«Santifícalos en tu verdad». «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación» (Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 4:3)
El tema que tenemos delante es de una importancia tan vasta y profunda, que requiere delimitaciones propias, defensa, claridad y rigor. Toda doctrina que es necesaria para la salvación nunca puede ser desarrollada con demasiada amplitud ni ser suficientemente destacada. Para despejar la confusión doctrinal, que por desgracia tanto abunda entre los cristianos, y para dejar bien sentadas las verdades bíblicas sobre el tema que nos ocupa, daré a continuación una serie de proposiciones sacadas de la Escritura, que son muy útiles para una exacta definición de la naturaleza de la santificación.
…En el articulo anterior vimos los 6 primeros puntos, ahora continuamos….
[…]7 – La santificación admite grados y se desarrolla progresivamente. Una persona puede subir uno y otro peldaño en la escala de la santificación, y ser más santificada en un período de su vida que en otro. No puede ser más perdonada y más justificada que cuando creyó, aunque puede ser más consciente de estas realidades. Pero sí que puede gozar de más santificación, por cuanto cada una de las gracias del Espíritu en su nuevo carácter y naturaleza son susceptibles de crecimiento, desarrollo y profundidad. Evidentemente éste es el significado de las palabras del Señor Jesús.
8 – Cuando el Señor oró por sus discípulos: “Santifícalos en tu verdad”; y también del apóstol Pablo por los tesalonicenses: «El Dios de paz os santifique en todo» (Juan 17:17, 1 Tesalonicenses 5:28). En ambos casos la expresión implica la posibilidad de crecimiento en el proceso de la santificación. Pero no encontramos en la Biblia una expresión como «justifícalos» con referencia a los creyentes, por cuanto éstos no pueden ser más justificados de lo que en realidad han sido. No se nos habla en la Escritura de una «imputación de santificación», tal como creen algunas personas; esta doctrina es fuente de equívocos y conduce a consecuencias muy erróneas. Además, es una doctrina contraria a la experiencia de los cristianos más eminentes. Éstos, a medida que progresan más en su vida espiritual y en la proporción en que andan más íntimamente con Dios, ven más, conocen más, sienten más (11 Pedro 3:18; 1 Tesalonicenses 4:1). La santificación depende, en gran parte, del uso de los medios espirituales. Al usar el término «medios» me refiero a la lectura de la Biblia, la oración privada, la asistencia habitual a los cultos de adoración, el oír la predicación de la Palabra de Dios y la participación en la Cena del Señor. Debo decir, como bien se comprenderá, que todos aquellos que de una manera descuidada y rutinaria no hacen uso de estos medios, no harán muchos progresos en la vida de santidad. Y, por otra parte, no he podido encontrar evidencia de que ningún santo eminente jamás descuidara estos medios; y es que estos medios son los canales que Dios ha designado para que el Espíritu Santo supla al creyente con reservas frescas de gracia para perfeccionar la obra que un día empezó en el alma. Por más que se me tilde de legalista en este aspecto, me mantengo firme en lo dicho: »sin esfuerzo no hay provecho». Antes esperaría buena cosecha en un agricultor que sembró sus campos pero nunca los cuidó, que ver frutos de santificación en un creyente que ha descuidado la lectura de la Biblia, la oración y el Día del Señor. Nuestro Dios obra a través de medios.
9 – La santificación puede seguir un curso ascendente aun en medio de grandes conflictos y batallas interiores. Al usar las palabras conflictos y batallas, me refiero a la contienda que tiene lugar en el corazón del creyente entre la vieja y la nueva naturaleza, entre la carne y el espíritu (Gálatas 5:17). Una percepción profunda de esta contienda, y el consiguiente agobio y consternación que se derivan de la misma, no es prueba de que un creyente no crezca en santidad. ¡No! Antes, por el contrario, son síntomas saludables de una buena condición espiritual. Estos conflictos prueban que no estamos muertos, sino vivos. El cristiano verdadero no sólo tiene paz de conciencia, sino que también tiene guerra en su interior; se le conoce por su paz, pero también por su conflicto espiritual. Al decir y afirmar esto no me olvido de que estoy contradiciendo los puntos de vista de algunos cristianos que abogan por una «perfección sin pecado». Pero no puedo evitarlo. Creo que lo que digo está bien confirmado por lo que nos dice Pablo en el capítulo séptimo de su Epístola a los Romanos. Ruego a mis lectores que estudien atentamente este capítulo; y que se den cuenta de que no describe la experiencia de un hombre inconverso, o de un cristiano vacilante y todavía joven en la fe, sino que hace referencia a la experiencia de un viejo santo de Dios que vivía en íntima comunión con Dios. Sólo una persona así podía decir: «Según el hombre interior me deleito en la ley de Dios» (Romanos 7:22).
Creo, además, que lo que he dicho viene confirmado también por la experiencia de los siervos de Cristo más eminentes de todos los tiempos. Prueba de esto la encontramos en sus diarios, en sus autobiografías y en sus vidas. No porque tengamos este continuo conflicto interno hemos de pensar que la obra de la santificación no tiene lugar en nuestras vidas. La liberación completa del pecado la experimentaremos, sin duda, en el cielo, pero nunca la gozaremos mientras estemos en este mundo. El corazón del mejor cristiano, aún en el momento de más alta santificación, es un terreno donde acampan dos bandos rivales; algo así «como la reunión de dos campamentos» (Cantares 6:13). Recordemos los artículos doce y quince de nuestra confesión: «La infección de la naturaleza permanece aún en los que han sido regenerados». «Aunque hemos nacido de nuevo y sido bautizados en Cristo, todavía ofendemos en muchas cosas; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros». Decía aquel santo hombre de Dios, Rutherford: «La guerra del diablo es mejor que la paz del diablo»,
10 – La santificación, aunque no justifica al hombre, agrada a Dios. Las acciones más santas del creyente más santo que jamás haya vivido, están más o menos llenas de defectos e imperfecciones. Cuando no son malas en sus motivos lo son en su ejecución; y de por sí, delante de Dios, no son más que «pecados espléndidos» que merecen su ira y su condenación. Y sería absurdo suponer que tales acciones pueden pasar sin censura por el severo juicio de Dios, y obtener méritos para el cielo. «Por las obras de la ley ninguna carne se justificará». «Concluimos ser el hombre justificado por la fe sin las obras de la ley» (Romanos 3:20-28). La única justicia se halla en nuestro Representante y Sustituto, el Señor Jesús. Su obra, y no la nuestra, es la que nos da título de acceso al cielo. Por esta verdad deberíamos estas dispuestos a morir.
Sin embargo, y a pesar de lo dicho, la Biblia enseña que las acciones santas de un creyente santificado, aunque imperfectas, son agradables a los ojos de Dios «porque de tales sacrificios se agrada Dios» (Hebreos 13:16). «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo; porque esto agrada al Señor» (Colosenses 3:20). «Nosotros hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (1 Juan 3 :22). No nos olvidemos nunca de esta doctrina tan consoladora. De la misma manera que el padre se complace en los esfuerzos de su pequeño hijo al coger una margarita, o en su hazaña de andar solo de un extremo al otro de la habitación, así se complace nuestro Padre en las acciones tan pobres de sus hijos creyentes. Dios mira el motivo, el principio, la intención de sus acciones, y no la cantidad o cualidad de las mismas. Considera a los creyentes como miembros de su propio Hijo querido, y por amor al mismo se complace en las acciones de su pueblo.
11 – La santificación nos será absolutamente necesaria en el gran día del juicio como testimonio de nuestro carácter cristiano. A menos que nuestra fe haya tenido efectos santificadores en nuestra vida, de nada servirá en aquel día el que digamos que creíamos en Cristo. Una vez comparezcamos delante del gran Trono blanco, y los Libros sean abiertos, tendremos que presentar evidencias. Sin la evidencia de una fe real y genuina en Cristo, nuestra resurrección será para condenación; y la única evidencia que podrá satisfacer al Juez será la santificación. Que nadie se engañe sobre este punto. Si hay algo cierto sobre el futuro, es la realidad de un juicio; y si hay algo cierto sobre este juicio, es que las «obras» y «hechos» del hombre serán examinados (Juan 5:29; 11 Corintios 5:10; Apocalipsis 20:13).
12 – La santificación es absolutamente necesaria como preparación para el cielo. La mayoría de los hombres al morir piensan ir al cielo; pero pocos se paran a considerar si de verdad gozarían yendo al cielo. El cielo es, esencialmente, un lugar santo; sus habitantes son santos y sus ocupaciones son santas. Es claro y evidente que para ser felices en el cielo debemos pasar por un proceso educativo aquí en la tierra que nos prepare y capacite para entrar. La noción de un purgatorio después de la muerte, que es un lugar donde a los pecadores se les hará santos, es algo que no encontramos en la Biblia; es una invención del hombre. Para ser santos en la gloria, debemos ser santos en la tierra. Esta creencia tan común, según la cual lo que una persona necesita en la hora de la muerte es solamente la absolución y el perdón de los pecados, es en realidad una creencia vana e ilusoria. Tanta necesidad tenemos de la obra del Espíritu Santo como de la de Cristo; tanto necesitamos la justificación como la santificación. Es muy frecuente oír decir a personas que yacen en el lecho de muerte: «Yo sólo deseo que el Señor me perdone mis pecados, y me dé descanso eterno». Pero quienes dicen esto se olvidan de que para poder gozar del descanso celestial se precisa de un corazón preparado para gozarlo. ¿Qué haría una persona no santificada en el cielo, suponiendo que pudiera entrar? Fuera de su ambiente, una persona no puede ser realmente feliz. Cuando el águila sea feliz en la jaula, el cordero en el agua, la lechuza ante el brillante sol de mediodía y el pez sobre la tierra seca, entonces, y sólo entonces, podríamos suponer que la persona no santificada sería feliz en el cielo.
He presentado estas proposiciones sobre la santificación con la firme persuasión de que son verdaderas, y pido a todos los lectores que las mediten seriamente. Todas, y cada una de ellas, podrían ser desarrolladas más ampliamente, y quizá algunas podrían ser discutidas, pero sinceramente dudo de que alguna de ellas pudiera ser descartada y eliminada como errónea. Con respecto a todas ellas pido un estudio justo e imparcial. Creo, con toda mi conciencia, que estas proposiciones podrán ayudarnos a conseguir nociones más claras sobre la santificación.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle