Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede. Mateo 5:33-37.
Estudiamos ahora los versículos 33-37, los cuales contienen el cuarto de los seis ejemplos e ilustraciones que demuestran lo que nuestro Señor quiso decir cuando en los versículos 17-20 de este capítulo definió la relación de su enseñanza y el reino con la ley de Dios. Una vez formulado el principio, pasa luego a demostrarlo e ilustrarlo. Pero desde luego que le preocupa no sólo ilustrar el principio, sino también dar una enseñanza específica y positiva. En otras palabras, todos estos puntos concretos son de gran importancia en la vida cristiana.
Quizá haya quienes pregunten: ‘¿Nos resulta provechoso, estando como estamos frente a problemas inmensos en este mundo moderno, examinar esta cuestión sencilla de nuestro hablar y de cómo deberíamos hablar unos con otros?’ La respuesta, según el Nuevo Testamento, es que todo lo que el cristiano hace es de suma importancia por ser lo que es, y por el efecto que produce en otros. Debemos creer que si todo el mundo fuera cristiano, entonces la mayoría de nuestros problemas simplemente desaparecerían y no habría por qué temer guerras ni horrores semejantes. El problema es, pues, cómo va la gente a hacerse cristiana. Una de las maneras es mediante la observación de personas cristianas. Esta es quizá una de las formas más poderosas de evangelismo en el mundo actual. Nos miran a todos nosotros y por tanto todo lo que hacemos es de gran importancia.
Por esto sucede que en las Cartas que forman parte del Nuevo Testamento (no sólo en las de Pablo sino también en las otras) los autores invariablemente han propuesto su doctrina respecto a los distintos aspectos de la vida. En esa gran Carta a los Efesios, después de que Pablo se haya elevado a las alturas y nos haya dado en los primeros capítulos ese concepto sorprendente del propósito final de Dios para el universo, y nos haya conducido a los lugares celestiales, de repente vuelve a tocar con los pies el suelo, nos mira y dice: ‘Desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo.’ En esto no hay contradicción. El evangelio siempre ofrece doctrina, y con todo se preocupa de los detalles más pequeños de la vida y del vivir. Tenemos un ejemplo de ello en las palabras que ahora vamos a estudiar.
Como hemos visto, toda esta sección del Sermón del Monte la usa nuestro Señor para poner de manifiesto la impostura y falsedad de la presentación que los escribas y fariseos hacían de la ley mosaica y para contrastarla con su propia exposición positiva. Esto tenemos aquí. Dice: ‘Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.’ Estas palabras exactas no se encuentran en el Antiguo Testamento, lo cual es una prueba más de que no trataba de la ley mosaica como tal sino de la perversión farisaica de la misma. Sin embargo, como solía ser verdad de la enseñanza de los escribas y fariseos, dependía indirectamente de algunas afirmaciones del Antiguo Testamento. Por ejemplo, tenían muy bien presentes el tercer mandamiento que dice así: ‘No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano;’ también Deuteronomio 6:13: ‘A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás, y por su nombre jurarás,’ y también Levítico 19:12, el cual dice: ‘Y no juréis falsamente por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová.’ Los escribas y fariseos estaban familiarizados con estos textos y de ellos habían deducido esta enseñanza: ‘No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos,’ Nuestro Señor quiere corregir esta falsa enseñanza, y no sólo corregirla, sino sustituirla por la verdadera enseñanza. Al hacerlo pone de manifiesto, como de costumbre, la verdadera intención y objetivo de la ley que Dios dio a Moisés, la ley que es por tanto obligatoria para todos nosotros, cristianos, que vivimos preocupados por el honor y la gloria de Dios.
Una vez más podemos enfocar el tema bajo tres subdivisiones. Consideremos primero la legislación mosaica. ¿Cuál fue el propósito de estas afirmaciones, tales como las que hemos citado, con respecto a este asunto de perjurar o de hacer juramentos? La respuesta es, sin duda, que la intención básica fue frenar la tendencia, consecuencia del pecado y la caída, a mentir. Uno de los mayores problemas con que se enfrentó Moisés fue la tendencia del pueblo a mentirse unos a otros y a decir expresamente cosas que no eran verdad. La vida se estaba volviendo caótica porque los hombres no podían confiar en las palabras y afirmaciones de otros. Por ello, uno de los propósitos principales de la ley respecto a ello fue controlarlo o, por así decirlo, hacer la mentira posible. El mismo principio se aplicó, como vimos, en el caso del mandamiento referente al divorcio, en el cual, además del objetivo específico hubo también otro más general.
Otro objetivo de esta legislación mosaica fue restringir el hacer juramentos a asuntos graves e importantes. Había la tendencia por parte del pueblo a hacer juramentos por las cosas más triviales. Con el más mínimo pretexto juraban en nombre de Dios. El objetivo de la legislación fue, pues, acabar con esos juramentos volubles y hechos a la ligera, y demostrar que el hacer un juramento era algo muy grave, algo que había que reservar sólo para las causas y condiciones que conllevaban algo de gravedad excepcional e importancia especial para el individuo o la nación. En otras palabras, esta ley quería recordarles lo serio de toda su vida; recordar a estos hijos de Israel, sobre todo, su relación con Dios, y subrayar que todo lo que hacían Dios lo veía, que Dios estaba sobre todo, y que todas y cada una de las manifestaciones de su vida debían vivirse como para Él.
Este es uno de los grandes principios de la ley que se ilustra en este pasaje. Siempre debemos tener presente, al estudiar estos mandamientos mosaicos, la afirmación: ‘Porque yo soy Jehová vuestro Dios… seréis santos, porque yo soy santo.’ Este pueblo tenía que recordar que todo lo que hacían era importante. Eran el pueblo de Dios, y se les recordaba que incluso en su hablar y conversación, y sobre todo en los juramentos, todo había que hacerlo de tal forma que reflejara que Dios los miraba. Debían por tanto darse cuenta de la suma gravedad de todos estos aspectos debido a la relación que tenían con Dios.
La enseñanza de los escribas y fariseos, sin embargo, que nuestro Señor quería poner de manifiesto y corregir, decía: ‘No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.’ En nuestro análisis del principio general vimos que en última instancia el problema de los escribas y fariseos era que tenían una actitud legalista. Se preocupaban más por la letra de la ley que por el espíritu. Mientras pudieran convencerse de que cumplían con la letra de la ley se sentían felices. Por ejemplo, mientras no fueran culpables de adulterio físico todo iba bien. Y lo mismo se aplicaba al divorcio. Otra vez vuelve a aparecer. Habían interpretado de tal modo el significado y transformado de tal modo en una forma legal que les permitía mucha amplitud para hacer muchas cosas que eran completamente contradictorias al espíritu de la ley, y a pesar de ello se sentían bien porque no habían violado de hecho la letra. En otras palabras, habían reducido el propósito de este mandato al solo hecho de no perjurar. Cometer perjurio era para ellos algo muy grave; era un pecado terrible y lo censuraban. Uno podía, sin embargo, hacer toda clase de juramentos, y hacer toda clase de cosas, pero mientras no se cayera en perjurio uno no era culpable delante de la ley.
Se ve de inmediato la importancia de todo esto. El legalismo sigue estando presente entre nosotros; todo eso es muy pertinente para nosotros. No cuesta nada encontrar esta misma actitud legalista respecto a la religión y a la fe cristiana en mucha gente. Se encuentra en ciertos tipos de religión y es obvia en casi todos los credos. Para ilustrar este caso, permítanme señalar cuan obvio se presenta en la actitud católica respecto a esto. Tomemos lo que dicen del divorcio. Su actitud se formula en sus principios escritos. Pero, de repente se entera uno por el periódico de que un católico prominente ha conseguido divorcio. ¿Cómo así? Es cuestión de interpretación, y se basan en que dicen que están en condiciones de probar que no ha habido verdadero matrimonio. Por medio de sutiles argumentos parecen capaces de probar cualquier cosa. Se encuentra lo mismo en cualquier otra clase de religión, incluso, a veces, entre los evangélicos. Lo que hacemos es tomar por separado algo y decir: ‘Hacer esto es pecado, pero mientras no lo hagamos, todo va bien.’ Con qué frecuencia hemos indicado que ésta es la tragedia del concepto moderno de la santidad. Tanto la santidad como el espíritu mundano se definen de una forma del todo aparte de la Biblia. Según algunos, ser mundano parece querer decir ir al cine, y esto es la esencia del espíritu mundano. Mientras uno no haga eso no es mundano. Pero se olvidan del orgullo — el orgullo de la vida, la concupiscencia de la carne, la codicia de los ojos; orgullo por los antepasados y cosas así. Uno aísla y limita la definición a un solo punto. Y mientras uno no sea culpable de esto, todo va bien. Este fue el problema de los escribas y fariseos; redujeron todo el problema a la sola cuestión del perjurio. En otras palabras, pensaban que no perjudicaba al hombre jurar cuando quisiera con tal de que no perjurara. Mientras no hiciera esto podía jurar por el cielo, por Jerusalén o casi por cualquier otra cosa. De este modo abrían la puerta para que se jurara mucho en cualquier momento o con respecto a cualquier cosa.
La otra característica de su interpretación falsa era que distinguía entre varios juramentos, diciendo que unos obligaban mientras otros no. Si se juraba por el templo, eso no obligaba; pero si se juraba por el oro del templo, eso sí ataba. Si se juraba por el altar, no era necesario cumplirlo; pero si se juraba por la ofrenda que había sobre el altar entonces había obligación de cumplir. Adviertan cómo nuestro Señor en Mateo 23 ridiculizó no sólo la perversión de la ley que todo esto manifestaba, sino también la deshonestidad que todo ello implicaba. Nos es bueno observar que nuestro Señor hizo eso. Hay ciertas cosas en relación con la fe cristiana que hay que tratar así. Nos hemos vuelto tan inseguros de los principios en esta era tan disoluta y afeminada, que tenemos miedo de acusaciones como la que leemos en ese pasaje, y estamos casi dispuestos a reprochar a nuestro Señor por haber hablado como lo hizo acerca de los fariseos. ¡Deberíamos avergonzarnos! Esta deshonestidad total y grosera en relación con las cosas de Dios hay que ponerla de manifiesto y denunciarla por lo que es. Los fariseos fueron culpables de esto al distinguir entre juramentos, diciendo que algunos obligaban y otros no, y la consecuencia de toda esta enseñanza suya fue que se utilizaran juramentos solemnes con frecuencia y a la ligera en la conversación y con respecto a casi todo.
—-
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones