“El cual mediante el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo.”— Heb. 4:14.
Examinaremos la obra del Espíritu Santo en el sufrimiento, la muerte, resurrección y exaltación de Cristo.
En la Epístola a los Hebreos, el apóstol pregunta: “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne; ¿cuánto más la sangre de Cristo, limpiará vuestras conciencias de obras muertas?” añadiendo las palabras: “el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios.”
El significado de estas palabras ha sido objeto de controversia. Beza y Gomarus entendieron que el Espíritu Eterno significaba la naturaleza divina de Cristo. Calvino y la mayoría de los reformadores lo tomaron como si se refiriera al Espíritu Santo. Los expositores de hoy, especialmente los de tendencias racionalistas, lo entienden simplemente como la tensión de la naturaleza humana de Cristo.
Junto a la mayoría de los expositores ortodoxos, adoptamos el punto de vista de Calvino. La diferencia entre Calvino y Beza es aquella a la que ya se ha hecho referencia. La pregunta es si acaso en lo que respecta a Su naturaleza humana, Cristo sustituyó la obra interna del Hijo por la del Espíritu Santo, o si Él simplemente tuvo la acción normal del Espíritu Santo.
En la actualidad muchos han adoptado el primer punto de vista sin tener una comprensión clara de la diferencia entre ambos. Y por lo tanto razonan: “¿Acaso no están ambas naturalezas unidas en la Persona de Jesús? ¿Por qué, entonces, el Espíritu Santo debería ser añadido para capacitar la naturaleza humana? ¿No podría acaso el Hijo mismo hacer esto?” Y así, llegan a la conclusión de que, dado que el Mediador es Dios, no puede haber necesidad de una obra del Espíritu Santo en la naturaleza humana de Cristo. Y, sin embargo, este punto de vista debe ser rechazado, debido a que:
En primer lugar, Dios ha creado la naturaleza humana de tal manera que, sin el Espíritu Santo, no puede tener ninguna virtud ni santidad. La justicia original de Adán fue obra y fruto del Espíritu Santo tan auténticamente como hoy lo es la nueva vida en el que ha sido regenerado. El Espíritu Santo brillando en el interior es tan esencial a la santidad como lo es para la vista la luz que brilla en el ojo.
En segundo lugar, de acuerdo con la distinción de tres Personas divinas, la obra del Hijo con referencia a la naturaleza humana es distinta de la obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo no podía convertirse en carne; esto es algo que sólo el Hijo podía hacer. El Padre no ha entregado todas las cosas al Espíritu Santo. El Espíritu Santo trabaja desde el Hijo, pero el Hijo depende del Espíritu Santo para aplicar la redención a las personas. El Hijo adopta nuestra naturaleza, y de este modo se relaciona a Sí mismo con toda la especie; pero luego, sólo el Espíritu Santo puede entrar en las almas de las personas para glorificar al Hijo en los hijos de Dios.
La aplicación de estos dos principios a la Persona de Cristo nos permite ver que Su naturaleza humana no podía otorgarle la constante iluminación interior del Espíritu Santo. Por eso las Escrituras declaran: “Él le dio el Espíritu sin medida.”
El Hijo tampoco podía, de acuerdo a Su propia naturaleza, tomar el lugar del Espíritu Santo, sino que, en la economía divina, por causa de Su unión con la naturaleza humana, Él siempre dependió del Espíritu Santo.
En cuanto a la interrogante respecto de si la Divinidad de Cristo apoyó o no a Su humanidad, nuestra respuesta es: No cabe duda de que sí lo hizo; pero nunca de forma independiente al Espíritu Santo. Nosotros desmayamos, pues resistimos, contristamos y rechazamos al Espíritu Santo. Cristo fue siempre victorioso porque Su divinidad nunca aflojó Su apoyo sobre el Espíritu Santo en Su humanidad, sino que lo recibió y se adhirió a Él con todo el amor y la energía del Hijo de Dios.
La naturaleza humana es limitada. Es susceptible de recibir del Espíritu Santo para poder así ser su templo. Sin embargo, esa susceptibilidad tiene sus límites. Enfrentada por la muerte eterna, pierde su tensión y cae fuera de la comunión del Espíritu Santo. De ahí que no tenemos bien imperdible en nosotros mismos, sino sólo como miembros del cuerpo de Cristo. Fuera de Él, la muerte eterna tendría poder sobre nosotros, nos separaría del Espíritu Santo y nos destruiría. Por lo tanto, toda nuestra salvación se encuentra en Cristo. Él es nuestra ancla que ha sido arrojada dentro del velo. En cuanto a la naturaleza humana de Cristo, esta se encontró con la muerte eterna y pasó a través de ella. Esto no podría ser de otra manera. Si Él sólo hubiese pasado a través de la muerte temporal, la muerte eterna aún se encontraría invicta.
Nuestra respuesta a la pregunta de cómo Su naturaleza humana pudo pasar por la muerte eterna y no perecer, sin tener un Mediador para sostenerlo a través de ella, es la siguiente: La naturaleza humana de Cristo habría sido aplastada por ella, y la iluminación interior del Espíritu Santo habría cesado si Su naturaleza divina, es decir, el infinito poder de Su Divinidad, no hubiera estado por debajo de Su naturaleza humana. De ahí que el apóstol declare: “el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo,” no a través del Espíritu Santo. Ambas expresiones no son equivalentes. Existe una diferencia entre el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Divinidad, separado de mí, y el Espíritu Santo obrando dentro de mí.
Las palabras de las Escrituras, “Él estaba lleno del Espíritu Santo,” se refieren no sólo a la Persona del Espíritu Santo, sino también a Su obra en el alma del hombre. Así, con referencia a Cristo, existe una diferencia entre las expresiones: “Él fue concebido por el Espíritu Santo,” “El Espíritu Santo descendió sobre Él,” “Ser lleno del Espíritu Santo,” y “El cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo.”
Las dos últimas citas indican el hecho de que el espíritu de Jesús había alojado al Espíritu Santo y se había identificado con Él; casi en el mismo sentido que en Hechos 15:28: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros.” El término “Espíritu Eterno” fue elegido para indicar que la Persona divino-humana de Cristo entró en tal indisoluble comunión con el Espíritu Santo, que ni siquiera la muerte eterna pudo romperla.
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper