Las fuerzas materiales del universo no proceden del Espíritu Santo, ni fue Él quien depositó en la materia las semillas latentes y microorganismos de la vida. Su misión especial comienza sólo después de la creación de la materia con los microorganismos de la vida contenidos en ella.
El texto hebreo demuestra, que la obra del Espíritu Santo en movimiento sobre la superficie de las aguas, fue similar a la de las aves padres que con sus alas desplegadas rondan sobre sus crías para albergarlas y cubrirlas. La figura implica no sólo que la tierra existía, sino que también dentro de ella existían los microorganismos de la vida; y que el Espíritu Santo, fecundando estos microorganismos, provocó que la vida surgiera a fin de conducirla a su destino.
Los cielos no fueron creados por el Espíritu Santo, sino por la Palabra de Dios. Y cuando los cielos creados debían recibir sus huestes, sólo entonces llegó el momento para que el Espíritu Santo ejerciera sus funciones particulares. No es fácil decidir lo que “las huestes de los cielos” significa. Puede referirse al sol, la luna y las estrellas, o a los ejércitos de ángeles. Quizás el pasaje no significa la creación de los cuerpos celestes, sino su recepción de la gloria divina y del fuego celestial. Pero el Salmo 33:6 no se refiere a la creación de la materia de la cual las huestes celestiales se componen, sino a la producción de su gloria.
Gen. 1:2 pone de manifiesto, en primer lugar, la creación de la materia y sus microorganismos, luego su activación; por lo tanto el Salmo 33:6 enseña en primer lugar, la preparación del ser y la naturaleza de los cielos, luego el traer a la existencia sus huestes por el Espíritu Santo. Job 26:13 conduce a una conclusión similar. Aquí se hace la misma distinción entre los cielos y su ordenamiento, siendo este último representado como la obra especial del Espíritu Santo. Este ordenamiento es equivalente al ordenamiento en Gen. 1:2, mediante el cual lo que estaba sin forma tomó forma, la vida oculta emergió, y las cosas creadas fueron llevadas a su destino. El Salmo 94:30 y Job 33:4 ilustran aún más claramente la obra del Espíritu Santo en la creación. Job nos informa de que el Espíritu Santo tuvo una parte especial en la creación del hombre; y el Salmo 94 que Él realizó una obra similar en la creación de los animales, de las aves y los peces, pues sus dos versículos previos implican que el versículo 27– “Envías tu Espíritu, son creados”- no se refiere al hombre, sino a la monstruos que juegan en lo profundo del mar.
Se ha conferido, que la materia de la cual Dios hizo al hombre, ya se encontraba presente en el polvo de la tierra; que el tipo de su cuerpo estuvo en gran medida presente en el animal; y que la idea del hombre y de la imagen sobre la que él iba a ser creado, ya existían; aun así, en Job 33:4 se hace evidente que el hombre no llegó a ser, sin que antes mediara una obra especial del Espíritu Santo. Por lo tanto, el Salmo 94:30 demuestra que, aunque ya existía la materia de la cual la ballena y el unicornio se debían hacer, y el plan o modelo se encontraba en el consejo divino, aun así, una acción especial del Espíritu Santo era necesaria para provocar su existencia. Esto se hace aun más evidente, en vista del hecho de que ninguno de los pasajes se refiere a la primera creación, sino a un hombre y animales formados más tarde. Pues Job no habla de Adán y Eva, sino de sí mismo. Él dice: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4). En el Salmo 94 David no se refiere a los monstruos de las profundidades creados en el principio, sino a aquellos que estaban recorriendo los cursos del mar mientras él cantaba este salmo. Si, por lo tanto, los cuerpos de los hombres existentes y de los mamíferos, no son creaciones inmediatas, sino que se han tomado a partir de la carne y sangre, de la naturaleza y del tipo de seres existentes; entonces se hace más evidente que el hecho que el Espíritu Santo se cierna sobre lo no formado, es un acto presente; y que por lo tanto, Su obra creativa consistía en poner de manifiesto la vida ya oculta en el caos, esto es, en los microorganismos de la vida.
Esto concuerda con lo que se dijo en un principio en relación al carácter general de Su obra. “Conducir a su destino”, es traer a la vida escondida, provocar que la belleza oculta se revele a sí misma y despertar la actividad en las energías adormecidas.
Pero se debe evitar representarla como una obra que fue realizada en fases sucesivas: primero por el Padre, cuya obra terminada fue tomada por el Hijo, después de lo cual el Espíritu Santo completó la obra así preparada. Tales representaciones son indignas de Dios. En las actividades divinas existe distribución, pero no división; es por ello que Isaías declara que el Espíritu del Señor, es decir, el Espíritu Santo, dirigió desde el principio – es decir, desde antes del principio- todo lo que iba a venir a través de la obra completa de la creación.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper