Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. (Mateo 6:9-13)
Pasemos ahora a examinar brevemente las peticiones por separado, en el orden que aparecen. Si estuviéramos interesados por la parte mecánica de la Biblia, podríamos dedicar cierto tiempo a la consideración del significado del término “pan nuestro de cada día”. Se dice que es uno de los términos más difíciles de toda la Biblia. ¿Cuál es el significado exacto de la expresión? No voy a cansar al lector con todos los puntos de vista y todas las teorías existentes. Debe por lo menos significar esto: “Danos hoy lo que nos es necesario”. Alguien podría decir que significa: “Danos hoy el pan para mañana”, lo cual es exactamente lo mismo. En otras palabras, lo que se pide es lo suficiente o necesario para cada día. Se pide por lo necesario. El pan es el sostén del día, y estoy de acuerdo con los que dicen que no debería limitarse a la alimentación. Tiene como fin abarcar todas nuestras necesidades materiales, todo lo que le es necesario al hombre para vivir en este mundo.
Una vez dicho esto, hay que añadir una serie de comentarios más. En primer lugar, ¿no hay acaso algo de extraordinario en la conexión entre esta petición y las anteriores? ¿No es esta una de las cosas más maravillosas de toda la Biblia, que el Dios que es el Creador y Sostenedor del universo, que el Dios que está constituyendo su Reino eterno para establecerlo al fin, que el Dios que está constituyendo su Reino eterno para establecerlo al fin, que el Dios para quien las naciones no son sino “menudo polvo en las balanzas” (Is. 40:15), que ese Dios esté dispuesto a pensar en nuestras pequeñas necesidades, aun en los detalles más mínimos como en esto del pan cotidiano? Pero esa es la enseñanza de Nuestro señor siempre. Nos dice que ni siquiera un gorrión cae sin que nuestro Padre lo permita (cf. Mt. 10:29), y que nosotros somos de mucho más valor que los gorriones. Dice que “aun [nuestros] cabellos están todos contados” (Mt. 10:30). ¡Si pudiéramos comprender este hecho, que el Señor todopoderoso del universo se interesa por todas y cada una de sus partes! No hay ni un cabello en mi cabeza por el que no se preocupe, y le son conocidos en su trono eterno los detalles más ínfimos y triviales de mi pequeña vida. Esto es algo que solo se encuentra en la Biblia. Se pasa directamente de: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, a “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Pero esta es la manera de Dios, el Alto y Sublime, que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo”, quien, sin embargo, como nos dice Isaías, mora también “con el quebrantado y humilde de espíritu” (Is. 57:15). Este es el milagro de la redención; este es el significado global de la Encarnación, que nos dice que el Señor Jesucristo se posesiona de nosotros aquí en la Tierra y nos vincula al Dios todopoderoso de la gloria. ¡El Reino de Dios, y mi pan cotidiano!
Se debe subrayar, desde luego, que lo que debemos pedir deben ser siempre necesidades absolutas. No se nos dice que oremos para pedir lujos o sobreabundancia, ni se nos prometen tampoco estas cosas. Pero se nos promete que tendremos lo suficiente. Daniel, ya anciano, al volver la vista atrás, pudo decir: “No he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25). Las promesas de Dios nunca fallan. Pero se refieren solo a cosas necesarias, y la idea que nosotros tenemos de la necesidad no es siempre la que Dios tiene. Pero sí nos dice que pidamos lo necesario.
Pasemos a otro asunto que quizá sea más desconcertante. Hay quienes ven en todo esto una contradicción evidente. Nuestro Señor nos dice que pidamos; pero acaba de decir también que no tenemos que ser como los paganos, que piensan que se les oirá porque hablan mucho, porque “[nuestro] Padre sabe de qué cosas [tenemos] necesidad, antes que [nosotros] le [pidamos]” (Mt. 6:8). “Muy bien –dice alguien–; si Dios lo sabe todo antes de que le pidamos, ¿por qué tenemos que presentarle nuestras necesidades? ¿Por qué hablarle de cosas que ya sabe?”. Esto nos conduce a las entrañas mismas del significado de la oración. No le decimos a Dios estas cosas porque no las conozca. No, debemos pensar en la oración más como en una relación entre Padre e hijos, y el valor de la oración es que nos mantiene en contacto con Dios.
Un ejemplo que en cierta ocasión utilizó el Dr. Simpson me ayudó mucho cuando lo leí por primera vez, y sigue ayudándome en relación con esto. Dijo que muchos de nosotros tendemos a pensar que Dios, en cuanto Padre nuestro, nos da todo el gran don de la gracia de una sola vez, y que, habiéndolo recibido, vamos viviendo de Él. “Pero –dijo– no es así. Esto resultaría muy peligroso para nosotros. Si Dios nos diera todos sus gloriosos dones de gracia de una sola vez, correríamos el peligro de disfrutar del don y de olvidarnos por completo de Dios”. Porque, aunque no podemos entenderlo, Dios desea que le hablemos y, como Padre nuestro, le gusta que lo hagamos. Es como una padre terrenal en ese sentido. El padre terrenal se siente profundamente herido ante el hijo que se contenta con disfrutar de lo que el padre le ha dado, pero nunca vuelve a buscar su compañía hasta que ha agotado los recursos y necesita más. No, al padre le gusta que el hijo venga a hablarle, y esta es la forma en que Dios actúa. Es –dice el Dr. Simpson– exactamente como un padre que ha puesto a nombre del hijo un gran depósito en el banco, y el hijo puede solamente retirar cada vez una cantidad con un cheque. Cada vez que necesita más, tiene que librar otro cheque. Y así es como Dios actúa con nosotros. No nos lo ha dado todo de una vez. Nos lo da por partes. Dios está ahí con la gracia ofreciendo su garantía, y lo único que tenemos que hacer nosotros es firmar nuestros cheques y presentarlos. Esto es la oración, presentar nuestro cheque, acudir a Dios y pedirle que lo pague.
Si duda que es algo maravilloso que a Dios le guste que acudamos a Él. El Dios que existe por sí mismo, el gran Jehová, el Dios que no depende de nadie, que existe desde la eternidad hasta la eternidad, que existe en Sí mismo y aparte de todo, porque somos sus hijos –esto es lo asombroso– , se agrada de que vayamos a Él para complacerse en oírnos. Al Dios que hizo el Cielo la Tierra, y que señala el curso de las estrellas, le gusta oír nuestras alabanzas balbucientes, le gusta oír nuestras peticiones. Es así, porque Dios es amor, y esta es la razón de que, aunque conoce todas nuestras necesidades, le dé gran placer, por así decirlo, cuando nos ve acudir a Él para pedirle nuestro pan cotidiano.
Pero aún debemos subrayar otro aspecto: todos debemos recordar nuestra dependencia total de Dios, aun para nuestro pan cotidiano. Si Dios lo quisiera, no tendríamos pan cotidiano. Podría ocultar el Sol; podría detener la lluvia; podría hacer que la tierra fuera tan estéril que el labrador, aun contando con todos sus aparatos modernos y todos sus abonos químicos, no pudiera conseguir la cosecha. Podría hacer que se perdiera la cosecha si lo quisiera. Estamos absolutamente en las manos de Dios, y la necesidad suprema de este siglo XX es pensar que, porque hemos adquirido cierta cantidad de conocimientos de las leyes de Dios, somos independientes de Él. No podemos vivir ni un solo día sin Él. Nada seguiría existiendo si Dios no lo sostuviera e impulsara. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Es bueno que, por lo menos una vez al día, aunque cuanto más mejor, recordemos que nuestra existencia misma está en sus manos. Nuestro alimento y todas las cosas necesarias provienen de Él, y dependemos para conseguir todo esto de su gracia y su misericordia.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones