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Una persona sin la gracia de Cristo está desnuda y desarmada, totalmente incapacitada para la lucha contra el pecado y Satanás. En el principio, Dios envió a Adán con la armadura completa, pero por un juego de manos el diablo lo desnudó. En cuanto se acabó de cometer el primer pecado, Adán y Eva estaban desnudos (Gn. 3:7). El pecado les robó la armadura y los dejó como criaturas débiles. A Satanás le costó trabajo abrir la primera brecha, pero una vez que el hombre le franqueó las puertas para que entrara, se nombró rey y llevó a la corte su séquito de pecados mortales, sin desenvainar espada.

A esto voy: en lugar de confesar su pecado, Adán y Eva intentaron esconderse de Dios y lo trataron con evasivas. Se echaron las culpas el uno al otro, rechazando la responsabilidad de su desobediencia en lugar de suplicar su misericordia. ¡Qué pronto endureció sus corazones el engaño! La naturaleza humana básica no ha cambiado hasta hoy. Esta es la misma condición de cualquier hijo de Adán: Satanás nos encuentra desnudos y nos hace esclavos, hasta que Dios, habiéndonos comprado con la sangre de su amado Hijo, viene para reclamar cada alma arrepentida para el servicio en su Reino.

Para mejor comprender la gravedad de estar sin la armadura de Dios, estudia estos cuatro conceptos de encontrarse desnudo y desarmado.

  1. Separados de Dios

“Estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa” (Ef. 2:12). Si no eres hijo del Reino, no tienes más parte en las promesas del pacto que un ciudadano de Roma tiene en la Carta Magna de Londres. Estás solo en el mundo, sin Dios. Si te metes en problemas, tendrás que presentar tu propia defensa. Pero si eres ciudadano del Cielo, Dios tiene poder para darte una inmunidad especial en cualquier situación. Y aunque el rencor del diablo se dirige contra ti, él no se atreve a pisar el terreno de Dios para tocarte sin su permiso.

¡Qué condición tan desesperada la del alma dejada a su propia defensa contra las legiones de demonios y concupiscencias! Será destrozada como una liebre entre los sabuesos; y no estará Dios ahí para frenarlos, sino Satanás para azuzarlos. Si Dios abandona a un pueblo, por militante que este sea, pronto pierde el valor y no puede luchar. Un grupo de niños podría levantarse y echarlos de su propio patio. Cuando el pánico cundió entre los israelitas al saber de gigantes invencibles y de ciudades amuralladas, Caleb y Josué los apaciguaron diciendo: “Nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos” (Nm. 14:9). ¡Cuánto más aquella alma que no tiene la defensa del Altísimo será pan para Satanás!

2. La ignorancia

Solo un alma ignorante es lo bastante necia como para salir desarmada del castillo durante un asedio. Obviamente no ha estudiado al enemigo, y ha ignorado el peligro que hay fuera de sus puertas. Para empeorar las cosas, si lucha sin revestirse de Cristo, luchará a oscuras. El apóstol escribe: “En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5:8). Como hijo de luz, un creyente puede andar de vez en cuando a ciegas en cuanto a cierta verdad o promesa, pero siempre tiene la vista espiritual que le falta al inconverso. El hombre no regenerado es en todo momento demasiado ignorante para resistirse a Satanás, mientras que el conocimiento de la verdad del cristiano lo persigue y rescata su alma, aun cuando haya sido secuestrada por la tentación.

No te llames a engaño: las tinieblas espirituales nunca serán expulsadas si no es por la unión con Cristo. Igual que el ojo físico una vez destrozado no se puede reconstruir por medios humanos, tampoco es posible restaurar el ojo espiritual —destrozado por el pecado de Adán— mediante un esfuerzo humano o angélico. Esta es una de las enfermedades que Jesús vino a sanar (Lc. 4:18).

3-La impotencia

“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Rom. 5:6). ¿Qué puede hacer el alma desarmada para romper el yugo de Satanás? No más que un pueblo desarmado para liberarse del dominio de un ejército vencedor. Satanás tiene tal poder sobre el alma que se le llama el hombre fuerte que protege el alma como si fuera un palacio (Lc. 11:21). Si el Cielo no le molesta, no temerá un motín desde dentro. Lo mantiene todo bajo su control. Lo que hace el Espíritu de Dios en el cristiano, lo hace Satanás de forma diabólica en el pecador. El Espíritu llena el alma de amor, gozo, deseos cristianos; el diablo llena el alma del pecador de orgullo, lujuria, mentira… E igual que el borracho lleno de vino, el pecador lleno de Satanás no actúa independientemente, sino que es un esclavo impotente.

4- La amistad con el pecado y Satanás

Un alma que se niega a revestirse de Cristo se declara rebelde y se convierte en enemiga de Dios. Creo que podemos decir con seguridad que un enemigo de Dios es amigo de Satanás. ¿Y cómo hacer que alguien pelee contra su amigo? ¿Está Satanás dividido? ¿Luchará el demonio interior contra el diablo exterior?

A veces parece que el corazón carnal lucha contra Satanás, pero es una farsa, como dos espadachines en un teatro. Parecen pelear en serio, pero cuando se percibe el cuidado que tienen y a dónde dirigen los golpes, pronto resulta obvio que no quieren matarse. Toda duda desaparece al verlos después de la función, ¡disfrutando juntos de la recompensa del espectáculo! Igualmente, al ver un corazón impenitente que hace grandes gestos contra el pecado, síguelo al salir del escenario de las buenas obras, donde ha ganado su reputación de santo haciendo el hipócrita, y allí sin duda lo verás junto a Satanás, en un rincón, tan amigos.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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