Acerca de que el marido debe proveer maneras para que la esposa sea edificada espiritualmente: Se deben proveer los medios para la edificación espiritual del alma de ella, tanto en privado como en público. En privado se refiere a los oficios santos y religiosos en el hogar, tales como leer la Palabra, orar, instruir y cosas por el estilo, que son el alimento espiritual cotidiano del alma como lo es el alimento cotidiano para nuestros cuerpos. El hombre, como cabeza de la familia, tiene el deber de proveer estos para el bien de toda su casa y como marido, en especial para el bien de su esposa porque para su esposa, al igual que para toda la familia, él es rey, sacerdote y profeta.
Por lo tanto, él solo, para el bien de su esposa, debe realizar estas cosas o conseguir que otro las haga. Cornelio mismo realizaba estos oficios (Hch. 10:2, 30). Micaía empleó a un levita [aunque su idolatría era mala, el hecho de que quisiera a un levita en su casa era encomiable] (Jue. 17:10). El esposo de la sunamita proveyó un cuarto para el profeta y lo hizo especialmente por su esposa porque fue ella quien se lo pidió (2 R. 4:10).
Los medios públicos se refieren a las ordenanzas santas de Dios realizadas por el siervo de Dios. El cuidado del marido por su esposa en este respecto es ver que alguien más haga las cosas imprescindibles de la casa de modo que ella pueda participar de ellas. La Biblia destaca que Elcana había provisto todo de tal manera que sus esposas podían ir con él todos los años a la casa de Dios (1 S. 1:7; 2:19). Lo mismo dice de José, el esposo de la María (Lc. 2:41). En aquella época había un lugar público que era la casa de Dios a dónde debían concurrir todos los años [sin importar la distancia desde su casa]. Los lugares donde vivían Elcana y José eran lejos de la casa de Dios, no obstante, ellos dispusieron todo de modo que, no sólo ellos, sino que sus esposas también fueran a los cultos públicos para adorar a Dios. En la actualidad, hay muchas casas de Dios, lugares donde se adora a Dios en público, pero por la corrupción de nuestros tiempos, el ministerio de la Palabra [el medio principal para edificación espiritual] no prevalece en todas partes.
Por lo tanto, tal debe ser el cuidado del marido por su esposa en este respecto, que la elección de su vivienda tiene que depender de que sea donde pueda tener el beneficio de la Palabra predicada o si no, proveerle los medios para llegar semanalmente al lugar de predicación.
Acerca de descuidar la edificación de la esposa: Lo contrario es la práctica de los que ejerciendo sus profesiones en lugares donde la Palabra abunda, prefieren por placer, satisfacción, comodidad y economía, mudar a sus familias a lugares remotos donde escasea la predicación o ni la hay. Dejan allí a sus esposas a cargo de la familia, sin tener en cuenta su necesidad de la Palabra porque ellos mismos se van a Londres u otros lugares parecidos en razón de sus profesiones y allí disfrutan de la Palabra. Muchos, abogados y otros ciudadanos son culpables de descuidar a sus esposas en este sentido. También lo son aquellos que abandonan todo ejercicio piadoso en sus casas, convirtiéndolas en guaridas del diablo en lugar de iglesias de Dios. Si por falta de medios, públicos o privados, la esposa vive y muere ignorante, irreverente, infiel e impenitente, lo cual significa condenación eterna, sin duda su sangre le será demandada a él porque el esposo es guardia de su esposa (Ez. 3:18).
Acerca del cuidado del marido en mantener a su esposa durante toda la vida: La manutención cariñosa del marido por su esposa debe ser mientras ella viva, sí, también en el caso que ella lo sobreviva. No que pueda él hacer algo después de muerto, sino que antes de su muerte ha tomado las medidas para su futuro sustento, de modo que después, ella pueda mantenerse independientemente y vivir en el mismo nivel que antes. [Él debiera por lo menos] dejarle, no sólo lo que tenía con ella, sino algo más, también como testimonio de su amor y preocupación por ella. Los maridos tienen el ejemplo de Cristo para imitar porque cuando este partió de este mundo dejando a su Iglesia aquí en la tierra, dejó su Espíritu, que le proporcionó a ella dones tan o más abundantes (Ef. 4:8) como si Cristo estuviera todavía con ella. En el caso de muchos que sustentan a sus esposas mientras viven con ellas, a su muerte demuestran que realmente no la amaban. Todo había sido para aparentar.
Extracto del libro “Teología para la familia”. Artículo de William Gouge (1575-1653)