El sistema de Manes se limitaba al materialismo. El materialista dice que nuestro pensamiento es el fósforo que arde en el cerebro. Y que la lujuria, la envidia y el odio son una descarga de ciertas glándulas en el cuerpo. Tanto la virtud como el vicio son meros resultados de procesos químicos. A fin de poder lograr que el hombre sea mejor, más libre y más noble, deberíamos enviarlo al laboratorio de un químico en vez de al colegio o a la iglesia. Y si le fuese posible al químico abrir el cráneo del hombre, y someter sus células y nervios al debido proceso químico, el vicio podría dominarse y la virtud y sabiduría superior podrían efectivamente influenciarlo.
Asimismo, Manes enseñó que el pecado habita en la sangre y músculos y se transmite a través de ellos como un poder inherente e inseparable. Decía que debían comerse ciertas hierbas como medio para vencer al pecado. Además, según lo que él enseñaba, había algunos animales, pero principalmente plantas en las que habían penetrado algunas partículas de luz redentoras y liberadoras del reino de luz que se contraponían al mal. Al comer estas hierbas, la sangre absorbería estas partículas salvadoras de luz, y por tanto el poder del pecado sería destruido. De hecho, la iglesia de Manes era un laboratorio químico, en el cual se hacía oposición al pecado a través de agentes materiales.
Esto demuestra la consistencia lógica del sistema y la debilidad de los hombres quienes, habiendo adoptado la noción falsa de pecado material, tratan de escapar de su riguroso control. Pero no pueden porque, aunque desechan la fachada externa del sistema por no ser ajustarse a nuestro pensamiento occidental, adoptan todas estas teorías, y por tanto falsifican no sólo la doctrina del pecado, sino también casi todas las demás partes de la doctrina cristiana. Con todo, es en realidad en la doctrina del pecado heredado en la que este error es tan claramente manifiesto que no puede escapar a su detección:
Se arguye: en virtud del nacimiento, el hombre es pecador. Por consiguiente cada hijo debe heredar de sus padres el pecado. Y debido a que un niño en la cuna ignora el pecado espiritual y no tiene desarrollo espiritual, el pecado heredado permanece oculto en su ser, transmitido a través de la sangre de sus padres. Esto es maniqueísmo puro, en cuanto establece que el pecado es algo transmitido como un poder inherente en la materia.
La confesión de las Iglesias Reformadas, en referencia al pecado heredado, dice en su artículo xv:
“Creemos que, a través de la desobediencia de Adán, el pecado original se ha extendido a toda la humanidad, lo cual es una corrupción de toda la naturaleza y una enfermedad hereditaria, con lo cual los propios infantes están infectados incluso desde el vientre de su madre, lo que produce en el hombre toda clase de pecado, estando en él la raíz del mismo. Por tanto, es tan vil y abominable ante los ojos de Dios, que es suficiente para condenar a toda la humanidad. Tampoco es abolido o eliminado a través del bautismo en ninguna manera, debido a que el pecado siempre nace de su lamentable origen, de la misma manera que el agua fluye de su fuente. No obstante, no se les imputa a los hijos de Dios para condenación, sino por su gracia y misericordia les es perdonado. Esto no es para que descansen seguros en pecado, sino para que el ser conscientes de esta corrupción les cause una aflicción a los creyentes y un deseo de ser liberados de este cuerpo de muerte. Es por esto que rechazamos el error de los Pelagianos quienes aseguran que el pecado proviene solamente de la imitación.”
Por tanto, es evidente que las iglesias Reformadas reconocen absolutamente el pecado heredado. Reconocen también que los hijos heredan el pecado por parte de los padres, incluso llaman a este pecado una infección, la cual se adhiere incluso al nonato. Pero—y esto es lo principal—ellos nunca dicen que este pecado heredado sea algo material o que sea transmitido como algo material. La palabra infección está usada metafóricamente, y por lo tanto no es la expresión apropiada para aquello que ellos desean confesar. El pecado no es una gota de veneno, la cual, como una enfermedad contagiosa, pasa de padres a hijos. No. La transmisión del pecado permanece en nuestra confesión como un misterio no explicado, sólo expresado simbólicamente.
Pero esto no satisface los corazones de la actualidad. De ahí la nueva escuela de los Maniqueístas que ha surgido entre nosotros. Enredada en las mallas de esta herejía están aquellos que niegan la doctrina del pecado heredado, quienes toleran falsas perspectivas de los sacramentos, sosteniendo que en el Bautismo, el veneno del pecado es por lo menos en parte removido del alma, y que en la comunión de la Santa Cena, la carne pecaminosa absorbe unas pocas partículas del cuerpo glorificado; y finalmente quienes abogan por los esfuerzos ridículos de desvanecer influencias demoníacas en habitaciones o terrenos vacíos.
Todo esto es necedad y enseñanza antibíblica, y sin embargo, es defendido por hombres creyentes en nuestra propia tierra. Oh, Iglesia de Cristo, ¿hacia dónde te estás desviando?
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper