La obra de re-creación tiene esta peculiaridad, que pone al elegido inmediatamente al final del camino. No es como el viajero que aún está a medio camino de su hogar, sino como uno que ha completado su viaje; el largo, triste y peligroso camino está completamente detrás de él. Por supuesto, no recorrió ese camino; nunca podría haber alcanzado la meta. Su Mediador lo viajó por él y en su lugar. Y por su unión mística con su Salvador, es como si hubiera viajado la distancia completa; no como nosotros lo consideramos, sino como Dios lo considera.
Esto mostrará por qué la obra del Espíritu Santo aparece más poderosa en la re-creación que en la creación. Porque, ¿de qué camino se habla, sino de aquel que nos guía desde el centro de nuestros corazones degenerados hasta el centro del corazón amante de Dios? Toda piedad apunta a traer al hombre a la comunión con Dios; por lo tanto, a hacerlo viajar el camino entre él y Dios. El hombre es el único ser en la tierra para el cual su contacto con Dios significa comunión consciente. Dado que esta comunidad se rompe por la aparición del pecado, al final del camino el contacto y la comunidad deben ser perfectos, en lo que respecta el estado y los principios del hombre. Si el compañerismo es el término y la gracia de Dios pone a Su hijo ahí de inmediato, por lo menos en lo que concierne su estado, hay una obvia diferencia entre él y el no regenerado; porque el impío está infinitamente distante de Dios, mientras que el creyente tiene la más dulce comunión con Él. Dado que es la operación interna del Espíritu Santo la que logra esto, Su mano debe aparecer más poderosa y gloriosa en la re-creación que en la creación. Si pudiéramos ver Su obra en la re-creación como un hecho cumplido, podríamos entenderlo en su totalidad y escapar las dificultades con las que nos encontramos ahora comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo sobre este tema.
La re-creación nos trae aquello que es eterno, terminado, perfeccionado, completado; mucho más allá de la sucesión de momentos, el curso de los años, y el desarrollo de circunstancias. Aquí yace la dificultad. Esta obra eterna debe ser traída a un mundo temporal, a una raza que está en proceso de desarrollo; de ahí que esa obra debe hacer historia, aumentando como una planta, creciendo, floreciendo, y dando frutos. Y esta historia debe incluir un tiempo de preparación, revelación, y finalmente de llenar la tierra con arroyos de gracia, salvación y bendición.
Si no estuviera relacionado con el hombre sino con seres irracionales, no habría dificultad alguna; pero cuando comenzó su curso, el hombre ya estaba en el mundo, y al pasar de las épocas el flujo de la humanidad se expandió. De ahí la pregunta importante: ¿Las generaciones que vivieron durante el largo camino de preparación antes de Cristo, en quienes la obra de re-creación fue finalmente revelada, fueron partícipes de sus bendiciones?. La Escritura responde afirmativamente. En las épocas antes de Cristo los elegidos de Dios compartían las bendiciones de la obra de re-creación. Abel y Enoc, Noé y Abraham, Moisés y David, Isaías y Daniel fueron salvados por la misma fe que Pedro, Pablo, Lutero y Calvino. El Pacto de Gracia, aunque hecho con Abraham y por un tiempo conectado con la vida nacional de Israel, ya existía en el Paraíso. Los teólogos de las iglesias reformadas han desvelado claramente la verdad de que los elegidos de Dios de ambas dispensaciones entraron por la misma puerta de rectitud y caminaron por la misma vía de salvación que aún caminan hoy al banquete del Cordero.
Pero … ¿cómo pudo Abraham, viviendo tantos años antes de Cristo, siendo el único a través de quien la gracia y la verdad han sido reveladas, tener su fe contada a su favor como justicia de manera que vio el día de Jesús y se gozó en él?
Esta dificultad ha confundido a muchas mentes en relación a las Antiguas y Nuevas Dispensaciones, y hace que muchos se pregunten vanamente: ¿Cómo pudo haber una operación de salvación del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento si fue vertido sólo en Pentecostés? La respuesta se encuentra en la casi inescrutable obra del Espíritu Santo, donde, por un lado, Él trajo a la historia de nuestra raza esa eterna salvación ya terminada y completa que debe recorrer períodos de preparación, revelación, con sus frutos; y donde, por otro lado, durante el período preparatorio, esta misma preparación fue hecha, mediante la gracia maravillosa, por cuyo medio salvó a las almas aun antes de la Encarnación del Verbo.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper