Es posible que no podamos comprender todo el significado de esta elección eterna en Cristo, pero al menos podemos entender que no importa cuánto nos remontemos más atrás en el tiempo, porque siempre encontraremos que los propósitos de Dios involucraban nuestra salvación. La salvación no es un pensamiento a posteriori. Siempre estuvo allí desde el principio.
Un comentarista ha escrito: «La primera tarea que el Espíritu Santo llevó a cabo en nuestro nombre fue la de elegirnos como miembros del cuerpo de Cristo. En sus decretos eternos, Dios determinó que no estaría siempre solo, que de la multitud de hijos de Adán, un gran número se convertirían en hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina y conforme a la imagen del Señor Jesucristo. Esta compañía, la plenitud de Aquel que todo lo llena, se convertirían en hijos por el nuevo nacimiento, pero en miembros del cuerpo de Cristo por el bautismo del Espíritu Santo».
Estamos unidos con Cristo por causa de la regeneración o nuevo nacimiento. Jesús se refirió a esto en su conversación con Nicodemo: «El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 3:5). Pablo amplió esta
afirmación cuando dijo que «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es» (2 Co. 5:17).
Tenemos una ilustración de nuestro nuevo nacimiento en el nacimiento físico de Jesucristo. En su nacimiento, la vida divina y sin pecado del Hijo de Dios fue colocada dentro del cuerpo humano pecaminoso de la virgen María.
De manera análoga, nosotros experimentamos la vida divina dentro nuestro cuando el Espíritu de Cristo viene a morar dentro de nuestros corazones. Podemos preguntarnos al igual que hizo María: «¿Cómo será esto? ya que yo no tengo la posibilidad de engendrar vida divina». Pero la respuesta la encontramos en las palabras del ángel: «El Espíritu vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Luc. 1:35). No nos convertimos en seres divinos, como algunas religiones orientales creen. Pero en un cierto sentido la propia vida de Dios viene a morar dentro de nosotros de manera tal que podemos ser llamados con justicia hijos de Dios.
Como fuimos unidos a Cristo en el momento de su muerte sobre la cruz, la redención del pecado nos ha sido asegurada, y somos justificados de todo pecado. Pablo escribe: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?» (Rom. 6:3). Y en otra ocasión dice: «en quien tenemos redención por su sangre» (Ef.1:7). Cuando Jesús murió sobre la cruz, aquellos de nosotros que estábamos unidos a Él por medio de la fe salvadora también morimos con él en lo que respecta al castigo que nos correspondía por el pecado. Dios el Padre hizo morir a Dios el Hijo. Como estamos unidos a Él, en cierto sentido también a nosotros nos hizo morir. Al hacerlo, nuestro pecado fue castigado y nunca más hemos de temer que pueda volver a surgir para atemorizarnos. Como lo expresó Henry G. Spafford en ese himno tan conocido:
Feliz yo me siento al saber que Jesús librome de yugo opresor;
Quitó mi pecado, clavólo en la cruz; gloria demos al buen. Salvador.
Estoy bien, ¡Gloria a Dios! Tengo paz en mi ser..
Como estamos unidos a Cristo en su muerte, también estamos unidos a Él en su vida. Pablo desarrolla este pensamiento en el capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
Rom 6:4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Rom 6:5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;
Rom 6:6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.
Rom 6:7 Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
Rom 6:8 Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;
Rom 6:9 sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.
Rom 6:10 Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.
Rom 6:11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Mediante nuestra identificación con Cristo en su muerte, el poder del pecado sobre nosotros ha sido roto, y ahora estamos libres para obedecer a Dios y crecer en santidad.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice