En BOLETÍN SEMANAL
​El Padre dador: No existe la Paternidad Universal de Dios en el sentido generalmente aceptado de ese término... Dios es nuestro Padre sólo cuando satisfacemos ciertas condiciones. No es el Padre de ninguno de los seres humanos tal y como somos por naturaleza.

​Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:7-11).

Examinemos ahora el segundo principio, a saber, caer en la cuenta de que Dios es nuestro Padre. Nuestro Señor habla acerca de esto en el versículo 9 y lo plantea así: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?” Éste, claro está, es el principio básico —caer en la cuenta de que Dios es nuestro Padre. Esto es lo que nuestro Señor quiere enfatizar en todo lo que dice aquí. Utiliza su conocido método de argumentar de menor a mayor. Si un padre terrenal hace tanto, ¿cuánto más no hará Dios? Éste es uno de nuestros problemas principales.  Si me pidieran que formulara en una frase lo que considero el defecto principal de la mayoría de las vidas cristianas, diría que es el fracaso en no conocer a Dios como Padre, según deberíamos. Éste es nuestro verdadero problema, y no el tener dificultades acerca de bendiciones específicas. El problema básico sigue siendo que no conocemos, como se debe, que Dios es nuestro Padre. Ah sí, decimos; lo sabemos y lo creemos. ¿Pero lo sabemos en nuestra vida y vivir cotidiano? ¿Es algo de lo que somos siempre conscientes? Si estuviéramos persuadidos de esto, podríamos sonreír frente a todas las dificultades y aflicciones que nos esperan.

¿Cómo, pues, podemos conocer esto? Ciertamente no es algo basado en la noción de la “paternidad universal de Dios” y la “hermandad universal de los hombres”. Esto no es bíblico. Nuestro Señor dice aquí algo que ridiculiza esta creencia general y demuestra que esa idea no tiene sentido. Dice, “Si vosotros, siendo malos”. ¿Vemos el significado? ¿Por qué no dijo, “Si nosotros, siendo malos”? No lo dijo porque sabía que Él era esencialmente diferente de ellos. El que hablaba era el Hijo de Dios; no un mero hombre llamado Jesús, sino el Señor Jesucristo, el Hijo Unigénito del Padre. No se incluye a sí mismo en este ‘vosotros’. Pero sí incluye a todo el género humano. “Vosotros, siendo malos” significa que no solamente hacemos cosas malas, sino que somos malos. Nuestra naturaleza está corrompida, y los que están esencialmente corrompidos no son hijos de Dios. No existe la Paternidad universal de Dios en el sentido generalmente aceptado de ese término. Cristo no solo dice de ciertas personas: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer”. No; por naturaleza todos somos hijos de ira, todos somos malos, todos somos enemigos de Dios; por naturaleza no somos hijos suyos. Por esto no todos los hombres tienen derecho a decir, “Bien; me gusta esta doctrina. Tengo bastante miedo de lo que me espera, y me gusta que se me diga que Dios es mi Padre”.  Pero Dios es nuestro Padre sólo cuando satisfacemos ciertas condiciones. No es el Padre de ninguno de nosotros tal como somos por naturaleza.

¿Cómo, pues, se convierte Dios en Padre mío? Según la Biblia sucede así. Cristo “a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron,… les dio potestad (es decir, autoridad) de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:11, 12). Uno llega a ser hijo de Dios sólo cuando nace de nuevo, cuando recibe una vida y naturaleza nueva. El hijo participa de la naturaleza del Padre. Dios es santo, y no somos hijos de Dios hasta que hemos recibido una naturaleza santa; y esto significa que debemos poseer una naturaleza nueva. Siendo malos, e incluso concebidos en pecado (Salmo 51:5), no la tenemos; pero Él nos la da. Esto es lo que se nos ofrece. Y no hay contacto ni comunión con Dios ni somos herederos de ninguna de estas promesas de Dios, hasta que pasamos a ser hijos suyos. En otras palabras, debemos recordar que hemos pecado contra Dios, que merecemos la ira y castigo de Dios, pero que Él ha perdonado nuestro pecado y culpa al enviar a su Hijo para que muriera en la cruz del calvario por nosotros. Y creyendo en Él, recibimos una vida y naturaleza nuevas y nos hacemos hijos de Dios. Entonces podemos saber que Dios es nuestro Padre; pero hasta entonces no. También nos dará su santo Espíritu, “El Espíritu de su Hijo, el cual clama ¡Abba, Padre!”; y en cuanto conocemos esto podemos tener seguridad de que Dios como Padre nuestro adopta una actitud específica respecto a nosotros. Significa que, como Padre mío, está interesado en mí, está preocupado y deseoso siempre de bendecirme y ayudarme. Asimilemos esto; hagámoslo nuestro. Sea lo que fuere que nos suceda, Dios es nuestro Padre, está interesado en nosotros, y tiene esta actitud hacia nosotros.

Pero eso no agota la afirmación. Hay una añadidura negativa muy interesante. Como Dios es nuestro Padre nunca nos dará nada malo. Nos dará sólo lo bueno. “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?” Multipliquemos esto por el infinito y ésta es la actitud de Dios hacia sus hijos. En nuestra necedad tendemos a pensar que Dios está contra de nosotros cuando nos sucede algo desagradable. Pero Dios es nuestro Padre; y como Padre nuestro nunca nos dará nada malo. Nunca; es imposible.

El tercer principio es éste. Dios, porque es Dios, nunca comete errores. Conoce la diferencia entre lo bueno y lo malo en una forma única. Tomemos un padre terrenal; no les da a sus hijos piedras en vez de panes, pero a veces comete errores.

El padre terrenal, con la mejor intención, piensa a veces, en cierto momento, que está haciendo algo para el bien de su hijo, pero descubre más adelante que le perjudicó. Nuestro Padre que está en el cielo nunca comete tales errores. Nunca nos dará nada que resulte dañino para nosotros, aunque a primera vista pareciera bueno. Esta es una de las cosas más maravillosas que podemos descubrir. Somos los hijos de un Padre que no sólo nos ama sino que nos cuida y vigila. Nunca nos dará nada malo. Pero sobre todo, nunca nos engañará, nunca cometerá errores en lo que nos ha de dar. Lo sabe todo; su conocimiento es absoluto. Si comprendiéramos que estamos en las manos de un Padre así, nuestra visión del futuro quedaría completamente transformada.

Finalmente, debemos recordar cada día más los dones que tiene para nosotros. “¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” Éste es el tema de toda la Biblia. ¿Cuáles son esas cosas buenas? Nuestro Señor nos ha dado la respuesta en ese pasaje de Lucas 11. Ahí se dice, como recordarán: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Así es. Y al darnos el Espíritu Santo nos da todas las cosas; todas las disposiciones que necesitemos, todas las gracias, todos los dones. Todo se nos da en Él. Pedro resumiéndolo dice, “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder” (2 P. 1:3). Ahora se ve por qué deberíamos dar gracias a Dios de que pedir y buscar y llamar, no signifique que todo lo que pidamos se nos dará. Claro que no. Lo que significa es esto. ‘Pidamos una de esas cosas que son buenas para nosotros, es decir la salvación del alma, la perfección final, todo lo que nos acerque más a Dios y ensanche nuestra vida y sea completamente bueno para nosotros, y nos lo dará. No nos dará cosas que sean malas para nosotros. Uno puede pensar que son buenas pero Él sabe que son malas. Él no se equivoca, y no nos dará tales cosas. Nos dará las cosas que son buenas para nosotros, y la promesa es literalmente ésta, que si buscamos estas cosas buenas, la plenitud del Espíritu Santo, la vida de amor, gozo, paz, paciencia, etc., todas estas virtudes y glorias que se vieron resplandecer con tanta intensidad en la vida terrenal de Cristo, Él nos las dará. Si deseamos realmente ser más como Él, y como todos los santos, si realmente pedimos estas cosas, las recibiremos; si las buscamos, las hallaremos; si llamamos, se nos abrirá la puerta y entraremos para tomar posesión de las mismas. La promesa es, que si pedimos las cosas buenas, nuestro Padre celestial nos las dará.

Ésta es la forma de enfrentarnos con el futuro. Ver en la Biblia cuáles son estas cosas buenas y buscarlas. Lo que importa por encima de todo, lo mejor de todo para nosotros, es conocer a Dios, “el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien ha enviado”; y si buscamos esto por encima de todo, si buscamos “primero el reino de Dios y su justicia”, entonces tenemos la Palabra del Hijo de Dios de que todas estas otras cosas nos serán añadidas. Dios nos las dará con una abundancia que ni siquiera podemos imaginar. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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