El cuarto evangelista, Juan, aparentemente era bastante consciente de este aspecto de la enseñanza de Cristo cuando comenzó a escribir su evangelio. En las páginas iniciales utiliza una palabra con referencia a Cristo que sugiere, tanto para los judíos como para los griegos, que Cristo mismo era el punto focal de la revelación de Dios a los hombres. La palabra es logos, que significa «palabra», o «verbo», si bien entendidos en un sentido más amplio que el común de nuestra lengua. Ocurre en el versículo 1, donde Juan dice: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios», y en el versículo 14: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad».
¿Qué habría significado dicho término para un lector judío contemporáneo al evangelio de Juan? Los primeros versículos de su libro, incluyendo el término logos, habrían hecho que un judío recordara las primeras palabras del Antiguo Testamento donde se nos dice que en el principio Dios habló y que como resultado todas las cosas vinieron a la existencia. En otras palabras, Jesús habría sido inmediatamente asociado con el poder creativo de Dios y con la revelación que Dios hace de sí mismo en la creación. Podemos sentir como podría haber operado esto si nos imaginamos a nosotros mismos leyendo un libro que comienza con una clara referencia al «curso de los acontecimientos humanos» y en los primeros párrafos aparecen las palabras «derechos inalienables» y «evidentes». Resulta claro que el autor está intentando recordarnos la Declaración de la Independencia y los principios fundacionales de los Estados Unidos de América.
Pero esto no es todo lo que estas palabras provocarían en un lector judío. Para la mentalidad judía la idea de un «verbo» significaría más que lo que significa para nosotros hoy en día. El motivo es que para la manera de pensar judía, el verbo era algo concreto, más cercano a lo que hoy llamaríamos un acontecimiento o un hecho. Nosotros decimos «a las palabras se las lleva el viento». Podemos decir: «Los palos y las piedras me pueden lastimar, pero las palabras nunca me lastimarán». Pero las palabras sí pueden herir, y los judíos sin duda estaban más cercanos a la verdad cuando consideraban que una palabra dicha era lo mismo que un hecho realizado. Según su mentalidad, las palabras no debían ser utilizadas con ligereza. Además, existían implicanciones teológicas. ¿Qué ocurre cuando Dios habla? Los hechos ocurren inmediatamente. «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Gn. 1:3). Dios también dijo: «Así será mi palabra que sale de mis boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para qué la envié» (Is. 55:11). Por este motivo es por lo que los judíos estaban más preparados que nosotros para pensar en el «Verbo» de Dios como en algo que podía ser visto y tocado, y no les resultaría extraño aprender, como dijo el autor de la epístola a los Hebreos escribiendo en primer lugar a los lectores judíos, que: «En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo» (Heb. 1:2).
¿Qué podría haber significado la palabra logos a un lector griego o gentil? Para el griego la respuesta la encontraremos no en la religión sino en la filosofía. Hace aproximadamente dos mil seiscientos años, en el siglo sexto a.C, un filósofo llamado Heráclito vivió en la ciudad de Éfeso. Fue el hombre que dijo que era imposible nadar dos veces en el mismo río. Quería decir que toda la vida es un transcurrir. Por lo tanto, si bien uno puede entrar al río una vez, salir, y luego volver a entrar una segunda vez, cuando demos este segundo paso el río ya habrá fluido y estaremos entrando en un río distinto. Para Heráclito y los filósofos que le siguieron, toda vida se asemejaba a esto. Pero se preguntaban, ¿si esto es así, cómo es posible que todo lo que existe no esté en un estado de perpetuo caos? Heráclito contestaba que la vida no es un caos porque los cambios que observamos no son cambios al azar. Es un cambio en orden. Esto significa que debe existir alguna «razón» o «palabra» divina que lo controla. Esto es el logos, la palabra que Juan utiliza en los versículos iniciales de su evangelio.
Sin embargo, logos también significaba algo más para Heráclito. Una vez que había descubierto que el principio controlador de la materia era el logos divino, estaba a sólo un paso de aplicar dicho concepto a todos los acontecimientos de la historia y al orden mental que gobierna la mente de los seres humanos. Para Heráclito el logos era ni más ni menos que la mente de Dios que todo lo controla.
Cuando Juan escribió su evangelio, las ideas de Heráclito ya tenían unos setecientos años. Pero sus ideas habían sido tan formativas del pensamiento griego que habían sobrevivido no sólo en la filosofía de Heráclito sino también en la filosofía de Platón y de Sócrates, de los estoicos y de muchos otros que se basaban en ellas. Además, eran el tema de conversación de muchas personas. Los griegos sabían todo sobre el logos. Para ellos el logos era la mente creativa y controladora de Dios; que sustentaba el universo. Fue realmente un destello de genio divino lo que hizo que Juan utilizara esta palabra, que era tan significativa tanto para los judíos como para los griegos. «Escuchad griegos, esto mismo que tanto os ha preocupado, que ha ocupado vuestro pensamiento filosófico, y de lo que tanto se ha escrito en siglos anteriores —el Logos de Dios, esta palabra, este poder controlador del universo y la mente del hombre— ha venido a la tierra como hombre, y lo hemos visto, lleno de gracia y de verdad».
Se dice que cierta vez Platón se dirigió a un pequeño grupo de filósofos y estudiantes que se habían congregado a su alrededor, durante la era dorada de Atenas, y les dijo: «Podría suceder que algún día viniera de parte de Dios una Palabra, un Logos, que nos revelara todos los misterios y aclarara todas las cosas». Juan está diciendo: «Efectivamente, Platón, el Logos ha venido; ahora Dios nos ha sido revelado perfectamente».
Este es el ministerio profético de Jesucristo. Tiene autoridad, y está envuelto en su propia persona de manera tal que cuando miramos a Jesús vemos no un simple hombre, sino el Dios-hombre que así nos revela a Dios. En estos tiempos Jesús lleva a cabo su ministerio por medio del Espíritu Santo quien nos comunica la persona de Cristo a nuestras mentes y nuestros corazones mediante las Escrituras y así nos provee para nuestra salvación y nuestra santificación.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice