No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6:31-33).
¿Afecta mi fe cristiana a la visión que tengo de la vida, la dirige en todos sus detalles? Pretendo ser cristiano, y tener la fe cristiana; lo que me pregunto ahora es, ¿afecta esta fe cristiana a toda la visión detallada que tengo de la vida? ¿Está siempre determinando mi reacción y mi respuesta ante las cosas específicas que suceden? O bien podríamos decirlo así. ¿Resulta claro y obvio tanto para mí como para los demás, que mi enfoque de la vida, mi visión esencial de la vida en general y en particular, difiere por completo de la del no cristiano? Así debería ser. El Sermón del Monte comienza con las Bienaventuranzas. Estas describen a las personas que son completamente diferentes de las otras, tan diferentes como la luz lo es de las tinieblas, tan diferente como la sal lo es de la putrefacción. Así pues, si somos diferentes en lo esencial, debemos ser diferentes en nuestra visión de todo lo demás y en nuestra reacción frente a todo lo demás. No conozco pregunta mejor que ésta, para que el hombre se la plantee en todas las circunstancias de la vida: cuando sucede algo que lo altera, pregúntate, “¿es mi reacción esencialmente diferente de lo que sería si no fuera cristiano?” Recordemos la enseñanza que ya hemos examinado al final del capítulo quinto de este Evangelio. Recuerda que nuestro Señor lo dijo así: “Si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?” Así es. El cristiano es un hombre que hace ‘más que los otros’. Es un hombre absolutamente diferente. Y si en todos los detalles de la vida este cristianismo no aparece, es un cristiano muy pobre, es un hombre de ‘poca fe’.
O, planteamos una pregunta final así: ¿Sitúo siempre todo lo de la vida y todo lo que me sucede en el contexto de mi fe cristiana, y luego lo examino a la luz de este contexto? El pagano no lo puede hacer. El pagano no posee la fe cristiana. No cree en Dios, ni sabe nada acerca de Él; no posee esta revelación de Dios como Padre suyo, ni de sí mismo como hijo de ese Padre. No sabe nada acerca de los propósitos generosos de Dios y, por tanto, el pobre hombre tiene que volverse a sí mismo y reaccionar de forma automática e instintiva frente a lo que sucede. Pero lo que demuestra realmente que somos cristianos es que, cuando nos suceden a nosotros estas cosas, no las vemos simplemente como son: como cristianos las tomamos y las colocamos de inmediato en el contexto de toda nuestra fe y luego las volvemos a examinar.
Concluimos el capítulo anterior diciendo que la fe es esencialmente activa. Nuestro Señor preguntó a sus discípulos, “¿Dónde está vuestra fe? ¿Por qué no la aplicáis?” Ahora podemos decir lo inverso. Nos sucede algo que tiende a alterarnos; lo pagano que hay en el hombre natural le hace perder el control, o sentirse herido; pero el cristiano se detiene y dice: “Un momento. Voy a poner esto en el contexto de todo lo que sé y creo acerca de Dios y de mi relación con Él”. Entonces lo vuelve a examinar. Comienza a entender lo que el autor de la Carta a los Hebreos quiere decir cuando afirma, “El Señor, al que ama, disciplina”. Como el cristiano sabe esto, está en condiciones de gozarse en ello, en un sentido, incluso mientras sucede, por qué lo sitúa en el contexto de su fe. Es el único hombre que puede hacer esto; el pagano no lo puede hacer, es incapaz de ello. Por eso planteamos esta pregunta general. ¿Es evidente tanto para mí como para todos los demás que no soy pagano? ¿Es mi conducta, mi comportamiento en la vida, testimonio de mi cristianismo? ¿Muestro de forma clara y evidente que pertenezco a un reino más elevado, y que puedo elevar todo lo que se relaciona conmigo a ese reino? “Los gentiles buscan todas estas cosas”, dice nuestro Señor. Pero nosotros no somos gentiles. Démonos cuenta de lo que somos; recordemos quiénes somos y vivamos de acuerdo con esto. Elevémonos al nivel de nuestra fe; Seamos dignos del llamamiento elevado de Cristo Jesús. Pueblo cristiano, cuidemos la boca y la lengua. Nos traicionamos a nosotros mismos en nuestra conversación, en las cosas que decimos, en las cosas que salen de nosotros cuando actuamos espontáneamente. Un comportamiento así es típico del pagano; el cristiano ejerce la disciplina y el control porque lo ve todo en el contexto de Dios y de la eternidad.
El segundo argumento es en realidad repetición de le que nuestro Señor ya nos ha inculcado en varias ocasiones. Él no improvisa. Dice: “Pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”. Ya nos le había dicho en el argumento acerca de las aves y los lirios del campo. Pero nos conoce; sabe lo propensos que somos a olvidarnos de las cosas. Por ello, lo repite de nuevo: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”. Podríamos decirlo así. El segundo principio por medio del cual se puede incrementar la fe es que, como cristiano, se debe tener fe implícita y confianza en Dios como Padre celestial. Ya lo hemos examinado; por ello nos bastará ahora un resumen: Nada nos puede suceder que no venga de Dios. Él lo sabe todo acerca de nosotros. Si se puede decir con verdad que incluso los cabellos de la cabeza están contados, entonces debemos recordar que nunca nos podemos encontrar en una situación sin que Dios lo sepa o se preocupe de ello. Lo sabe mucho mejor que nosotros mismos. Éste es el argumento de nuestro bendito Señor: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”. No hay en la Biblia afirmación más hermosa que esta. Nunca estaremos en ningún lugar donde Él no nos vea; nunca habrá nada en las profundidades de nuestro corazón, en los pliegues más íntimos de nuestro ser, que Él no sepa. El autor de la Carta a los Hebreos afirmó lo mismo en un contexto diferente: “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (4:13). Discierne los pensamientos e intenciones del corazón. Dice esto para poner sobre aviso a estos cristianos hebreos. Debemos recordar que no sólo tenemos que vivir en el temor del Señor, sino también en el consuelo y el conocimiento de Dios. No sólo ve lo que nos sucede cuando enfermamos, no sólo sabe cuándo estamos experimentando penas y angustias, sino que conoce cada ansiedad del corazón, conoce cada pesar. Lo conoce todo; su omnisciencia lo abarca todo. Lo sabe todo acerca de nosotros en todos los aspectos y, por consiguiente, conoce todas nuestras necesidades.
De lo anterior, nuestro Señor deduce lo siguiente: No hay por qué afanarse, no hay por qué preocuparse. Dios está contigo en este estado, no estás solo, es tu Padre. Aún el padre terrenal hace lo mismo hasta cierto punto. Está con su hijo, lo protege, hace todo lo que puede por él. Multipliquemos esto por lo infinito, y eso es lo que Dios hace respecto a nosotros en cualquier circunstancia que nos encontremos.
Si sólo comprendiéramos esto, desaparecería de una vez y para siempre de nuestra vida toda preocupación, tensión y ansiedad. Nunca nos permitamos ni por un momento pensar que estamos abandonados a nuestras propias fuerzas. No lo estamos. Todos debemos aprender a decir lo que nuestro Señor dijo bajo la sombra misma de la cruz: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo, mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Y ésta es también la promesa que nos hace: “No te desampararé, ni te dejaré”. Pero por encima de todo confiemos en esto: que lo sabe todo acerca de nosotros, todas las circunstancias, todas las necesidades, todas las heridas; y en consecuencia, podemos descansar tranquila y confiadamente en esa seguridad bendita y gloriosa.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones