El estudio de la naturaleza humana no es suficiente para aprender todo sobre Dios en la creación, porque la humanidad no constituye todo el orden creado. Tampoco tendría ningún motivo para estar en primer lugar, excepto en importancia. En realidad, el ser humano ocupó el último lugar en la creación de Dios, siendo creado en el sexto día. Cuando fue creado ya había establecido Dios un universo hermoso y variado para recibirlos. Deberíamos concluir que la naturaleza será estudiada por el solo hecho de que existe, existió en primer término, y constituye nuestro entorno, del cual no podemos huir.
Pero hay también otros motivos más importantes. Por un lado, la naturaleza por sí sola también nos revela a Dios. Se trata de una revelación restringida, como hemos señalado varias veces con anterioridad. Pero, de todos modos, se trata de una revelación, y es una revelación más completa para los que han sido redimidos. Este pensamiento constituye la base del Salmo 19. «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (vs. 1). Además, el ser humano no sólo está en la naturaleza en el sentido de que la naturaleza constituye su entorno. Está relacionado con la naturaleza en el sentido de que también es finito y creado, si bien es cierto que existe una diferencia entre la humanidad y el resto de la naturaleza. Sólo el ser humano fue creado a imagen de Dios. Pero los propósitos de Dios en un nivel humano sólo ocurrirán plenamente cuando también incluyamos en este panorama los propósitos de Dios en la naturaleza.
El gran interrogante con respecto a la naturaleza es el siguiente: ¿de dónde surgió el universo? Existe algo ahí -algo inmenso, complejo y ordenado-. Estaba ahí antes de que nosotros existiéramos. Es imposible imaginar nuestra existencia sin ese algo. ¿Pero cómo llegó a estar allí? ¿Y cómo llegó a ser como nosotros lo percibimos?
Como con todos los grandes interrogantes, sólo unas pocas respuestas son posibles. El primer punto de vista considera que el universo no tiene ningún origen. Es decir, el universo no tiene ningún origen porque de alguna manera el universo siempre existió; la materia siempre existió. El segundo considera que todo provino de algo personal y que ese algo personal es bueno (lo que corresponde con el punto de vista cristiano).
El tercero considera que todo provino de algo personal y que ese algo personal era malo. Y el cuarto considera que siempre hubo y siempre habrá un dualismo. Este último punto de vista puede asumir distintas modalidades, que dependerán de si se está considerando un dualismo personal e impersonal, o uno moral y amoral; pero siempre estarán relacionados.
Existe la posibilidad de reducir el número de estas perspectivas. No tendría mucho sentido considerar el tercer punto de vista, que le otorga al universo un origen personal pero maligno, ya que si bien es una posibilidad filosófica, nadie la sustenta. Si bien es posible pensar que el mal es una corrupción del bien, no es posible pensar en el bien como surgido del mal. El mal puede ser la mala utilización de habilidades o propiedades buenas, pero no es posible que surja el bien únicamente a partir de la existencia del mal.
El cuarto punto de vista tampoco es muy satisfactorio, si bien sus deficiencias no son tan aparentes. La creencia en un dualismo siempre ha sido muy popular y ha perdurado por largos períodos históricos, pero no soporta un análisis detallado; ya que una vez que se ha propuesto un dualismo, el siguiente paso es ir más atrás para encontrar algún tipo de unidad que incluya ese dualismo. O se escoge una de las partes de este dualismo y se la hace más prominente que la otra, pero en dicho caso lo que se estaría haciendo sería asumir el segundo o el tercer punto de vista.
C. S. Lewis ha demostrado dónde está la trampa en este sistema. De acuerdo al punto de vista dualista, se supone que los dos poderes (espíritus o dioses), el bien y el mal, son eternos e independientes. Ninguno es responsable ante el otro y ambos tienen igual derecho a llamarse Dios. Posiblemente, ambos pueden creer que uno es el bien y el otro es el mal. ¿Pero qué significa exactamente decir que un poder es el bien y el otro es el mal? ¿Es sólo una manera de expresar que preferimos uno de ellos y no el otro? Si esto es todo lo que significa, entonces no tiene sentido hablar seriamente del bien y del mal. Y si tomamos este camino, la dimensión moral del universo se desvanece completamente, y sólo queda la materia operando de distintas maneras. No es posible sostener esto último y adherirse toda a una noción dualista.
Si, por el contrario, lo que significa es que un poder realmente es el bien y el otro realmente es el mal, estamos introduciendo un tercer elemento en el universo, «una ley o un estándar o una regla de lo que es el bien, una norma a la que uno de los poderes se conforma y a la que el otro poder no se conforma». Y este estándar, más que ninguno de los otros dos, resultará ser Dios. Lewis concluye diciendo: «Como ambos poderes son juzgados por este estándar, entonces este estándar, o el Ser que creó este estándar, está antes y por encima de ambos poderes, y es el verdadero Dios. En realidad, lo que significa llamar a uno el bien y al otro el mal es que uno de ellos tiene una relación correcta con el Dios real y el otro tiene una relación incorrecta con Él.»
Nuevamente, podemos decir que para que el poder del mal sea maligno debe poseer los atributos de inteligencia y voluntad. Pero como estos atributos son en sí mismos buenos, debe estar obteniéndolos a partir del poder del bien y por lo tanto depende de este poder.
No es posible explicar la realidad tal como la conocemos partiendo de un origen maligno del universo, del cual surgió el bien, ni a partir de un dualismo. Por lo tanto, la única alternativa es entre el punto de vista que arguye la eternidad de la materia y el punto de vista que considera que todo existe por la voluntad de un Dios eterno, personal y moral.
La filosofía predominante en la civilización occidental moderna se adhiere al primer punto de vista. Este punto de vista no niega que exista algo semejante a la personalidad en el mundo actual, pero lo concibe como surgido de una sustancia impersonal. No niega la complejidad del universo, pero supone que esa complejidad provino de algo menos complejo, que a su vez provino de algo aún menos complejo, hasta que finalmente se llega a la materia. Se supone que la materia siempre existió -porque no hay otra explicación posible-. Este punto de vista es la base filosófica de la mayor parte de la ciencia moderna y de las ideas evolutivas.
Pero esta descripción sobre el origen del universo ya está introduciendo problemas que la teoría misma aparentemente no tiene forma de resolver. Primero, hemos hablado de una forma de materia y luego de formas más complejas. Pero, ¿de dónde proviene la forma? La forma implica organización, y posiblemente también propósito. ¿Pero cómo puede surgir la organización y el propósito a partir de la simple materia? Algunos insisten que la organización y el propósito son inherentes a la materia, como la información genética en un huevo o en un espermatozoide. Pero, además de caer esta teoría en un contrasentido -ya que esta materia no es más simplemente materia-, el interrogante básico sigue en pie y permanece sin responder, porque el problema ahora es responder a cómo surgieron la organización y el propósito. Entonces, tarde o temprano, llegamos a un determinado nivel donde debemos encontrar una explicación para la forma; y pronto nos encontramos buscando al Formador, al Organizador y al Dador del Propósito.
Pero, además, hemos introducido la idea de lo personal; si partimos de un universo impersonal, no hay ninguna explicación cierta para el surgimiento de la personalidad. Francis Schaeffer escribe: «El suponer un comienzo impersonal nunca puede explicar adecuadamente la existencia de los seres personales que vemos a nuestro alrededor, y cuando los hombres intentan explicar al hombre sobre la base de orígenes impersonales, el hombre pronto desaparece».
El cristianismo comienza con la respuesta restante. El cristianismo sostiene que el universo existe con forma y personalidad, como sabemos que existe, porque fue creado por un Dios personal y ordenado. En otras palabras, Dios estaba allí antes de que el universo llegara a existir, y era y es personal. Él creó todo lo que conocemos, incluyéndonos a nosotros, y como consecuencia el universo naturalmente lleva su huella.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice