Aunque la principal función de la ley es exponer el pecado, no se trata de que Dios la otorgara para deleitarse cuando comprobara que sus criaturas rebeldes pecan y la rechazan. Dios no se frota las manos y dice: «En fin, ahora pueden saber lo pecadores que son. Espero que lo disfruten». De ningún modo, incluso cuando se revela el pecado hay otro propósito que resulta evidente: que habiendo descubierto su pecado las personas puedan volverse a Cristo para que las limpie de todo mal. La función del espejo es que la persona pueda ver la suciedad que tiene en la cara, para poder después dejar el espejo, y tomar el jabón, el agua, y poder así lavarse.
Esta ilustración sin embargo tiene una deficiencia y es que parecería implicar que la ley no dice nada con respecto a la solución de este problema. Y es aquí donde debemos recurrir a la definición más general de la ley, el conjunto de la revelación bíblica. En este sentido, la ley no incluye simplemente las prohibiciones frente a las cuales estamos condenados, sino que abarca la promesa de una salvación perfecta. Cuando Dios entregó la ley también dio instrucciones concernientes a los sacrificios. Cuando Dios eligió a Moisés como el vehículo para transmitir la ley, también eligió a Aarón para ser el sumo sacerdote. Es como si Dios, en el mismo instante en que con voz de trueno en el Decálogo Decía: «No harás esto ni esto otro…», estaba susurrando a continuación: «Pero sé que no podrás cumplirlo, por lo que he provisto una salida».
Todos los sacrificios del Antiguo Testamento apuntaban, de un modo u otro, a la venida del Señor Jesucristo. Pero el significado del sacrificio de Cristo es especialmente claro en las instrucciones con respecto a los dos sacrificios que debía realizar Israel en el día de la expiación. El primer sacrificio consistía en que un macho cabrío era llevado al desierto para morir allí. Este macho cabrío antes había sido traído a Aarón o a los sacerdotes que le sucedieron. El sacerdote colocaba sus manos sobre la cabeza del macho cabrío, identificándose así él y el pueblo a quien representaba con el macho cabrío. Luego confesaba los pecados del pueblo en oración, transfiriéndolos simbólicamente al macho cabrío. Y luego el macho cabrío era llevado fuera al desierto. En la descripción de la ceremonia se afirma que «aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos» (Lv. 16:22). Este sacrificio está señalando a Jesús quien, como el macho cabrío «padeció fuera de la puerta», para llevar sobre sí todas nuestras iniquidades (comparar con He. 13:12).
El otro sacrificio tenía lugar en el atrio del tabernáculo, desde donde la sangre luego era llevada al Lugar Santísimo para ser rociada sobre el arca del pacto. El lugar donde se esparcía la sangre era simbólico, como así todo el ritual. Se llamaba el propiciatorio. Al estar sobre la tapa del arca, el propiciatorio estaba entre las tablas de la ley de Moisés (dentro del arca) y el espacio entre las alas extendidas de los querubines sobre el arca (simbolizando el lugar de habitación de Dios).
Sin la sangre, el arca con la ley y los querubines era un cuadro terrible. Estaba la ley, que no habíamos cumplido. Estaba Dios, a quien habíamos ofendido. O sea, que cuando Dios miraba hacia abajo lo que veía era la ley que había sido transgredida. Es un cuadro de juicio, y de nuestra desesperanza fuera de la gracia. Pero luego se realizaba el sacrificio, y el sumo sacerdote ingresaba al Lugar Santísimo y rociaba la sangre de una víctima inocente sobre el propiciatorio, interponiéndose así entre la santidad de Dios y nuestro pecado. Ha habido un sustituto. Un inocente ha muerto en lugar de aquellos que deberían haber muerto, y la sangre es la evidencia. La ira ha sido apartada. Ahora, Dios puede poner su mirada de gracia sobre el pecador.
¿Quién es este sacrificio? Es Jesús. No podemos saber cuánto comprendían sobre la salvación los que vivieron antes del tiempo de Cristo. Algunos, como los profetas, sin duda comprendían mucho. Otros, comprendían poco. Pero, independientemente del nivel de comprensión que hubieran alcanzado, el propósito de la ley era claro. Era revelar el pecado y luego señalar la venida del Señor Jesucristo como el Salvador. Antes de que Dios pueda entregarnos el evangelio, debe matarnos con la ley. Pero mientras lo hace, nos muestra que la ley contiene el evangelio y nos lo señala.
—
Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice