En sus ideas acerca del orden político, es determinante el principio básico de Calvino de la Soberanía de Dios. Él estaba fuertemente opuesto a toda forma de absolutismo estatal, autocracia y monarquía absoluta. Los reyes y los presidentes debían tener su poder limitado por legisladores y por la ley constitucional. Calvino cita en las Escrituras el caso concreto de Samuel quien registra los derechos del pueblo en un libro para referencia futura entre ellos y el rey. Esto difiere totalmente de la idea del contrato social de Rousseau, en el que la voluntad colectiva del pueblo es la norma más alta. Para Calvino el Dios soberano es Legislador de las naciones hoy lo mismo que en los días de Samuel, y la soberanía popular es un producto de la imaginación engañada del hombre caído.
El Estado es también electivo en el sentido que se requiere la aprobación del pueblo para la autoridad legal. Calvino señala al ejemplo de David, quien no asumió su prerrogativa de gobernar ya fuera en Hebrón o en Jerusalén, aunque Dios le había escogido para el sagrado oficio, hasta que los ancianos del pueblo vinieran y le solicitaran gobernar sobre ellos. El votar, para Calvino, es un asunto serio y sagrado por el cual los magistrados son escogidos popularmente con el propósito de refrenar la tiranía de los reyes. Esto no es meramente su derecho en virtud de su oficio, sino también su sagrada responsabilidad. De esta manera el gobierno hereditario es eliminado. Los ciudadanos privados pueden, en verdad, rehusar obediencia al gobernante cuando manda cualquier cosa contraria a la Palabra de Dios, pues debemos obedecer a Dios antes que al hombre. Pero un ciudadano que no tiene oficio no puede rebelarse o levantarse contra la autoridad legalmente constituida.
Al gobierno, los ciudadanos deben honor, obediencia, servicio militar y otros servicios, pago de impuestos y oraciones para el bien de los gobernantes. Y aun cuando gobernantes injustos sean levantados por Dios para castigar las iniquidades del pueblo, deben ser obedecidos. El único recurso en tales casos es la oración, para que Dios juzgue entre las naciones y haga caer su retribución a aquellos que quitan el derecho de la viuda y del pobre (Inst., IV, 20, 17-32). Aquí se evidencia otra vez el pleno impacto de la idea de la soberanía de Dios. No solamente el gobernante está bajo restricción, sino también el ciudadano, quien está obligado a cumplir su responsabilidad y a cumplir su obligación divina, por causa de Dios. Es verdad que al fin Calvino concede que Dios también levanta individuos para poner fin a la tiranía, o puede enviar a otros gobernantes para vencer a los tiranos, pero esto implica un llamado especial del Señor. El procedimiento normal es que los magistrados inferiores (i.e., aquellos que representan al pueblo y que son elegidos por voto popular) debiesen destituir a los gobernantes que tiranizan a su pueblo y violan la constitución. Esto ha sido llamado por los eruditos calvinistas, “el santo derecho de la rebelión”. Albert Hyma afirma que fue especialmente la imitación del sistema de elección usado en la elección de ancianos y diáconos en la iglesia Ginebrina derivados hacia la arena política lo que hizo posible un impacto tan grande dondequiera que iba el calvinismo (República Holandesa, Inglaterra y Escocia, y América).
El fallecido Williston Walker de la Universidad de Yale escribió, “La influencia del calvinismo, durante más de un siglo después de la muerte del Reformador de Ginebra, fue la fuerza más potente en Europa en el desarrollo de la libertad civil. Lo que el mundo moderno le debe es casi incalculable”. Un reciente autor inglés, al contar la historia de cuál es el logro del calvinismo en América, dice, “Lo hemos visto modificando las constituciones y formas de vida de países antiguamente establecidos en Suiza, Holanda y Gran Bretaña, pero aquí lo tenemos operando como un factor principal en crear un nuevo Estado. La influencia de los Estados Unidos en el mundo de hoy hace de sus orígenes un asunto de gran interés. Esos orígenes revelan uno de los triunfos más especiales del calvinismo”. Esto también es enfatizado por el Sr. Davies quien afirma que el estado mental de los colonizadores Americanos había sido formado antes que la influencia de Locke llegara a expresarse en nuestro lado del océano a través de Jefferson, mientras que Dakin estima que alrededor de dos de los tres millones de habitantes en América en el tiempo de la guerra Revolucionaria pertenecían a las filas calvinistas.
Es discutible si alguien quisiese argumentar que Calvino habló la palabra liberadora, o la última palabra, sobre la relación entre la Iglesia y el Estado. Por ejemplo, creía que el Estado debía proveer para las necesidades físicas de los ministros, y que se requería que cuidara de los pobres y proveyera educación para los jóvenes ciudadanos. Aun cuando concedamos que Calvino preveía un gobierno cristiano, no obstante colocó un arma aguda en las manos del gobierno, mediante la cual se vuelve bastante simple para un gobierno hostil forzar a la Iglesia a obedecer sus mandatos.
Además, bien podemos cuestionar la posición de Hyma (Doumergue también tiene esta opinión) de que una Iglesia democrática hizo surgir un Estado democrático. En realidad, la iglesia que Calvino organizó no era democrática en este sentido moderno, pues el poder y la autoridad últimos estaban conferidos a los ancianos, siendo estos poderes delegados a ellos por Cristo.
Sin embargo, aunque la separación de la Iglesia y el Estado no se realizó en Ginebra durante la vida de Calvino, podemos decir que se convirtió en una realidad histórica debido a sus labores al instituir la disciplina espiritual en la Iglesia. La batalla por la jurisdicción espiritual del consistorio, con el derecho a excomulgar, era el punto focal de disputa en la larga batalla, dura y a veces amarga, que Calvino peleó contra el concilio de Ginebra. Esto, dice Warfield, fue la cuña de entrada, “clavada entre la Iglesia y el Estado que tenía el propósito de separar al uno del otro”. Y aunque todos los hijos espirituales de Calvino no apreciaron esto suficientemente, él quería una iglesia autónoma en su propia esfera espiritual. Es debido a esta victoria, a saber, la exitosa introducción y mantenimiento de la disciplina espiritual, dice Warfield, que “toda Iglesia en la cristiandad protestante que disfruta hoy de cualquier libertad, cualquiera que ésta sea, al realizar sus funciones como una Iglesia de Jesucristo, se lo debe todo a Juan Calvino”.
Este juicio de Warfield se confirma por el hecho de que Calvino también liberó a toda la esfera de la cultura de la tutela de la Iglesia. Calvino rechazó el esquema de naturaleza y gracia de Aquino, en el que el mundo está dividido en mitades superior e inferior, dadas respectivamente al dominio de la fe y la razón. En esta visión la gracia incluye la religión, la ética, la teología y la iglesia; pero la naturaleza es el ámbito de la cultura, incluyendo todas las actividades naturales del hombre. Dándose cuenta de lo inadecuado del ámbito inferior, en y por sí mismo, Aquino y la Iglesia en pos de él colocan toda la esfera de la cultura bajo la tutela de la Iglesia, y ésta se convierte en sirvienta de la teología.
Guillermo de Occam, el filósofo nominalista, oponiéndose a este señorío, enfrenta antitéticamente a los dos ámbitos el uno contra el otro. Él, en verdad, liberaría al arte y a la agricultura, al comercio y a la industria del poder del papa, pero las transfiere a las manos de duques y reyes. De esta forma se convirtió en el padre de una cultura controlada por el Estado, el primer filósofo moderno del totalitarismo.
Calvino proclamó junto a la Iglesia y al Estado un tercer ámbito, un área de la vida que tiene existencia y jurisdicción separada. Es llamada la esfera de la adiaphora, las cosas cotidianas. Este es el tribunal de la conciencia. Ningún papa o rey puede dominar en este ámbito.
Esta área no está restringida a unos pocos asuntos insignificantes de gusto y opinión entre individuos, sino que incluye la música, la arquitectura, el aprendizaje técnico, la ciencia, las festividades sociales, y la cuestión de todos los días, “¿Qué comeremos y qué beberemos o con qué vamos a vestirnos?”. Calvino proclama la libertad, tanto de la Iglesia como del Estado, para esta área grande y completa de la vida en su doctrina de la libertad cristiana, haciendo al hombre responsable de dar cuentas solo a Dios en su conciencia. Por lo tanto, esta doctrina de la libertad cristiana es una de las piedras fundamentales de la filosofía cultural de Calvino.
—
Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)