De acuerdo con los capítulos iniciales de Génesis, cuando Dios colocó al hombre y a la mujer en el Edén para ser los regentes de la tierra, les entregó el máximo de libertad, de autoridad y de dominio posible que podía dar a unos seres creados. Les confió el gobierno de la tierra. Y no había ninguna limitación sobre cómo lo habían de ejercer, con excepción del tema del árbol de la ciencia del bien y del mal, del cual no debían de probar -como símbolo de su dependencia de Dios-. Muchas tonterías se han imaginado a propósito de dicho árbol. Se le ha llamado manzano y al fruto prohibido, una manzana, sin ninguna justificación bíblica. Un autor hasta ha conjeturado que el fruto era la uva y el pecado era haber hecho vino. Esto es ridículo. Otros conciben el fruto como el sexo, un punto de vista que muestra a las claras la culpa apenas reprimida con que muchos de nuestros contemporáneos encaran este tema, pero que no sirve de ningún modo para comprender el libro de Génesis. Sabemos que ese no era el significado del árbol, ya que Dios mismo instruyó a la primera pareja para que se fructificaran y multiplicaran aun antes de advertirles sobre el fruto de la ciencia del bien y del mal (Gn. 1:28). Es más, la orden de multiplicarse formaba parte del don original dado al hombre y a la mujer para que dominaran sobre toda la tierra.
¿Qué simboliza, entonces, el fruto? No es difícil responder. El fruto es el símbolo tangible del hecho que el hombre y la mujer, aun cuando tenían una enorme autoridad y dominio sobre la tierra, eran criaturas de Dios; disfrutaban de su libertad y ejercían su dominio como resultado de un don gratuito de Dios. El fruto era una limitación, para recordarles que no eran Dios pero que eran responsables ante Él. Qué tipo de fruto era no tiene ninguna importancia. No sabemos durante cuánto tiempo Adán y Eva vivieron en el huerto de Edén antes de la Caída, aunque Génesis pareciera dar la impresión que el ataque de Satanás fue muy pronto, antes de que se hubieran afirmado determinados patrones de obediencia. Indudablemente Satanás había oído la advertencia divina, «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:16-17). Irrumpe ahora Satanás -aparentemente de forma inmediata, para sugerir que Dios no es benevolente y que no es posible confiar en su palabra.
Lo que está en juego en la tentación de Satanás a Eva es la Palabra de Dios. Las primeras palabras de Satanás terminan con un signo de interrogación buscando arrojar dudas sobre la veracidad de Dios: «¿Conque Dios os ha dicho…?» (Gn. 3:1). Son los primeros signos de interrogación en la Biblia. Por supuesto que en el original hebreo no hay ningún tipo de signo de puntuación, pero la pregunta en el pensamiento hace que los signos de interrogación sean apropiados en nuestra Biblia. «¿Conque Dios os ha dicho…? ¿Ha dicho Dios realmente que…?» La naturaleza del pecado está en esta especulación.
Es interesante tomar nota de las palabras exactas de Satanás, porque la oración continúa especificando cuál es el asunto que Satanás está cuestionando. «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?» Pero, por supuesto, eso no fue lo que Dios había dicho. Dios les había dicho: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:16-17). Satanás cambia la invitación positiva de Dios a comer de cualquier árbol (con una sola excepción) en una prohibición negativa que hace dudar sobre la bondad de Dios. ¿Podemos entender lo que está sucediendo aquí? Dios le da al hombre y a la mujer la posibilidad de disfrutar de toda la creación, con una excepción -y aún esa prohibición es explícita al hacer referencia a la pena que conlleva-. Satanás sugiere que Dios es esencialmente prohibicionista, que no es bondadoso y que no desea lo mejor para sus criaturas.
La mujer al principio no acepta este argumento. Pero la pregunta astuta de Satanás la coloca a la defensiva y le responde con una correcta (o esencialmente correcta) reiteración de lo que Dios había dicho, concluyendo con la advertencia: «pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis» (Gn. 3:3).
A estas alturas Satanás contesta con una negativa tajante: «No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Gn. 3:4-5). ¿Qué es lo que está en juego en esta negativa? ¿Es la comida? ¿Son las manzanas? ¿Son las borracheras? ¿Es el sexo? ¿Es la libertad? No es ninguna de estas cosas. El punto medular en esta primera parte de la tentación es simplemente la integridad de la Palabra de Dios. Habiendo comenzado arrojando dudas sobre la benevolencia de Dios, de la que la primera pareja no tenía por qué dudar, Satanás ahora abiertamente contradice la veracidad de Dios. El punto central es si Dios dice la verdad. Luego se nos dice que la mujer miró el fruto y «era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría», y comió de él. Es más, le dio a su marido, y él comió también.
Aquí tenemos, entonces, la primera revelación de la naturaleza del pecado y de qué es lo que básicamente está mal con la humanidad. El pecado es infidelidad. Es dudar de la buena voluntad y la veracidad de Dios, conduciéndonos inevitablemente a un acto de rechazo tajante. Hoy en día vemos esto con claridad en dos instancias: primero, en la multitud de negativas absolutas del registro de la Palabra de Dios en la Biblia, aun por parte de teólogos y pastores; y segundo, en el casi instintivo intento del hombre y la mujer por culpar a Dios por la tragedia humana.
En un episodio de “All in the Family”, Archie Bunker está discutiendo sobre el cristianismo con Michael, su yerno, que es ateo, porque Archie quiere bautizar al hijo de Michael y éste no quiere saber nada de eso. Están discutiendo sobre varios puntos no muy relevantes. Finalmente, Michael le pregunta: «Contéstame esto, Archie. Si Dios existe, ¿por qué el mundo está en este estado tan calamitoso?».
Archie no sabe qué responder. Por un momento se queda sin palabras y luego trata de evitar contestar dándole un giro más liviano a la conversación. Dirigiéndose a su esposa, Edith, le dice: «¿Por qué tengo que contestar siempre yo Edith? Dile a este tonto por qué, si Dios creó el mundo, el mundo está como está». Edith contesta: «Bueno, supongo que es para que apreciemos más el cielo cuando lleguemos ahí».
Cualquier pensador honesto admitirá que el problema de la maldad es crucial y del que surgen algunas interrogantes que nunca podremos contestar cabalmente en este mundo. Cómo pudo entrar la maldad en un mundo creado por un Dios que es bondad es difícil de contestar. Por qué Dios permite que la maldad exista aun por un corto tiempo, como obviamente lo permite, también escapa a nuestro entender. Pero hay algo que sí podemos decir y es que la maldad es culpa nuestra, no importa cuáles sean los motivos que Dios tenga para tolerarla. En el incidente de “All in the Family” parece que nunca se les ocurre a Michael, Archie o Edith (ni a ninguno de los guionistas) que esto es así.
Antes de admitir esta verdad sencilla pero incómoda, la gente dice, como ya lo había dicho H. G. Wells, que vista la maldad que existe en el mundo debemos llegar a la conclusión de que Dios tiene el poder pero nosotros no le importamos, o que le importamos pero no tiene suficiente poder. O quizá no existe. Estas aseveraciones no alcanzan a percibir que la causa del problema está en nosotros, nos ciegan y no nos permiten ver la solución de Dios para el pecado por medio del Señor Jesucristo.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice