La iglesia en Corinto estaba atormentada por problemas de desorden en la congregación. Los dones del Espíritu Santo, y particularmente el de hablar en lenguas, estaban siendo objetos de abuso y mal uso. Lo que sucedía allí podría ser descrito adecuadamente como una refriega carismática.
El apóstol Pablo escribió al menos dos cartas principales a la iglesia corintia con el fin de proveerles de consejo y exhortación pastoral. En su primera epístola insistió, a lo largo de tres capítulos, en la importancia de ejercer el uso de los dones espirituales de manera ordenada. Dijo:
Que todo se haga decentemente y con orden. (14:40)
Al abordar la caótica situación de Corinto, Pablo hizo esta importante observación:
Dios no es autor de confusión. (1 Corintios 14:33)
La declaración apostólica está cargada de repercusiones teológicas. Nos preguntamos qué tenía Pablo en mente cuando expuso este principio dominante. Su mandato de que todas las cosas fueran hechas decentemente y con orden descansaba, obviamente, en este principio: el desorden y el caos no están de acuerdo con el carácter de Dios. El desorden, el caos, la falta de armonía y la confusión son elementos incoherentes con el carácter de Dios. Estas características fluyen de las criaturas caídas, no del Creador.
Cuando Pablo habla de aquello de lo cual Dios es autor y aquello de lo cual no lo es, probablemente estaba pensando en la forma en que Dios actuó en la creación original.
La historia de la creación en Génesis 1 se concentra en el triunfo de Dios sobre cualquier amenaza de caos o confusión. En el corazón de esta consideración se halla el papel del Espíritu Santo en la creación.
Las primeras líneas de Génesis registran estas palabras:
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. (Génesis 1:1-2)
El primer versículo de Génesis revela el acto inicial de la creación del universo por parte de Dios. “En el principio” debe ser tomado en su sentido absoluto. Este versículo declara el enorme poder que Dios desplegó al traer el mundo a la existencia a partir de la nada (en latín, ex nihilo). Esta no es una descripción de un acto en que Dios meramente moldeó o formó una materia preexistente. El acto divino de Dios fue generar algo a partir de la nada, una acción que sólo Dios puede llevar a cabo.
La palabra hebrea que usa Génesis para “crear” es bara, que en el Antiguo Testamento es usada exclusivamente en referencia a Dios y su actividad. Nunca se aplica a los seres humanos.
La única pista que tenemos con respecto al cómo de la creación está en el versículo 3: Y dijo Dios: Sea la luz. Y fue la luz.
El poder de la creación se halla en el poder del mandato de Dios. Siglos atrás, Agustín escribió acerca de la creación. Declaró que la fuente del poder creativo de Dios se halla en el “Imperativo Divino”. Describió la creación como “creación por fiat”. El término fiat proviene de la forma imperativa del latín “ser”. Dios creó el mundo a partir de la fuerza pura de su mandato. Él habló en imperativo “¡Sea!” y fue.
Esto es lo que separa el poder creativo de Dios de toda la creatividad que caracteriza a las criaturas. Ningún artista puede pintar una obra maestra simplemente hablándoles al lienzo y la pintura, ni puede traer a la existencia al lienzo y a la pintura a partir de la nada. Ningún compositor puede crear una sinfonía simplemente gritándoles a los instrumentos de viento de madera y de bronce.
¿Cómo levantó Jesús a Lázaro de entre los muertos? No entró a la tumba y le administró RCP [Reanimación Cardiopulmonar]. Permaneció a distancia y llamó a Lázaro de regreso a la vida. Jesús pronunció un mandato un imperativo divino: “¡Lázaro, ven fuera!” Al sonido de la voz de Jesús, las ondas cerebrales se activaron en el cráneo de Lázaro. Su corazón empezó a latir y la sangre comenzó a circular de nuevo por sus venas. El cadáver frío e inerte comenzó a moverse, y Lázaro rompió las cuerdas de la muerte. Todo esto sucedió por el puro mandato del Dios Encarnado.
Dios no necesitó manos ni pies en su obra de creación. No hubo necesidad de herramientas. Él podía mover el mundo sin usar una palanca de Arquímedes. Su voz era suficiente. Dios habló y se cumplió. Algo brotó a partir de la nada.
EL ESPÍRITU INCUBADOR
Añadida al imperativo divino, sin embargo, estaba la “incubación” divina por parte del Espíritu Santo. Génesis dice:
Y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. (1:2)
Hay una duda con respecto al significado exacto de la palabra hebrea en Génesis 1:2 que a veces se traduce como “moverse sobre” [o revolotear] y otras veces como “incubar”. La palabra aparece sólo dos veces más en el Antiguo Testamento. La encontramos en Jeremías 23:9:
En cuanto a los profetas: quebrantado está mi corazón dentro de mí, tiemblan todos mis huesos. (Énfasis añadido)
Aquí, la palabra transmite la idea de temblar. Encontramos otra vez la palabra en Deuteronomio 32:11:
Deu 32:11 Como el águila que excita su nidada, Revolotea sobre sus pollos,
Extiende sus alas, los toma, Los lleva sobre sus plumas,
Cuando pensamos en la actividad de un ave madre “incubando”, nos inclinamos a pensar en cuando se acomoda sobre sus huevos para mantenerlos calientes antes de que se produzca el rompimiento del cascarón. En la imaginería de Deuteronomio, sin embargo, los huevos ya se han roto. G. C. Aalders comenta:
La palabra incubar sencillamente no cabe una vez que los huevos se han roto y la madre está dedicada a educar a sus pequeños. Por lo tanto, es más probable que aquí la palabra esté referida al ave madre vigilando a sus pequeños mientras aprenden a volar. Cuando ellos no consiguen volar, ella desciende rápidamente para ponerse debajo de ellos y les libra de caer. Cuando se considera todo, la traducción “revoloteaba” tiene la preferencia.
Aalders continúa su explicación de este pasaje:
¿Cuál, entonces, es el propósito de este movimiento del Espíritu de Dios sobre las aguas? Es obvio que no indica una mera presencia del Espíritu Santo. La intención, aparentemente, es indicar que un poder activo proveniente del Espíritu de Dios actúa sobre la sustancia de la tierra que ya ha sido creada. Esta actividad tiene una relación directa con la obra creativa de Dios. Tal vez podemos decir que el Espíritu preserva este material creado y lo prepara para la actividad creativa posterior de Dios a través de la cual el entonces desordenado mundo llegaría a ser un todo bien ordenado a medida que los actos creativos posteriores se desarrollaran.
Cuando consideramos el significado total de “crear” (bara) en Génesis, nos damos cuenta de que, cuando Dios crea algo, también sostiene aquello sustentando todas las cosas por su poder.
Parte de la obra del Espíritu es “moverse” sobre la creación manteniendo las cosas intactas. En este sentido, vemos al Espíritu como el Preservador divino y el Protector. El Espíritu trabaja para mantener lo que el Padre trae a la existencia.
Lo más notable en el pasaje de Génesis es el papel del Espíritu como Ordenador de la creación. El Espíritu genera orden a partir del desorden. Su presencia excluye la posibilidad de caos o confusión. Vemos aquí al Espíritu Santo trayendo integridad al mundo. Lo que quiero decir aquí con integridad es la estructura de la totalidad, la integración de las partes del cosmos con el todo. Es debido a Él que tenemos cosmos en vez de caos.
Es digno de mención el hecho de que hay un claro paralelo entre la obra del Espíritu en la creación y su obra en la redención. Como nuestro Santificador, Él se mueve sobre sus hijos para producir integridad en sus vidas. Él ordena y preserva lo que Dios crea y redime.
Al “moverse” el Espíritu sobre las aguas, ya no hay más desorden. El universo desestructurado adquiere una maravillosa estructura. Las complejidades de esa estructura llegaron a ser el punto focal de la investigación científica. La ciencia es posible gracias a que el universo es ordenado y gobernado por leyes coherentes. Los científicos no podrían hacer su trabajo en un mundo irregular y caótico.
Antes de que el Espíritu “se mueva”, el universo inconcluso está marcado por la vaciedad. De los tres términos descriptivos de Génesis 2, quizás éste es el más aterrador para el alma del hombre. La desesperación humana es expresada frecuentemente en términos de un espantoso sentimiento de vacuidad, un sentido del vacío y la amenaza de ello. En el más oscuro estado de ánimo del existencialismo pesimista oímos hablar del abismo, la oscuridad estigia del vacío absoluto, el foso de la nada. Aun en las relaciones humanas tenemos un fastidioso sentido de la amenaza de la vacuidad, la cual identificamos con la triste soledad.
El Espíritu Santo llena lo vacío. Lo conquista. Cuando su obra está acabada, el universo una vez solitario rebosa con una abundancia de flora y fauna. La tierra yerma se transforma en un pulsante campo de vida. Necesitamos aquí al Espíritu de Dios como Aquel que llena todas las cosas. Sumado, entonces, a su papel de Formador y Preservador, está el de Abastecedor de vida.
Extracto de llibro «El misterio del Espíritu Santo» de R.C. Sproul