniendo siempre; nunca llegaremos a estrellarnos; seremos sostenidos cuando todo lo demás desaparezca. Isaías dice lo mismo. Habla de esa «piedra por fundamento», «piedra probada… de cimiento estable» que ha sido puesta, y lo que dice es que «el que creyere, no se apresure». Una mejor traducción es la que tenemos en el Nuevo Testamento, «. el que creyere en ella, no será avergonzado». ¿Por qué no? Porque está sobre la Roca, tiene este apoyo v no puede ser movido, porque este fundamento es Dios mismo. Y en esta Roca, aunque mi carne y mi corazón desfallezcan, nunca seré movido, nunca seré tomado de sorpresa, nunca seré avergonzado. Dios me ayudara hasta el fin.
¿Conocemos esto? ¿Estamos sobre la Roca? ¿Lo conocemos? No tratemos de depender de nuestra familia; no vivamos de nuestros negocios, de nuestras propias actividades; no vivamos de nuestras experiencias, o de otra cosa. Todo tendrá su fin, y el diablo nos sugerirá que aun nuestras máximas experiencias pueden explicarse psicológicamente. Vivamos de nada, no confiemos en cosa alguna, sino sólo en El, El es la Roca de la eternidad, el Dios eterno.
Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones