En BOLETÍN SEMANAL

Pasando del padre de familia como cabeza, diré unas palabras a los que están bajo su cuidado. Y primero, a la esposa: Por ley, la esposa está sujeta a su marido mientras éste viva (Rom. 7:2). Por lo tanto, ella también tiene su obra y lugar en la familia, al igual que los demás.

Ahora bien, hay que considerar las siguientes cosas con respecto a la conducta de una esposa hacia su marido, las cuales ella debe cumplir conscientemente.

Primero, que lo consideres a él como su cabeza y señor. “El varón es la cabeza de la mujer” (1 Cor. 11:3). Y Sara llamó señor a Abraham (1 P. 3:6).

Segundo, en consecuencia, ella debe estar sujeta a él como corresponde en el Señor. El Apóstol dice: “Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos” (1 P. 3:1; Col. 3:18; Ef. 5:22). Ya se los he dicho, que si el esposo se conduce con su esposa como corresponde, será el cumplimiento de tal ordenanza de Dios a ella que, además de su relación de esposo, le predicará a ella la conducta de Cristo hacia su Iglesia. Y ahora digo también que la esposa, si ella anda con su esposo como corresponde, estará predicando la obediencia de la Iglesia a su marido. “Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Ef. 5:24). Ahora bien, para llevar a cabo esta obra, primero tiene usted que evitar los siguientes males.

  1. El mal de un espíritu errante y chismoso, es malo en la Iglesia y es malo también en una esposa, que es la figura de la Iglesia. A Cristo le gusta mucho que su esposa esté en casa; es decir, que esté con Él en la fe y práctica de sus cosas, no andando por allí, metiéndose con las cosas de Satanás; de la misma manera, las esposas no deben andar fuera de su casa chismorreando. Recuerda que Proverbios 7:11 dice: “Alborotadora y rencillosa, sus pies no pueden estar en casa”. Las esposas deben estar atendiendo los negocios de sus propios maridos en casa; como dice el Apóstol, deben “ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos”. ¿Y por qué? Para que de otra manera, “la Palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:5).

2. Cuídate de una lengua ociosa, charlatana o contenciosa. Es también odioso que sirvientas o esposas sean como loros que no controlan su lengua. La esposa debe saber, como lo he dicho antes, que su esposo es su señor y que está sobre ella, como Cristo está sobre la Iglesia. ¿Le parece que es impropio que la Iglesia parlotee contra su esposo? ¿No debe guardar silencio ante él y poner por obra sus leyes en lugar de sus propias ideas? ¿Por qué, según el Apóstol, debe conducirse así con su esposo? “La mujer aprenda,…”, dice Pablo, “en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Ti. 2:11-12). Es impropio ver a una mujer, aunque no sea más que una sola vez en toda su vida, tratar de sobrepasar a su esposo. Ella debe, en todo, estar sujeta a él y hacer todo lo que hace como si hubiera obtenido la aprobación, la licencia y la autoridad de él. Y ciertamente, en esto radica su gloria, permanecer bajo él, tal como la Iglesia permanece bajo Cristo: Entonces, abrirá “su boca con sabiduría: y la ley de clemencia [estará] en su lengua” (Pr. 31:26).

  • 3. No uses ropa inmodesta ni camines de un modo seductor; hacerlo es malo, tanto fuera como dentro de casa. Fuera, no sólo serás un mal ejemplo, sino que también provocarás la tentación de la concupiscencia y la lascivia. En casa, es ofensivo para el marido piadoso y contagioso para los hijos impíos, etc. Por lo tanto, como dice el Apóstol, la ropa de las mujeres sea modesta, como conviene a mujeres que profesan piedad con buenas obras, “no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Tim. 2:9-10). Y tal como vuelve a decir: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 P. 3:3-5).

Pero no pienses que por la sujeción que he mencionado, opino que las mujeres deben ser esclavas de sus maridos. Las mujeres son socios de sus maridos, su carne y sus huesos, y no hay hombre que odie su propia carne o que la irrite (Ef. 5:29). Por lo tanto, todos los hombres amen “también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Ef. 5:33). La esposa es cabeza después de su marido y debe mandar en su ausencia; sí, en su presencia debe guiar la casa, criar sus hijos, siempre y cuando lo haga de manera que no dé al adversario ocasión de reproche (1 Tim. 5:10, 13). “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas” (Pr. 31:10); “La mujer agraciada tendrá honra,..” (Pr. 11:16) y “la mujer virtuosa es corona de su marido;…” (Pr. 12:4).

Objeción: Pero mi esposo es inconverso, ¿qué puedo hacer?

Respuesta: En este caso, lo que he dicho antes se aplica con más razón. Porque,

  1. Debido a esta condición, tu esposo estará atento para aprovechar tus deslices y debilidades con el fin de echarte en cara a Dios y a su Salvador.
  2. Es probable que él interprete de la peor manera, cada una de tus palabras, acciones y gestos.
  3. Y todo esto tiende a endurecer más su corazón, sus prejuicios y su oposición a su propia salvación; por lo tanto, como dice Pedro: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 P. 3:1-2). La salvación o la condenación de tu marido depende mucho de tu buena conducta delante de él; por lo tanto, si temes a Dios o si amas a tu marido, procura, por medio de tu comportamiento lleno de mansedumbre, modestia, santidad y humildad delante de él, predisponerlo a querer su propia salvación y, haciendo esto, “porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?” (1 Cor. 7:16).

Objeción: Pero mi esposo, no sólo es inconverso, sino que es irritable, malhumorado y cascarrabias, sí, tan contencioso, que no sé cómo hablarle ni cómo comportarme en su presencia.

Respuesta: Es cierto que algunas esposas viven en una verdadera esclavitud en razón de sus esposos impíos y, como tales, deben inspirar compasión y oraciones a su favor, de manera que sean, tanto más cuidadosas y sobrias, en todo lo que hacen.

  1. Por lo tanto, debes ser muy fiel a él en todas las cosas de esta vida.
  2. Debes ser paciente con su conducta desenfrenada e inconversa. Tu estás viva, él está muerto; tu estás bajo la gracia, él bajo el pecado. Entonces, teniendo en cuenta que la gracia es más fuerte que el pecado y la virtud que lo vil, no te dejes vencer por su vileza, en cambio, véncela con tus virtudes (Rom. 12:12-21). Es una vergüenza que los que viven bajo la gracia, sean tan habladores, como los que no la tienen: “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad” (Pr. 14:29).
  3. Si en algún momento deseas hablar a tu esposo para convencerle acerca de algo, sea bueno o malo, debes saber discernir el momento propicio: Hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar” (Ec. 3:7). Ahora bien, con respecto a encontrar el momento propicio:
  4. Considera su estado de ánimo y acércate a él en el momento que más lejos esté de esas sucias pasiones que le afligen. Abigail no quiso decirle ni una palabra a su esposo ebrio hasta que se le pasara el efecto del vino y estuviera sobrio (1 S. 25:36-37). No hacer caso de esta observación es la razón por la que se habla mucho y se logra poco.
  5. Háblale en esos momentos cuando el corazón de él se siente atraído hacia ti y cuando da muestras de su cariño y de lo complacido que se siente contigo. Esto es lo que hizo Ester con su marido el rey y prevaleció (Est. 5:3, 6; 7:1-2).
  6. Está atenta para notar cuándo las convicciones despiertan su conciencia y síguelas con dichos profundos y certeros de las Escrituras. En forma parecida trató la esposa de Manoa a su esposo (Jue. 13:22-23). Aun entonces:
  7. Sean pocas sus palabras.
  8. Y ninguna de ellas disfrutando cuando puedes echarle en cara algo. En cambio, dirígete a él como tu cabeza y señor, con ruegos y súplicas.
  9. Y todo en tal espíritu de comprensión y un corazón tan lleno de afecto por su bien, que tu forma de hablar y tu conducta al hablarle, él lo perciba con cariño, viendo que eres sensible a la desdicha de él y que tu alma está inflamada del anhelo de que sea salvo.
  10. Y apoya tus palabras y tu conducta con oraciones a Dios, a favor de su alma.
  11. Mantén una conducta santa, casta y modesta ante él.

Objeción: Pero mi esposo es estúpido, un necio que no tiene la inteligencia suficiente para desenvolverse en este mundo.

Respuesta: 1. Aunque todo esto sea cierto, tienes que saber que él es tu cabeza, tu señor y tu esposo.

  • Por lo tanto, no quieras ejercer tu autoridad sobre él. Él no fue hecho para que tu tengas dominio sobre él, sino para ser tu esposo y ejercer su autoridad sobre ti (1 Tim. 2:12; 1Cor. 11:3, 8).
  • Por lo tanto, aunque en realidad tengas más discernimiento que él, debes saber que tu y todo lo que es tuyo, debe estar sujeto a tu esposo; “en todo” (Ef. 5:24).

Cuídate entonces, de que lo que haces no aparezca bajo tu nombre, sino bajo el de él; no para tu propia exaltación, sino para la de él; haciendo todo de modo que por tu destreza y prudencia, nadie pueda ver ni una de las debilidades de tu esposo: “La mujer virtuosa es corona de su marido; mas la mala, como carcoma en sus huesos” (Pr. 12:4) y así entonces, como dice el sabio: “Le da ella bien y no mal, todos los días de su vida” (Pr. 31:12).

  • Por lo tanto actúa como si estuvieras, y de hecho estás, bajo el poder y la autoridad de tu esposo.

Ahora, tocante a tu conducta con tus hijos y sirvientes: Tu eres madre y la señora de tu casa, y debes comportarte como tal. Y además, al considerar a la mujer creyente como una figura de la Iglesia, debes, como la Iglesia, nutrir y enseñar a tus hijos, tus sirvientes y, como la Iglesia, también dar razón de sus acciones y, ciertamente, al estar la esposa siempre en casa, tiene una gran ventaja en ese sentido; por lo tanto, hazlo y el Señor prosperará tus quehaceres.

Tomado de “Christian Behavior” (Conducta cristiana). Este texto ha sido modernizado para facilitar su lectura.

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John Bunyan (1628-1688): Pastor y predicador inglés, y uno de los escritores más influyentes del siglo XVII. Autor preciado de El Progreso del Peregrino, La Guerra Santa, El Sacrificio Aceptable y muchas otras obras. Nacido en Elstow, cerca de Bedford, Inglaterra.

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